“Cuando veo un producto con una larga lista de cosas que se supone que puede reparar, sé que no puede ser cierto”, dijo Marion Nestle, especialista en nutrición y políticas alimentarias de la Universidad de Nueva York.
El aceite de coco sigue promocionándose como un alimento milagroso. Sus impulsores, entre quienes hay varias celebridades, afirman que promueve la pérdida de peso, disminuye la presión arterial y la glucosa en la sangre, protege de enfermedades coronarias, aumenta la energía, reduce la inflamación, borra las arrugas e incluso combate la enfermedad de Alzheimer. Además, tiene un sabor delicioso, entonces ¿qué podría tener de malo? Si se creen todo eso, me ofreceré a venderles el puente de Brooklyn.
“Cuando veo un producto con una larga lista de cosas que se supone que puede reparar, sé que no puede ser cierto”, dijo Marion Nestle, especialista en nutrición y políticas alimentarias de la Universidad de Nueva York.
“El aceite de coco ha adquirido un aura saludable como si fuera un superalimento y mucha gente cree que es verdad. Son culpables de caer en el pensamiento mágico y tienen que detenerse y pensar: ‘Están tratando de venderme algo’”.
Sin embargo, una encuesta realizada en 2016 reveló que el 72 por ciento de los estadounidenses consideraban al aceite de coco como un alimento saludable.
Ya es hora, desde hace mucho, de retirarle al aceite de coco una reputación que la evidencia científica demuestra que no merece y darles la oportunidad a los consumidores de tomar esos 40 dólares que quizá iban a gastar en una botella de 940 mililitros de aceite de coco y mejor invertirlos en alimentos que realmente puedan mejorar su salud.
Espero que las pruebas científicas que se muestran a continuación los convenzan de relegar el aceite de coco al estatus de, digamos, el helado: un lujo ocasional que es mejor consumir en cantidades modestas para disfrutar su sabor y textura.
En primer lugar, examinemos exactamente qué es el aceite de coco. En realidad, no es un aceite, al menos no cuando está a temperatura ambiente para la mayoría de la gente que vive en el hemisferio norte. Es más parecido a la mantequilla o al sebo de ternera, pues se solidifica cuando se enfría. Esa es la primera pista del hecho de que, a diferencia de la mayoría de los otros aceites derivados de plantas que contienen en su mayoría ácidos grasos insaturados, el aceite de coco es una grasa altamente saturada, de hecho, está un 87 por ciento saturado, mucho más que la mantequilla (63 por ciento) o el sebo de ternera (40 por ciento). La mayoría de los expertos recomienda limitar las grasas saturadas, que pueden elevar los niveles de colesterol y provocar obstrucción en las arterias.
El aceite de coco tampoco es un alimento dietético. Al igual que otros aceites vegetales, una cucharada de aceite de coco contiene 117 calorías, 15 veces más que una cucharada de mantequilla.
Tal vez hayas escuchado la afirmación de que el principal ácido graso en el aceite de coco, llamado ácido láurico, no actúa como una grasa saturada en el cuerpo. No es cierto. Su comportamiento se parece más al del sebo de bovino y la mantequilla, los cuales pueden promover la enfermedad vascular aterosclerótica, la primera causa de muerte en la nación.
Para comprender mejor cómo se comporta el aceite de coco cuando se ingiere, consulté a dos expertos, Frank M. Sacks, especialista en nutrición y enfermedades cardiovasculares de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan, de la Universidad de Harvard, y Philip Greenland, profesor de Cardiología en la Escuela de Medicina Feinberg, en Chicago.
“Desde hace mucho tiempo se sabe que el aceite de coco eleva los niveles de colesterol LDL en la sangre, el cual es dañino para las arterias, y las investigaciones más recientes han confirmado esos primeros entendidos”, me comentó Sacks.
Al momento de preparar un editorial publicado en marzo del año pasado en la revista Circulation, dijo: “No pude encontrar nada en la literatura científica que respaldara las aseveraciones publicitarias de que el aceite de coco tiene algunos efectos benéficos”.
Greenland estuvo de acuerdo con esa valoración y afirmó que: “La publicidad para el aceite de coco es confusa. Se vende la idea de que es una grasa saludable, pero quienes conocen su composición no piensan eso en absoluto”.
Una de las afirmaciones sobre el aceite de coco es indiscutible: puede elevar los niveles en la sangre del colesterol HDL, que desde hace mucho se piensa que ofrece protección contra las enfermedades coronarias. Sin embargo, aún no se ha demostrado un caso claro de beneficio para la salud del colesterol HDL en personas.
Así como lo informó Sacks: “Hasta ahora, los estudios genéticos y los medicamentos que aumentan los niveles de HDL no han respaldado una relación causal entre el colesterol HDL y las enfermedades cardiovasculares. El HDL está compuesto por una enorme gama de subpartículas que podrían tener conductas adversas o benéficas. Se desconoce cuáles son los alimentos o nutrientes que elevan el colesterol HDL, si es que los hay, y lo hacen de tal manera que reducen los eventos coronarios y de ateroesclerosis”.
Greenland piensa exactamente lo mismo. “Los esfuerzos por elevar los niveles de colesterol HDL no han propiciado mejoras clínicas favorables”.
A los proponentes también les encanta citar el hecho de que varios pueblos indígenas —como los polinesios, los melanesios, los esrilanqueses y los indios— consumen cantidades bastante grandes de productos de coco sin sufrir altas tasas de enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, la mayoría de estos pueblos tradicionalmente comen la pulpa del coco o exprimen la crema del coco como parte de una dieta baja en alimentos procesados y rica en frutas y vegetales, pues el pescado es su principal fuente de proteína. También tienen mucha más actividad física que el occidental promedio.
No obstante, ahora incluso eso está cambiando, según informó un equipo de investigación de Nueva Zelanda, con las “importaciones de alimentos no saludables como carne encurtida, comida rápida e ingredientes procesados que derivan en increíbles aumentos de obesidad y salud precaria”.
La revisión que hizo el equipo de 21 estudios sobre el consumo de aceite de coco lo llevó a la conclusión de que consumir productos de coco que contienen fibra, como la pulpa y la harina de coco, como parte de una dieta rica en grasas poliinsaturadas y privada de calorías excesivas provenientes de carbohidratos refinados no plantearía un riesgo de padecer enfermedades cardiacas. Sin embargo, los investigadores no encontraron evidencia alguna que justificara sustituir el aceite de coco por otros aceites vegetales insaturados.
O como dijo Nestle: “Si te gusta su sabor, está bien que lo consumas en cantidades limitadas, pero no es para nada un superalimento”. No obstante, agregó, si quieres usar el aceite de coco en tu cabello o tu piel, no hay problema.
Ya es hora, desde hace mucho, de retirarle al aceite de coco una reputación que la evidencia científica demuestra que no merece y darles la oportunidad a los consumidores de tomar esos 40 dólares que iban a gastar en una botella de 940 mililitros de aceite de coco y mejor invertirlos en alimentos que realmente puedan mejorar su salud. (Gracia Lam/The New York Times).