Cuando el 4 de julio y sus carnes asadas se avecinaban este año, el activista y ex mariscal de campo de la NFL Colin Kaepernick declaró: “Rechazamos su celebración de supremacía blanca”.
La estrella de cine Mark Ruffalo dijo en febrero que Hollywood había estado nadando durante un siglo en “una cultura homogénea de supremacía blanca”.
El director del Museo Metropolitano de Arte, uno de los museos más prestigiosos de la ciudad de Nueva York, reconoció este verano que su institución tenía como base la supremacía blanca, mientras que a cuatro cuadras el personal de curadores del Guggenheim denunciaba una cultura laboral impregnada de ella.
El consejo editorial de Los Angeles Times emitió una disculpa hace dos semanas en la que describió haber tenido “profundas raíces en la supremacía blanca” durante al menos sus primeros 80 años. En Inglaterra, el Grupo de Trabajo de Descolonización de la Biblioteca Nacional Británica advirtió a los empleados que una creencia en el “daltonismo racial” o el punto de vista de que “la humanidad es una solo familia humana” son ejemplos de “supremacía blanca encubierta”.
En una época de plaga y protestas, dos palabras ¬—“supremacía blanca”— han permeado el torrente sanguíneo de la retórica con fuerza y poder. Con el discurso abiertamente racista del presidente Donald Trump, una serie de asesinatos de personas negras a manos de la policía y la expansión de los grupos extremistas de derecha, muchos ven la frase como una manera más precisa de describir las realidades raciales actuales, y consideran las descripciones más antiguas como “intolerancia” o “prejuicio” demasiado suaves para un momento tan crudo.
Los recopiladores de noticias muestran un vasto incremento en el uso del término “supremacía blanca” (o “supremacista blanco”) en comparación con hace diez años. The New York Times usó el término menos de 75 veces en 2010, pero casi en 700 ocasiones tan solo en lo que va de este año. Escribe el término en el buscador de Twitter y aparece seis, ocho o diez veces cada minuto.
El significado de esas palabras también se ha ampliado. Hace diez años, supremacía blanca solía describir a organizaciones como el Ku Klux Klan y a personas como David Duke, el político neonazi de Luisiana. Ahora se ha abierto paso en todos los rincones de la cultura, pues describe a diversos sujetos: las políticas de préstamos hipotecarios de los bancos, los puntajes SAT como un factor decisivo para las admisiones en las universidades, los programas que enseñan a las personas pobres cómo tener una mejor nutrición y las políticas de aplicación de la ley de los departamentos de policía.
Aun así, la frase es profundamente polémica. Escritores influyentes como Ta-Nehisi Coates e Ibram X. Kendi, un profesor de la Universidad de Boston, la han adoptado al ver en la supremacía blanca una capacidad de explicación que traspasa las capas de eufemismo hasta el centro de la historia y de la cultura estadounidenses. Habla sobre la realidad, afirman, de una nación construida con base en la esclavitud. Analizar muchos aspectos de la vida estadounidense que alguna vez fueron vistos de manera general como neutrales en cuanto a la raza, tales como los préstamos hipotecarios o la contratación del profesorado universitario, lleva a encontrar los cimientos de la supremacía blanca.
“No es una exageración decir que la supremacía blanca yace en el corazón de la política estadounidense”, dijo Keeanga-Yamahtta Taylor, una activista socialista y profesora de Estudios Afroestadounidenses en Princeton, en un discurso en 2017.
No obstante, algunos académicos, empresarios y activistas negros —de derecha y de izquierda— rechazan la frase. Consideran que esas palabras son un mazo que impacta y acusa en lugar de explicar. Cuando tantas cosas son descritas como supremacía blanca, cuando el Ku Klux Klan y la colección de un museo de arte tienen la misma descripción, el poder de la frase se pierde, afirman los académicos.
Orlando Patterson, un profesor de Sociología de la Universidad de Harvard que ha escrito obras magistrales sobre la naturaleza de la esclavitud y la libertad, incluso sobre su natal Jamaica, dijo que recordaba demasiado a las frases usadas para describir el apartheid y la Alemania nazi.
“Esto sucede debido a la ira y la desesperanza y aliena en lugar de convertir”, aseguró.
Esta etiqueta también desalienta la búsqueda de experiencias en común de las personas blancas y negras que podría hacer avanzar a la sociedad, señalaron Patterson y otros.
“Le da un tinte racial a muchos problemas que una gran cantidad de personas enfrentan, incluso cuando la raza no es la respuesta”, dijo Patterson.
Un nuevo término para un problema que resulta familiar
El aumento en el uso de “supremacía blanca” es de alguna manera una incógnita que se resuelve con facilidad. John McWhorter, un lingüista y profesor de la Universidad de Columbia, explicó que tales expresiones son como los dientes de un cocodrilo. Los viejos se desgastan y se caen, y los sustituyen dientes nuevos y más afilados.
“Las palabras pierden su fortaleza retórica”, mencionó. “Hace 50 años, en una comedia de situación de Norman Lear como Archie Bunker, si alguien era acusado de ser ‘prejuicioso’, te impactaba”.
Cuando la segregación legalmente sancionada llegó a su fin en la década de los sesenta, los intelectuales y los activistas buscaron describir un mundo en el que las leyes habían cambiado y aun así muchas cosas permanecían inefablemente igual. Las palabras “prejuicio”, “sesgo” e “intolerancia” fueron vistas como insuficientes. Martin Luther King júnior, Malcolm X y James Baldwin escribieron sobre la supremacía blanca como parte de sus minuciosas críticas de la sociedad estadounidense.
No obstante, la teoría crítica de la raza ha enfrentado décadas de resistencia tanto de conservadores como de liberales, pues consideran sus aseveraciones demasiado extensas.
Sin embargo, en 2008, el concepto irrumpió a un público más amplio cuando Coates comenzó a escribir una serie de ensayos en The Atlantic y en varios libros populares en los que argumentó que Estados Unidos estaba enlodado desde su origen con la porquería de la supremacía blanca y la violencia racista. Las escuelas, el idioma, la economía y la política —casi todo en Estados Unidos, escribió— llevan la marca de una identidad de supremacía blanca.
“Los nacionalistas negros siempre han percibido algo que no pueden mencionar sobre Estados Unidos que los integracionistas no se atreven a reconocer: que la supremacía blanca no es meramente la obra de demagogos exaltados o un asunto de consciencia falsa, sino una fuerza tan fundamental para Estados Unidos que es difícil imaginar el país sin ella”, escribió Coates en un ensayo trascendental en The Atlantic en 2014.
La obra de Coates ayudó a reformular la manera en que los académicos y los activistas hablaban sobre el racismo. Se implantó una nueva franqueza. “El ‘racismo estructural’ es más directo en su condena”, indicó Khiara Bridges, una profesora de Derecho en la Universidad de California, Berkeley. “Pero aun así los ganadores quedaron en la oscuridad”.
Agregó: “No hay nada implícito sobre la ‘supremacía blanca’. Son los blancos que están ganando y las personas de color que están perdiendo”.
¿Un eslogan o una realidad social?
Angela Dillard es una profesora de Estudios Afroestadounidenses y Africanos en la Universidad de Míchigan. Ha examinado la historia del racismo en su trabajo y lo ve como una característica casi permanente de la sociedad estadounidense.
No obstante, las palabras “supremacía blanca” se le atoran en la garganta.
“Es realmente desagradable para el oído moderno; obstaculiza”, dijo. “Nos recuerda la película ‘El nacimiento de una nación’ y a Richard Wagner a todo volumen en los altavoces”.
Se volvió más desagradable cuando escuchó las palabras aplicadas a ella misma. Era una decana asociada de estudiantes en Míchigan cuando la universidad decidió que no podía, como institución pública, negarle a Richard Spencer, un racista blanco neonazi, la oportunidad de hablar en el campus.
Los estudiantes protestaron y realizaron un plantón en la oficina del decano en 2017, y sostuvieron pancartas en las que se leía: “La U de M apoya la supremacía blanca como de costumbre”.
“Tenía estudiantes que me gritaban que se suponía que yo debía desmantelar una universidad supremacista blanca”, dijo Dillard, quien es negra. “¿Y eso qué quiere decir? Fue como si me estuvieran eliminando de la raza”.
Barbara J. Fields, una profesora de Historia de la Universidad de Columbia que se describe como afroestadounidense, dijo que la frase era un eslogan y no una creencia. En el libro “Racecraft”, que explora la relación entre racismo y desigualdad, citó a manera de aprobación a su antiguo mentor, C. Vann Woodward, el historiador del sur estadounidense, quien argumentó que ejercer poder sobre las personas negras permitió a la clase más alta blanca dominar también a las personas blancas de clases más bajas, al usar el racismo para dividirlas.
“La verdadera pregunta era cuáles blancos debían ser supremos”, escribió Woodward.
“Desearía que las personas dejaran de hablar sobre la supremacía blanca y el privilegio”, dijo Fields en una entrevista. En una alusión al Sermón de la Montaña y a la impotencia de las clases, agregó: “Si crees que las personas blancas que trabajan son privilegidas y responsables de todo tu dolor, cuéntame sobre cuando los mansos heredarán la tierra”.
‘No veo supremacía blanca’
John W. Rogers júnior es el fundador, presidente y director ejecutivo de Ariel Investments, una de las firmas de inversión con propietarios negros más grandes de la nación, responsable de la gestión de muchos miles de millones de dólares (también es parte del consejo de administración del Times).
Al preguntarle sobre la supremacía blanca, habló sobre su bisabuelo J. B. Stradford, quien fue hijo de un esclavo liberado, se graduó de Oberlin College y, en las primeras décadas del siglo XX, se convirtió en un destacado ciudadano en Tulsa, Oklahoma, en el vecindario de Greenwood, conocido como el Wall Street negro.
Abrió el Hotel Stradford, el hotel más grande propiedad de personas negras en Estados Unidos en ese momento, con suites y comedores elegantes, así como una cantina y un salón de billar, y planeaba construir más para dar servicio a una creciente burguesía negra.
Entonces, la Primera Guerra Mundial terminó y una ola de salarios a la baja, ansiedad y racismo entre los ciudadanos blancos de Tulsa condujo a disturbios en 1921. Residentes blancos destruyeron el Wall Street negro, con un saldo de más de 200 afroestadounidenses asesinados y 35 cuadras saqueadas.
Stradford fue investigado por el acto de defenderse y defender su vecindario. Huyó a Chicago, en donde su hijo —el abuelo de Rogers— lo defendió de intentos de extradición.
La historia no acabó ahí. La madre de Rogers, Jewel, se convirtió en la primera mujer negra en graduarse de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago. Ninguna de las firmas de abogados más importantes de la ciudad la contrató. “Todavía trabajaba a los 75 años, mientras que abogados blancos mediocres poseían casas donde vivían jubilados en West Palm Beach”, recordó Rogers.
Su padre fue un aviador de Tuskegee en la Segunda Guerra Mundial y un juez de condado. Compró casas, pero, como hombre negro, solo podía comprar en el South Side de Chicago, y las propiedades se apreciaban lentamente.
“No tuvieron oportunidad en realidad de crear verdadera riqueza”, dijo Rogers sobre sus padres.
Rogers observa verdades incuestionables: él ha sido enormemente exitoso y el racismo privó a su familia de millones de dólares en riqueza generacional.
Al preguntarle si la supremacía blanca definió la historia de su familia, Rogers hizo una pausa y respondió que no. La supremacía blanca, dijo, fue lo que su bisabuelo soportó en Tulsa y lo que el representante John Lewis enfrentó en Selma, Alabama. Argumentar que tal violencia primitiva y discriminación se ha extendido al presente le parecía derrotista.
No obstante, escucha que algunos directores ejecutivos insisten en que han hecho desaparecer el sesgo y siente un incremento de impaciencia.
“Ves que tus abuelos fueron tratados injustamente, y también tus padres, y tu resentimiento se acumula”, dijo Rogers, de 62 años.
“No veo supremacía blanca, pero muchos blancos con buenas intenciones no comprenden los desafíos”.