La pandemia del coronavirus les ha propinado a millones de mujeres que trabajan un desastroso e insólito golpe triple.
En primer lugar, los sectores de la economía que se vieron más afectados desde un principio por la pérdida de empleos fueron aquellos en los que hay una mayor participación de mujeres: restaurantes, negocios minoristas y atención a la salud.
Luego comenzó una segunda ola que eliminó empleos gubernamentales a nivel local y estatal, otra área donde las mujeres superan en cantidad a los hombres.
Para muchas mujeres, el tercer golpe ha sido el decisivo: el cierre de guarderías y el cambio al modelo de educación a distancia. Eso abrumó a las madres, mucho más que a los padres, con responsabilidades domésticas apabullantes.
“Nunca antes hemos visto esto”, señaló Betsey Stevenson, profesora de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Míchigan y madre de hijos en segundo y sexto grado.
Por lo general, las recesiones comienzan por arruinar las industrias de la manufactura y la construcción, donde los hombres ocupan la mayor parte de los cargos, afirmó.
El impacto en el panorama económico y social es tan inmediato como perdurable.
Este golpe triple no solo les está quitando a las mujeres los empleos que tenían, sino que también impide que muchas busquen otros trabajos, lo que podría perjudicar su porvenir y sus ingresos de por vida. A nivel nacional, eso podría frenar el crecimiento y excluir de la economía a trabajadoras preparadas, comprometidas y con experiencia.
La desigualdad en el hogar —en términos de las responsabilidades domésticas y del cuidado de los niños— afecta a la desigualdad en el lugar de trabajo, concluyó Misty L. Heggeness, economista en jefe de la Oficina del Censo, en un informe de trabajo sobre el impacto de la pandemia elaborado para el Banco de la Reserva Federal de Minneapolis. Afirmó que, sin un sistema de apoyo más integral, “las madres siempre serán vulnerables a estragos profesionales durante cualquier crisis importante, como esta pandemia”.
El informe más reciente del Departamento del Trabajo señaló que el mes pasado se revirtió un poco del daño cuando se reactivó la industria de servicios y redujo a un 6,5 por ciento la tasa de desempleo para las mujeres, un poco más abajo que la de los hombres. Pero aún hubo 4,5 millones menos de mujeres contratadas en octubre de las que había hace un año, en comparación con 4,1 millones de hombres.
Además, según la Oficina del Censo, una tercera parte de las trabajadoras de entre 25 y 44 años que no tienen empleo afirmó que esto se debía a que tenían que atender a sus hijos. Solo el 12 por ciento de los hombres desempleados dieron esa razón.
Laci Oyler ha sentido esa presión. Su esposo, empleado de una imprenta importante, ya estaba trabajando desde casa cuando, debido a la pandemia, cerraron las guarderías y las escuelas en Milwaukee. Pero después de dos días de cuidar a sus dos hijos pequeños, “él dijo: ‘De ninguna manera’”, comentó Oyler. Así que ella redujo sus horas semanales como psicoterapeuta en Alverno College, una pequeña institución católica, de 32 a 5 horas.
En agosto, cuando supo que las escuelas públicas seguirían impartiendo clases solo por internet en el otoño, Oyler decidió que no tenía otra opción más que solicitar un permiso sin goce de sueldo.
Este mes decidió renunciar.
“El trabajo implica mucho más que el dinero que llevas a la casa”, afirmó Oyler. “Pero cuando hacemos el balance entre el riesgo y la gratificación, parece que no vale la pena”, añadió, refiriéndose al costo del cuidado de los hijos sumado a la posibilidad de que ella o sus hijos contrajeran el coronavirus.
Como una profesionista titulada, Oyler cree que no tendrá problemas para regresar a la fuerza laboral cuando esté lista. Pero muchos estudios han demostrado que para la mayoría de las mujeres que trabajan, renunciar para cuidar a sus hijos o a otros familiares tiene un alto costo. La reincorporación es difícil, y si lo logran, por lo general ganan menos y tienen menos protección. Además, cuanto más tiempo pasa una persona sin trabajar, la reincorporación se torna más complicada.
Claudia Goldin, profesora de Economía en la Universidad de Harvard, mencionó que esta era la primera recesión en que la economía estaba tan entrelazada con el sistema del cuidado infantil.
“Durante la Gran Depresión, a nadie le interesaba el sector del cuidado infantil”, señaló. “Las mujeres no participaban en el mercado laboral y no tenían que hacerlo”.
Una de las razones por las que el Congreso comenzó a brindar ayuda financiera a las familias pobres cuyo sustento eran mujeres en la década de 1930, con un programa titulado originalmente Ayuda a Familias con Hijos Dependientes, fue para que ellas pudieran permanecer en casa con sus hijos y que no compitieran por empleos con los hombres, afirmó Goldin.
No fue sino hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando se necesitó con urgencia la presencia de las mujeres en las fábricas y oficinas para que remplazaran a los hombres que eran reclutados por el ejército, que el gobierno instaló una amplia red de guarderías y centros de cuidado infantil subsidiados por fondos federales en casi todos los estados. Cuando terminó la guerra, también cesó el apoyo.
“Una madre no puede estar contenta trabajando en una fábrica durante la guerra si está preocupada por sus hijos, ni tampoco puede haber niños corriendo descontrolados por las calles sin que se produzca un efecto negativo en las próximas generaciones”, declaró Carl Hayden, senador demócrata por Arizona, en 1943.
Las mujeres conforman aproximadamente la mitad de la fuerza laboral del país. Hay desde principiantes hasta experimentadas, viven en zonas urbanas, suburbanas y rurales, y a menudo cuidan a bebés y a adolescentes. Pero los problemas de la recesión provocada por la pandemia han afectado más a las mujeres de bajos ingresos, a las que pertenecen a minorías, y a las madres solteras.
Quienes integran estos grupos concurrentes casi siempre tienen los horarios más impredecibles, las menores prestaciones y menos posibilidades de pagarle a alguien para que cuide a sus hijos. Realizan la mayor parte de los trabajos esenciales que no pueden hacer desde casa y, por lo tanto, tienen el mayor riesgo de exposición al virus. Al mismo tiempo, tienen una participación desproporcionada en la industria de servicios, donde se ha perdido la mayoría de los empleos. Entre las mujeres negras, el desempleo es del 9,2 por ciento y del 9 por ciento entre las latinas.
Cuando se acabó el trabajo de limpieza en las casas debido a la pandemia, Andrea Poe logró encontrar un trabajo de mantenimiento en un desarrollo turístico en Orange Beach, Alabama, a unos 45 minutos en auto de Pensacola, Florida, adonde ella y su hija de 14 años, Cheyenne Poe, se habían mudado con una hija mayor, su prometido y sus cinco hijos.
La familia estaba atrasada en el pago de la renta y bajo amenaza de ser desalojada cuando el huracán Sally llegó a la costa en septiembre. Para escapar de las inundaciones, se apiñaron en dos automóviles, condujeron hasta Biloxi, Misisipi, y pasaron cinco noches en el estacionamiento de un Walmart.
Ahora, Poe y Cheyenne, quien ya tiene 15 años, están en Peoria, Arizona, viviendo en la casa rodante de su madre.
Poe mencionó que solicitaba empleo todos los días, pero que hasta ahora no había tenido suerte. Además, tenía que seguir pagando las cuentas. Poe ha dejado de pagar dos abonos consecutivos del préstamo de su auto y le preocupa que se lo embarguen.
“Solo espero que lleguen mis cheques de desempleo para que no me quiten el coche”, comentó. “Si pierdo el auto, nunca podré conseguir empleo”.
Desde 2015 hasta la pandemia, la participación creciente de las mujeres en el mercado laboral fue uno de los principales motores del crecimiento de la economía, señaló Stevenson, la economista de Míchigan.
“Es la razón por la que la economía creció como lo hizo y por la que los empleadores pudieron seguir contratando gente mes tras mes”, afirmó.
Desde febrero, ha estado disminuyendo la participación de las mujeres en el mercado laboral, y el mayor decrecimiento se da entre las mujeres que tienen hijos y que no poseen un título universitario.
Los cambios impuestos a las mujeres por la pandemia suscitan una combinación de angustia y esperanza.
A muchas mujeres les preocupa que estos cambios reduzcan drásticamente sus opciones y las obliguen a asumir el indeseado papel no remunerado de ama de casa a tiempo completo.
Además, el impacto podría afectar a varias generaciones, disminuir los ahorros para el retiro y reducir los ingresos futuros de los niños que ahora pertenecen a familias de bajos recursos.
“Estamos generando una desigualdad de aquí a 20 años que quizá sea mayor que la que tenemos ahora”, afirmó Stevenson, quien fue miembro del Consejo de Asesores Económicos del presidente Barack Obama. “Así es como la desigualdad origina desigualdad”.
No obstante, también existe la posibilidad de que la creciente presión pueda impulsar la finalización del proyecto inconcluso de integrar por completo a las mujeres al mercado laboral al ofrecer un sistema de apoyo familiar, como las guarderías a bajo costo y los permisos con goce de sueldo por maternidad y enfermedad.
“Creo que estamos en una verdadera encrucijada”, señaló Julie Kashen, directora de justicia económica para las mujeres en la Century Foundation y una de las autoras de un nuevo informe relacionado con la pandemia y las mujeres que trabajan. “Nunca hemos generado un lugar de trabajo que funcione para las personas que tienen la responsabilidad de cuidar a sus hijos”.