Cheva por fin se regalaría un tiempo de distracción. Se afanaba más que nunca para culminar a cabalidad sus quehaceres, pues deseaba ganarse el permiso a sí misma para tan esperada ocasión. Pasaría un momento grato en un lugar cerca de su casa, de donde retornaría, quizás, también premiada. Sí, del Teatro Variedades.
Estaba ubicado en Calle 12, frente al Parque de Santa Ana. Sus pilastras y majestuoso portal resaltaban de la alineación de la calle.
Alciades señaló: “Visto desde la Iglesia Santa Ana, a la izquierda había un almacén, creo que de ropa; y a la derecha, además de la tiendita del sifón, estaba la entrada del Hotel Santana; y después, otro negocio frente a la Cantina El Cielo”.
Pertenecía a Tomás Arias, destacado prócer de la patria, quien contrató para el diseño al arquitecto Paul Chatagnon, procedente de Francia; y para la parte artística, al pintor panameño Ángel María Aguilar.
La construcción inició en 1910 y se inauguró en 1912, periodo en que los teatros estaban en auge.
Era un hermoso edificio de 3 pisos. Su arquitectura era distintiva con decoraciones francesas. Su estilo era ecléctico, pues combinaba varios elementos (renacentista, románico y gótico).
El piso, escaleras y techo eran de madera. Había dos escalinatas en el centro hasta la platea y una a un costado para subir a otras plantas.
La sala tenía una pantalla central, tarima, área para orquesta, auditorio, galería y balcón. La boletería estaba en el vestíbulo al igual que la venta de golosinas.
Carlos contó que, “las sillas eran de madera estilo butacas” y Alciades agregó que “no eran muy cómodas debido a que el nivel delantero era más bajo que el posterior”.
Las butacas de la parte alta del teatro eran las más económicas, de acuerdo a Alciades, quien añadió que, “tradicionalmente se les llamaba gallinero”.
Las del mezzanine eran las preferidas de la juventud, pero, según Alciades, “porque se iban a enamorar”.
Los pasillos eran largos y se observaba la diminuta luz de la linterna de quienes se encargaban de llevar al público a sus puestos.
La sala se refrescaba con abanicos y tenía capacidad para 800 personas, aproximadamente, aunque de ser necesario, ingresaban más. En la parte exterior, había quioscos.
Alciades manifestó que, “me agradaban mucho los refrescos de sifón que hacían abajo, al lado de la escalera del Hotel Santana”.
Se trataba de una bebida transparente a base de agua carbonatada y sabores. La servían desde un dispensador a presión, del cual salía fría y burbujeante. Había de sabor a menta, uva, lima, fresa y vainilla, entre otros. En la tiendan vendían también todo tipo de golosinas.
Alciades apuntó que, “así como en los estadios, vendían millo, maní, cigarrillo, chocolate, chicle y galletas. Los dueños eran griegos, según creo”.
Muchas personas vivieron el esplendor del Teatro Variedades, que, en esos tiempos, se consideraba vanguardista. Vecinos y público de otras localidades concurrían a disfrutar de sus espectáculos. Artistas famosos formaron parte del escenario que entretenía tanto a jóvenes como adultos. Realizaban obras de compañías teatrales de prestigio, musicales y conciertos nacionales e internacionales. También se utilizaba para graduaciones, convenciones y reuniones. Sus condiciones eran óptimas para la realización de todo tipo de eventos.
Era el segundo mejor teatro, luego del Teatro Nacional, donde las personas, sin duda, iban a entretenerse, pero a un precio razonable.
Tenía un valor agregado, también realizaban sorteos entre los asistentes. “Hacían rifas, tómbolas y Wahoo, y había premios de ropa, comida, bebida, entradas al cine, dinero y billetes de lotería.”, manifestó Alciades. Explicó que, en las tómbolas se podían colocar números y también nombres, por lo que, al premiado se le podía identificar de ambas maneras.
Carlos agregó que, “realizaban Noches de Banco, en las cuales rifaban dinero entre B/.30.00 y B/.50.00 cuando habían acumulados, y sorteaban también canastas navideñas. El tiquete de entrada tenía 2 talonarios, uno era para participar del sorteo y el otro era el comprobante”.
Los estudiantes tenían precio de entrada especial. “Si uno iba uniformado al cine, el boleto costaba la mitad. Los viernes íbamos después del sarao del Instituto Nacional que era de 2:00 p.m. a 5:00 p.m.”, recordó Alciades.
Alciades compartió una anécdota de cuando fue premiado en su juventud. Expresó: “Cuando estudiaba en la antigua Escuela Gastón Faraudo, con el número 39, me gané una docena de botellas de whiskey. Esto fue porque una enamorada mía llenó la tómbola con todos los boletos con el número 39, que era el que yo había comprado por 0.10 centavos, fue una trampa juvenil”.
Mientras tanto, Cheva disfrutaba tranquila cada historia, apretaba su boleto con ilusión y esperaba con optimismo llevar un premio a casa, y en diferentes ocasiones así ocurrió.
La espectacularidad del Teatro Variedades fue decayendo alrededor del año 1940. Al pasar el tiempo, las instalaciones se deterioraron, las funciones declinaron, y lo convirtieron en cine. Presentaban películas, cortos, series y música.
Alciades dijo que, “habían filmes muy variados, mejicanos, españoles, argentinos, cubanos, musicales, comedias nacionales y más”. En las finales, la sala se utilizaba para proyectar películas prohibidas para menores.
El Variedades forma parte de los monumentos históricos de la provincia de Panamá. Solo está la estructura destruida por el tiempo. Solo quedan ruinas y recuerdos del lugar favorito de Cheva. Y ella tampoco está.