RÍO DE JANEIRO — El exvicepresidente Joseph R. Biden Jr. admite que la suya era una perspectiva distinta en la Casa Blanca de Obama.
En sus últimos años, cuando el gobierno estaba acosado por el arsenal nuclear de Corea del Norte, la beligerancia de Rusia en Ucrania y las guerras en el Medio Oriente, Biden decidió ocuparse de un asunto más cercano: la violencia y la pobreza que ocasionaban que multitudes de migrantes —muchos de ellos niños— huyeran de Centroamérica.
Era un problema difícil, pero Estados Unidos podía resolverlo, escribió en sus memorias Promise Me, Dad.
“De todos los lugares en crisis en el mundo, llegué a creer que Centroamérica tenía la mejor oportunidad”, escribió Biden.
Biden, el solucionador de problemas del gobierno de Estados Unidos para América Latina, acumuló miles de kilómetros en viajes a esa región y pasó incontables horas cultivando relaciones con los líderes centroamericanos. También ayudó a convencer al Congreso estadounidense de que aprobara un paquete de ayuda de 750 millones de dólares para la región.
Con base en su experiencia en Centroamérica, Biden y su equipo de asesores de política exterior han diseñado planes para la región que son tanto un repudio al enfoque duro de Trump como un intento de resucitar las iniciativas de la era de Obama.
El enfoque de Trump para la región se ha centrado en frenar el flujo de inmigrantes y drogas mediante la implementación de duras medidas de cumplimiento de la ley y amenazas de imponer sanciones económicas a los países vecinos. Debido a una de las políticas más controvertidas de Trump, las familias migrantes y sus hijos fueron separados en la frontera, y ahora no se puede encontrar a los padres de 545 niños, según consta en diversos documentos judiciales.
Biden y su equipo de expertos, que incluye a inmigrantes latinoamericanos, dicen que adoptarán un enfoque más amplio sobre el problema de la inmigración, y para la región en general. También dicen que abordarán la pobreza y la violencia, las causas fundamentales de la migración y la inestabilidad, impulsando la lucha contra la corrupción e invirtiendo en la creación de empleos y la mejora de la gobernanza.
El exvicepresidente siente que, durante mucho tiempo, Estados Unidos ha sido visto en la región como un “matón que le impone sus políticas a los países más pequeños”, según escribió en su libro. Una Casa Blanca de Biden funcionaría más mediante la persuasión que la imposición, dijeron sus asesores en varias entrevistas.
“El vicepresidente cree que Estados Unidos debe operar con respeto mutuo y un sentido de la responsabilidad compartida”, dijo Jake Sullivan, un importante asesor de política exterior de Biden.
Para empezar, Biden propone un paquete de ayuda de 4000 millones de dólares para Centroamérica con el fin de atender muchas de las causas de la migración no autorizada y ayudaría a apaciguar un tema intocable de la política estadounidense.
Según sus asesores, una Casa Blanca liderada por Biden también buscaría fomentar la unión en torno a un compromiso para desacelerar el calentamiento global, un imperativo que ya ha causado conflicto con Brasil, uno de los actores más relevantes en políticas ambientales.
Los asesores de Biden dicen que buscarán revivir la campaña anticorrupción que a partir de 2014 provocó varias sacudidas políticas en las Américas, pero que se ha visto estancada en los últimos años.
Los críticos dicen que los esfuerzos de la administración Obama por ser vista como conciliadora y pragmática le hicieron perder influencia.
Juan Cruz, un veterano oficial de inteligencia que, entre mayo de 2017 y septiembre de 2018, se desempeñó como el principal responsable de la formulación de políticas de Trump en América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional dijo que la pasividad del gobierno de Obama permitió que China expandiera sus asociaciones comerciales, diplomáticas y militares lo que, a largo plazo, plantea una amenaza estratégica para los Estados Unidos.
“Los chinos están comiendo nuestro almuerzo”, dijo Cruz.
Según sus colaboradores, en un eventual gobierno de Biden, Estados Unidos retiraría una vez más la Doctrina Monroe, una política del siglo XIX bajo la cual Washington estableció que América era su esfera de influencia exclusiva y los intentos de las potencias extranjeras de intervenir serían considerados como actos hostiles.
La administración Trump sorprendió a muchos en América Latina cuando resucitó la doctrina en 2018 para rechazar los avances diplomáticos y comerciales de China en América Latina.
Con ese fin, Trump lanzó “América crece”, una iniciativa para estimular la inversión de Estados Unidos. Pero ha tenido poca tracción hasta la fecha y no incluye nuevas fuentes de financiamiento.
Juan Gonzalez, exfuncionario del gobierno de Obama que aconseja a Biden en asuntos de América Latina, dijo que el gobierno de Trump ha logrado poco en la región porque, en gran medida, la ha visto como fuente de inmigrantes no deseados y a través del prisma de los muy disputados bloques de votantes latinos en Florida.
“El gobierno de Trump no cuenta con una política para América Latina” dijo González, nacido en Colombia y quien ha trabajado para el departamento de Estado y la Casa Blanca. “Cuenta con una estrategia electoral para el sur de Florida, pero su legado son las deportaciones y hacerse la vista gorda ante la corrupción desenfrenada”.
John Ullyot, vocero del Consejo de Seguridad Nacional, defendió la actuación del gobierno actual en América Latina. “El presidente Trump ha demostrado un compromiso histórico con la región al recibir las visitas de más de una docena de líderes latinoamericanos y caribeños y un liderazgo continuo en la lucha contra las drogas, el avance de los derechos humanos y al contrarrestar los efectos negativos de la COVID-19”.
Trump detuvo en 2019 una gran parte de la ayuda a Centroamérica que Biden había implementado.
En la era de Trump, los líderes de esos países han tenido pocos incentivos para mantener las promesas anticorrupción que hicieron al gobierno de Obama. Guatemala, que había establecido un grupo de trabajo contra la corrupción integrado por expertos internacionales, lo dio por terminado en 2018 y no enfrentó ninguna consecuencia por parte de la administración Trump.
En 2019, la Casa Blanca de Trump se interesó mucho por Venezuela, que desde hace años ha estado sumida en una crisis económica y humanitaria. John Bolton, el exasesor de seguridad nacional, lideró un esfuerzo para lograr un cambio de régimen allí y en dos naciones aliadas, Cuba y Nicaragua, a las que llamó la troika de la tiranía.
El esfuerzo del gobierno de Trump para sacar del poder al líder autocrático de Venezuela, Nicolás Maduro, al reconocer al líder opositor Juan Guaidó como el presidente legítimo del país, fue apoyado por muchos líderes mundiales. Pero las sanciones que impuso Estados Unidos para expulsar a Maduro del poder no han logrado su objetivo, aunque el país se hundió más profundamente en la ruina económica.
En lo que concierne a Venezuela, los asesores de Biden expresaron poca esperanza de que seguirán tratando a Guaidó, quien no logró persuadir a las fuerzas armadas de que rompieran filas con Maduro, como el líder de facto del país. Un asesor sénior dijo que una Casa Blanca con Biden buscaría establecer negociaciones con Maduro y presionarlo a que se comprometa a tener elecciones justas.
Cruz, el exfuncionario de más alto rango en asuntos latinoamericanos durante el gobierno de Trump, dijo que había sido el gobierno de Obama el que había permitido que empeorara la crisis en Venezuela.
“Creo que existieron oportunidades perdidas”, dijo Cruz, que ha ocupado altos cargos en la Casa Blanca, tanto en gobiernos republicanos como demócratas.
Los asesores de Biden dijeron que buscarían temas en común con Cuba y se revertirían algunas de las restricciones a los viajes y las transferencias de dinero implementadas por Trump y que concebían que las medidas para normalizar las relaciones entre ambos países era el enfoque más prometedor para lograr el cambio en la isla. Pero la campaña no ha puesto entre sus prioridades la relación con Cuba, un tema que sigue siendo demasiado controversial entre los votantes cubanoestadounidenses, quienes en elecciones pasadas han tenido una gran influencia.
Julissa Reynoso, exembajadora de Estados Unidos en Uruguay que también asesora a la campaña de Biden en temas de América Latina, dijo que Estados Unidos puede lograr más si lidera con el ejemplo y fomenta el consenso. Eso empieza por retirar la doctrina Monroe.
“Promulgar estas doctrinas como si los latinoamericanos estuvieran esencialmente a nuestra disposición no es útil”, dijo Reynoso.
Hay un tema en el que Biden parece inclinado a mostrarse duro: el cambio climático.
Durante el primer debate presidencial, propuso la creación de un fondo internacional de 20.000 millones de dólares para preservar la Amazonía en Brasil y dijo que el gobierno conservador de ese país enfrentaría “consecuencias económicas” si no logra frenar la deforestación.
El presidente brasileño Jair Bolsonaro, quien ha cultivado una relación cercana con Trump, respondió indignado con un comunicado publicado en Twitter en el que afirmaba: “Nuestra soberanía no es negociable”.
Sullivan, el consejero del ex vicepresidente en temas de política exterior, dijo que un gobierno de Biden buscaría trabajar de manera colaborativa con Brasil en áreas de interés mutuo, pero que la relación entre ambos líderes seguramente sería tensa.
“No evitaría desafiar a Bolsonaro en asuntos relacionados con la degradación ambiental, los temas relacionados con la corrupción y otros retos que enfrenta el presidente de Brasil”, dijo.
Ernesto Londoño es el jefe de la corresponsalía de Brasil, con sede en Río de Janeiro. Antes fue escritor parte del Comité Editorial y, antes de unirse a The New York Times, era reportero en The Washington Post. @londonoe Facebook