Cuando te han manipulado e ignorado los hombres que se las dan de chicos relajados. ¿Cómo aceptas a un hombre que te adora y es sincero?
Era casi medianoche cuando llegué a la fiesta del patio trasero de Erica, después de ir a un concierto en Prospect Park y hacer un largo recorrido en metro hasta Williamsburg. Honestamente, estaba orgullosa de haberme obligado a salir.
Tenía el hábito de cancelar planes, pues estaba demasiado deprimida para salir de mi departamento. Mi carrera se había estancado. Acababa de salir de un largo enredo con un hombre emocionalmente no disponible. Y mi padre había muerto recientemente de cáncer solo tres meses después de su diagnóstico.
Las cervezas que había bebido en el espectáculo estaban dando paso a un hambre persistente. Ante mí, había en una mesa de postres y un suntuoso pastel de chocolate, pero no pude encontrar ningún tenedor.
Me volví hacia el tipo que estaba a mi lado: “¿Sabes dónde están los cubiertos?” (Estaba lista para comer con las manos).
Sacó una cuchara de plástico. “No, pero puedes usar la mía si quieres”.
“¿No tienes ninguna enfermedad o algo así?”.
“Nop ”.
Parecía inofensivo y amable, así que tomé la cuchara, me serví una rebanada y me alejé, mientras me metía cucharadas de pastel a la boca.
Más tarde, cuando me iba, me encontré con él de nuevo, y —ya sin estar cegada por mi apetito— sentí como si lo viera por primera vez. Bronceado y guapo, parecía estar a punto de cumplir 30.
“Soy James”, dijo. “¿De dónde conoces a Erica?”.
“Trabajamos juntas”, respondí. “Soy productora de audiolibros, al menos por ahora. Voy a dejarlo pronto”.
“¿Por qué?”.
“Voy a conducir a través del país con mi perro, Reine”.
“Como en ‘Viajes con Charley’ ”, dijo, refiriéndose al famoso libro de Steinbeck que tenía pero no había leído. Estaba concentrado en mí, sin distraerse y mostrándose serio de una manera que no había experimentado desde que me mudé a Nueva York cuatro años antes tras haber estado en Atlanta.
“Tal vez sea así”, dije. “Aunque no lo he leído”.
“¿Adónde vas?”.
“A todas partes. Tengo amigos en todas partes y familia en el sur, y llegaré a la costa oeste”.
“Soy de Arkansas”, dijo. “Si pasas por Little Rock, puedes quedarte con mi madre”.
Pensé que lo decía en serio. Los sureños son conocidos por su hospitalidad, después de todo. “Eso sería genial”, dije. “Ya veremos”. No estaba segura de qué tan en serio tomarlo. “Bueno, tengo que irme”.
“¡Pásala bien en tu viaje!”. Sonrió, mirándome de manera fija.
¿Estaba coqueteando? La mayoría de mis prospectos románticos en Nueva York habían cultivado un aire de desinterés con el que se la pasan observando el lugar en busca de mejores posibilidades. Hacía conexiones con los hombres solo para que después me ignoraran. Asumiendo que no era diferente, le dije con tranquilidad: “Gracias, encantada de conocerte”, y me fui.
Después de la fiesta de Erica, pensé en James y luego dejé de hacerlo hasta unos días después, cuando Erica me llamó.
“A mi amigo James le gustas”, dijo. “Dijo que le hiciste sentir ‘mariposas en el estómago’”.
Mi corazón dio un salto mortal. “¿El que tiene el pelo castaño claro y una gran sonrisa?”.
“Sí. Tiene 23 años, pero no parece”.
Pasé saliva. Pensé que estábamos más cerca en edad. “No importa entonces”, dije. “No puedo salir con alguien tan joven. Además, perderá el interés cuando se entere de que tengo 36 años”.
“¡No le importará! Conozco a James desde hace años. Es un alma vieja. Deberías tomar un trago con él. Anda”.
El año pasado había rechazado nuevas posibilidades románticas debido a mi fobia al compromiso. Ahora estaba lista para seguir adelante.
“Bien”, dije. Estaba nerviosa, pero la muerte de mi padre había cambiado mi vida y traído una nueva urgencia a los cambios que anhelaba.
“¡Fantástico! Los presentaré por correo electrónico”.
Durante la siguiente hora, hasta que recibí su correo electrónico, revisé mi bandeja de entrada aproximadamente 316 veces.
“James, te presento a Amre. Amre, te presento a James. ¡Adiós!”.
Este era todo el estímulo que James necesitaba. Me envió un correo electrónico con el asunto “Viajes con Charley”, en el que me preguntó si estaba libre para tomar una copa ese fin de semana. Estaba siguiendo la receta básica para invitar a alguien a salir con éxito: mostrar un claro interés y hacer una petición directa. Suena simple, pero después de un año persiguiendo a un hombre que nunca lo hizo, me pareció que la franqueza de James era una delicia inesperada.
Le dije que estaba disponible el domingo por la noche. Prometió llamar ese día para hacer planes. Yo estaba emocionada y aterrorizada a partes iguales.
A las 9:00 p. m. del domingo, esperé a James afuera de uno de mis bares favoritos de Williamsburg, cuyo jardín exterior era perfecto para una primera cita en una noche de verano. Pronto llegó, y nos abrazamos. Una sensación de familiaridad me invadió, como si hubiéramos hecho esto antes.
Nos sentamos afuera bajo una luna brillante mientras él preguntaba sobre mi viaje por carretera.
“Mi padre falleció, y por eso voy a ir”, dije. Ahí estaba yo, mostrándome vulnerable a la menor provocación.
“Siento mucho lo de tu padre”, dijo. “Eres valiente al ir solo con tu perro”.
“Gracias”, dije, sonrojándome. “No me siento valiente”.
Nuestras voces flotaban con una ligera brisa mientras nos compartíamos nuestras aspiraciones. James era un excelente oyente y un dotado narrador de historias. Se había mudado a Nueva York en un autobús Greyhound, el factor decisivo para que su actual jefe, un productor de televisión, lo contratara. Pensó que tenía más agallas que todos los graduados ricos de universidades privadas que se habían postulado. Su ambición era dirigir sus propias películas, y pude ver que era muy trabajador, motivado e ingenioso. Sentí que me estaba enamorando de él.
Al final de la noche, dijo, “¿Puedo acompañarte a casa?”.
Cuando llegamos a mi edificio en la avenida Kingsland, nos quedamos parados al final de las escaleras, mirándonos a los ojos. Yo estaba mareada por la anticipación.
“Me la pasé muy bien esta noche”, dijo. “Estoy enamorado de ti y me gustaría volver a salir contigo”.
“Me encantaría”. Giré mi cara para encontrarme con sus labios y darnos un largo beso bajo la luz de la luna.
Unos dos minutos después de que nuestra cita terminara, empecé a obsesionarme. No pude evitarlo.
A la mañana siguiente, en el trabajo, mi mente seguía girando en torno a nuestro posible futuro juntos. Como sabía que me iba a ir en varias semanas, ¿me veía como una agradable distracción? ¿Debía mencionar la cuestión de nuestra diferencia de edad? ¿Eso arruinaría todo?
Durante las siguientes semanas, la relación floreció. Vimos “Pierrot le Fou”, comimos comida vegetariana y escuchamos música “soul”. En una ocasión, a medianoche, decidimos ir a Coney Island y beber vino cubiertos por una manta bajo las estrellas. No tuve miedo de decirle que era un visitante frecuente de mis sueños. Me aseguró que él también había estado soñando conmigo. Nuestra diferencia de edad no parecía importante, pero aún no lo habíamos discutido.
Después del Día del Trabajo, me armé de valor para preguntar lo que había estado hirviendo en mi cerebro durante semanas: “Creo que sé la respuesta a esto, pero ¿estás viendo a alguien más?”.
“No puedo imaginarme querer ver a alguien más”. Su falta de culpa derritió mi ansiedad.
Le hablé del tipo que me había dado alas mientras veía a otras mujeres, preocupada de exponer demasiado sobre mis relaciones pasadas.
“Bueno, yo estaba viendo a unas nueve personas, pero me las arreglé para sacar a las otras ocho por ti”, me dijo.
Nos reímos, y mis miedos se desvanecieron.
Una semana después, estábamos dando vueltas a la pista del parque McCarren con Reine cuando le pregunté a James si quería verme en algún punto de mi viaje por carretera.
Su respuesta fue vacilante mientras encontraba la manera de decir lo que quería: “No sé si estás buscando un novio, pero, si es así, me presentaré a la audición para ese papel”.
Me quedé atónita. Ninguno de mis prospectos románticos me había pedido ser mi novio desde que estaba en la secundaria. Fue un cambio muy refrescante que se oponía a la ambigüedad que sufría con todos los hombres que me habían atraído en Nueva York.
Una semana antes de irme, James me estaba ayudando a empacar una noche cuando finalmente decidí que necesitaba revelar mi edad y ver cómo reaccionaba. “Tengo que decirte algo”, le dije. “Tengo 36 años”.
“¿Estás segura de que no estás mintiendo?”, dijo, bromeando.
“¿Por qué iba a mentir?”, le respondí.
“Pero eres muy guapa”.
Pensé que estaba bromeando y empecé a reírme, pero parecía herido.
“No es una broma”, dijo. “Lo digo en serio”.
Resultó que James había descubierto mi edad a través de un viejo perfil en línea. Lo había sabido todo el tiempo.
Cuatro años y medio después, estábamos caminando por la pista del p arque McCarren cuando se detuvo y dijo: “No sé si estás buscando un marido, pero, si es así, me presentaré a la audición para ese papel”.
Y ahora llamamos al parque McCarren “parque del Matrimonio”.