Familia, el gran valor

Familia, el gran valor
El autor es empresario. Foto, cortesía

“El futuro del país no es fruto del azar, sino de su presente historia. Es hora de dar un giro ético, consecuente y verdadero, y reconocerle a la familia la importancia que se merece”.

Los estudios muestran que los niños criados fuera del matrimonio tienen más probabilidades de abandonar la escuela, consumir drogas y participar en actos de violencia. Child Trends, un instituto de investigación en EUA, resumió: “los niños de familias con un solo padre y los niños nacidos de madres solteras enfrentan mayores riesgos de convertirse en pobres”.

No soy juez de nadie, pero la experiencia indica la presencia de un vínculo que da sentido a las manifestaciones antisociales de innumerables adolescentes: la ruptura de las relaciones familiares. Hay excepciones, por supuesto, pero la regla explica que la delincuencia juvenil suele ser el corolario de un silogismo que se basa en supuestos concretos. Y la ruptura de la familia es, de hecho, la raíz de numerosos problemas.

Los conflictos familiares son, por ejemplo, la principal causa que lleva a los jóvenes al mundo de las drogas. Si bien existe una serie de factores que pueden hacer que los jóvenes prueben drogas y se vuelvan adictos (predisposición genética, factores de personalidad, presión de pandillas y del narcotráfico), la estructura familiar es determinante.

En cuanto a la importancia social de la familia, hay muchas publicaciones sobre este particular. Pero me gustaría enfatizar específicamente solo en una de las razones que, en mi opinión, muestran el vínculo causal entre familias saludables y sociedad civilizada y democrática. Me refiero a que en la sociedad no hay cabida para el crecimiento humano y ético, no hay ambiente educativo ni colectivo más propicio y eficaz para el cultivo de valores como la familia bien estructurada. Y esto es de suma importancia, teniendo en cuenta que, en el mundo actual, cada vez es más evidente que la sociedad necesita el oxígeno vital de los valores.

La apreciación del éxito sin límites éticos y la consagración de la impunidad han contribuido al surgimiento de un Estado fallido. La sociedad actual, con sus dolencias, con preocupantes desviaciones de comportamiento (pensemos en la escalada de violencia, la epidemia de corrupción y el infierno de las drogas) es un campo perfecto para reavivar un auténtico homenaje a los valores.

Recordemos la sabiduría de los griegos. Cualquier estudioso de la antigüedad clásica sabe que, entre los poetas y filósofos griegos, y más tarde entre sus discípulos latinos, la grandeza del ser humano estuvo indisolublemente ligada a la “areté”, un concepto de rico contenido cuya aproximación más cercana, en el lenguaje moderno, es precisamente los valores. El hombre vulgar, recuerda Werner Jaeger en su famosa “Paideia: los ideales de la cultura griega”, no tiene areté. Y siguiendo los pasos de Sócrates, Platón escribió que los valores (areté) son los que hacen al alma bella, noble y bien formada, los que envuelven y elevan al ser humano en sustentabilidad y luego irradian como gloria en la vida de la comunidad.

Pues bien, ante esto, parece necesario preguntarnos: ¿dónde aprenden los jóvenes la areté, los valores, que deben ser sobre todo reconocidos por niños, adolescentes y jóvenes, como convicción arraigada y compromiso ineludible sobre la cual depende el bien de la persona y la sociedad? La familia, sí, la familia era y debe ser el caldo de cultivo más propicio para descubrir, apreciar, aprender y practicar los valores.

Pero, ¿dónde está la familia entre nosotros? ¿Existe algún esfuerzo real de parte de los poderes del Estado para fortalecer la familia como estructura vital y como una instancia ética indispensable para la construcción del bien de la sociedad? Pienso que no está lejos de la verdad afirmar que, al parecer por algunos proyectos de ley que muchas veces se escuchan aquí y allá, el compromiso de los máximos dirigentes del país es desintegrar la familia.

No ha llegado el momento en que los responsables de los destinos de Panamá, especialmente los diputados, magistrados y gobernantes, en lugar de dedicarse a quemar leña en la hoguera donde se incineran los valores familiares, dirijan su atención a la familia, conscientes de que, como estructura de la sociedad, está frágil y enferma. No dudo que es en una familia, en la auténtica familia de padre, madre e hijos, más que en cualquier otro marco de convivencia, el lugar donde se pueden cultivar valores, virtudes y sabias tradiciones, que constituyen el mejor fundamento de la educación para la ciudadanía.

La crisis ética que castiga a amplios segmentos de la vida pública en Panamá es un fenómeno impresionante y desalentador, y tiene su lugar de nacimiento en la crisis familiar. Necesitamos poner el dedo en la herida y sacar el pus. La ausencia de valores éticos en el campo de la educación familiar ha dejado huellas profundas. El futuro del país no es fruto del azar, sino de su presente historia. Es hora de dar un giro ético, consecuente y verdadero, y reconocerle a la familia la importancia que se merece.

 

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