Ahora, después de un año de preocuparse de que el Hatch no volviera a abrir sus puertas, Kachingwe dice que su mayor preocupación es volver a recibir a los clientes adentro.
Hace un año, en el Hatch, un angosto bar de barrio del centro de Oakland, decenas de personas sin cubrebocas se aglomeraron en su interior para despedirse por un buen tiempo. El gobernador de California acababa de ordenar el primer cierre del país a causa del coronavirus, y el personal y los clientes habituales del bar pensaron que no regresarían en semanas, quizá incluso meses.
Así comenzó un año difícil. Más de 500.000 personas fallecieron a causa del coronavirus en Estados Unidos y este obligó a más de 100.000 negocios pequeños a cerrar de manera definitiva. En el Hatch, algunos de los trabajadores lucharon por la supervivencia del bar. Otros simplemente trataron de sobrevivir.
The New York Times siguió la trayectoria del bar y sus trabajadores durante los primeros meses después del cierre, e hizo una crónica de las facturas vencidas, las faltas de pago del alquiler, el fracaso del negocio de comida para llevar y los diagnósticos de cáncer. En medio de un segundo cierre en diciembre, mientras los fallecimientos por coronavirus batían récords a diario, el propietario del bar, Louwenda Kachingwe, conocido como Pancho, dijo que llegó a pensar que el Hatch había servido su última cerveza.
Se alegra de haberse equivocado. Un sábado reciente, un camarero con cubrebocas pasaba cervezas y botanas a través de una ventanilla de servicio labrada en la pared de la cocina. Los grupos de personas se reunían en torno a mesas de pícnic en un patio que antes era un carril para el tránsito vehicular. Un DJ tocaba hip-hop en la acera y un hombre en patines saltaba al ritmo de la música, con una bebida en la mano.
El Hatch está vivo, aunque como un lugar diferente. Es uno de los cientos de miles de bares y restaurantes que han sobrevivido a duras penas durante el último año. Muchos han recurrido a los apoyos del gobierno y a las donaciones, y casi todos han tenido que ser creativos y adaptarse.
En Estados Unidos, 260.000 negocios, entre ellos 85.000 restaurantes, han reabierto sus puertas en el último año, según un informe de Yelp de la semana pasada. En septiembre, Yelp informó que la pandemia había forzado el cierre de casi 100.000 negocios de manera permanente.
En el Hatch, Kachingwe se valió del ingenio y un poco de buena suerte para aprovechar los recursos federales y los descuentos en los alquileres, no solo para mantenerse a flote sino para expandirse.
El mes pasado, él y la gerente del Hatch, Robin Easterbrook, abrieron Pothead, una tienda de flores y vinos, al lado del Hatch. También alquilaron un tercer espacio vacío junto a Pothead para hacer arreglos florales más grandes para eventos, montar un nuevo negocio de elaboración de cocteles y salsas embotellados, y subarrendar el escaparate para el negocio de ropa de unos amigos.
Esa apuesta en medio de una pandemia era audaz, pero Kachingwe vislumbró una oportunidad. Acababa de recibir su segundo crédito condonable de 72.500 dólares del gobierno federal y su casero estaba desesperado. Entonces, Kachingwe negoció un acuerdo que le daba acceso a los tres locales adyacentes por 7500 dólares al mes, es decir, un 20 por ciento más de lo que pagaba solo por el Hatch antes de la aparición del virus. El propietario dijo que evaluaría el acuerdo a finales de abril.
Kachingwe comentó que había intentado tranquilizar a sus trabajadores durante meses diciendo que sus planes solo necesitaban tiempo para funcionar. “Ahora por fin lo estamos consiguiendo”, dijo. “Esto parece ser un gran punto de inflexión para todo el personal, que pasó de estar deprimido por la pandemia a pensar: ‘Bueno, quizá las cosas mejoren’”.
No obstante, algunos miembros de su personal están teniendo dificultades.
Santos, uno de los dos cocineros del Hatch, quien solicitó ser identificado solo por su nombre de pila debido al estatus migratorio de su familia, lleva meses atrapado en su casa de tres habitaciones, la cual compartía con once familiares en las afueras de Oakland. Presentó complicaciones después de una operación de hernia que tuvo en junio, y no ha trabajado desde entonces. El nuevo negocio de comida para llevar del Hatch iba tan lento que tampoco lo necesitaban.
En diciembre, la hija de Santos se mudó a otro lugar con sus cuatro hijos, con lo que quedaron menos personas para repartirse los casi 3000 dólares mensuales de alquiler. La situación fue especialmente difícil sin los 2500 dólares que solía percibir como sueldo del Hatch. Para salir adelante, él y los hijos que aún vivían con él pidieron dinero prestado a sus familiares y frecuentaron los bancos de alimentos.
En 2019, una década después de su llegada a Estados Unidos desde Guatemala, recibió una visa, pero no ha recibido ningún cheque de estímulo ni de desempleo.
“Necesito trabajar”, dijo. “Para pagar todo: el alquiler, otras necesidades y enviar dinero a la familia en Guatemala”.
Hay buenas noticias. Una segunda cirugía ha aliviado el dolor de la primera y está previsto que Santos vuelva a la estrecha cocina del Hatch esta semana.
María, la encargada de limpieza del bar, quien es inmigrante no autorizada, no tiene previsto volver (el Times también accedió a no usar su nombre completo debido a su estatus migratorio). Se va a someter a quimioterapia por un mieloma múltiple, un tipo de cáncer de las células plasmáticas de la médula ósea. Su salud empeoró de manera drástica después del inicio de los cierres, y en mayo apenas podía caminar, pero afirmó que, desde que comenzó el tratamiento, ha mejorado poco a poco y se mueve con una andadera. Puesto que no puede trabajar, Kachingwe contrató a su esposo para que hiciera la limpieza algunos días.
Kachingwe, Santos y María recibieron ayuda el año pasado de una fuente inesperada: las donaciones del público del Times. Después de que el Times publicó un artículo y un pódcast sobre el Hatch y su personal el año pasado, se depositaron unos 75.000 dólares al sitio web de recaudación de fondos del bar. La mayor parte ayudó a mantener el bar a flote, mientras que María recibió unos 10.500 dólares y Santos 260 (María recibió mucho más porque, a diferencia de Santos, participó en un pódcast del Times).
“Gracias a Dios y a la gente que, sin conocerme, me ha ayudado”, dijo María. “Sin esa ayuda, no habríamos sobrevivido”.
Kachingwe señaló que las donaciones, así como los 145.000 dólares de los recursos federales, le habían ayudado a modificar el negocio. Presionó a los funcionarios de la ciudad para que cerraran un carril de tráfico automovilístico y ahí construyó un patio en dos ocasiones (los días de lluvia arruinaron el primero). Él y su personal construyeron la ventanilla de servicio para llevar, reescribieron el menú, trasladaron un proyector y una pantalla al exterior y compraron un sistema de sonido para exteriores en Craigslist.
Ahora, después de un año de preocuparse de que el Hatch no volviera a abrir sus puertas, Kachingwe dice que su mayor preocupación es volver a recibir a los clientes adentro. Está descifrando maneras para que el sistema de sonido abarque tanto el espacio interior como el exterior y que los clientes del interior puedan ordenar comida en la ventanilla de afuera. En tanto no reciban la vacuna, algunos miembros del personal también se sienten incómodos con la idea de que los clientes vuelvan al interior del reducido bar.
De hecho, Kachingwe dice que prefiere la disposición actual del bar Hatch a lo que era antes de la pandemia. Con los asientos al aire libre, “está más animado”, dijo. “No me imagino que las cosas vuelvan a ser como antes”.