Los centros de datos de cómputo son un estudio de caso. Los centros más grandes de datos, desde donde los consumidores y los trabajadores usan servicios y software a través del internet, sí consumen inmensas cantidades de electricidad.
Las gigantescas empresas tecnológicas, con sus centros de datos del tamaño de campos de fútbol americano que están hambrientos de electricidad, no son los villanos ambientales que a veces se retratan en redes sociales y otros sitios.
Apagar tu cámara de Zoom o estrangular tu servicio de Netflix a una definición más baja no produce un gran ahorro de energía, contrario a lo que han asegurado ciertas personas.
Algunos investigadores, incluso, han exagerado de manera considerable el pronóstico del impacto ambiental del bitcóin, el cual requiere mucha potencia computacional.
Estas son las conclusiones de un nuevo análisis de Jonathan Koomey y Eric Masanet, dos científicos destacados en el campo de la tecnología, el uso de la energía y el medioambiente. Los dos eran investigadores en el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley. En la actualidad, Koomey es analista independiente y Masanet es profesor en la Universidad de California, campus Santa Bárbara (Masanet recibe un financiamiento de Amazon para realizar su investigación).
Los científicos aseguraron que su análisis, publicado el jueves como un artículo comentario en Joule, una revista científica, no tenía como objetivo principal ser reconfortante. Más bien, dijeron que lo hicieron para inyectar una dosis de realidad en el debate público en torno al impacto de la tecnología en el medioambiente.
Según los científicos, el aumento en la actividad digital que estimuló la pandemia de la COVID-19 ha alimentado un debate y provocado advertencias nefastas sobre el daño ambiental. Están preocupados de que aseveraciones caprichosas, a menudo amplificadas en redes sociales, pudieran darles forma a comportamientos y políticas.
El par señaló que las afirmaciones exageradas a menudo son iniciativas bien intencionadas de investigadores que hacen suposiciones que podrían parecer razonables. Sin embargo, no están familiarizados con los vertiginosos cambios de la tecnología de la computación: procesamiento, memoria, almacenamiento y redes. Cuando hacen predicciones, suelen subestimar el ritmo de la innovación en el ahorro de energía y cómo funcionan los sistemas.
El impacto de la emisión de video en continuo en el consumo de energía en la red es un ejemplo. Una vez que la red está en marcha, la cantidad de energía que usa es casi la misma, sin importar que fluyan inmensas o diminutas cantidades de datos. Además, las mejoras constantes en la tecnología disminuyen el consumo de electricidad.
En su análisis, los dos autores citan información de dos grandes operadores internacionales de redes, Telefónica y Cogent, los cuales han reportado su tráfico de datos y uso de energía del año COVID de 2020. Telefónica manejó un brinco del 45 por ciento en los datos que pasaron por su red sin aumentar el uso de energía. El uso de electricidad de Cogent cayó un 21 por ciento aunque el tráfico de datos aumentó un 38 por ciento.
“Sí, estamos usando muchos más servicios de datos y haciendo pasar muchos más datos por las redes”, comentó Koomey. “Pero también nos estamos volviendo mucho más eficientes a una gran velocidad”.
Según los autores, otro obstáculo es analizar un sector de alto crecimiento de la industria tecnológica y suponer que el uso de la electricidad está aumentando de manera proporcional y que es una representación de la industria en general.
Los centros de datos de cómputo son un estudio de caso. Los centros más grandes de datos, desde donde los consumidores y los trabajadores usan servicios y software a través del internet, sí consumen inmensas cantidades de electricidad. Los llamados centros de datos en la nube son operados por empresas como Alibaba, Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft.
De 2010 a 2018, la carga de trabajo que llevaron a cabo los centros de datos en la nube aumentaron un 2600 por ciento y el consumo de energía aumentó un 500 por ciento. Sin embargo, el consumo de energía de todos los centros de datos aumentó menos de un diez por ciento.
Los autores creen que es sospechoso hacer una proyección de más de dos o tres años debido a la complejidad, el dinamismo y la imprevisibilidad del desarrollo y los mercados tecnológicos. Criticaron un artículo sobre bitcóin y la electricidad que proyectaba décadas, con base en lo que los autores consideraron como datos antiguos y suposiciones simplificadas: un enfoque que para Masanet es “extrapolar hasta el día del Juicio Final”.
No obstante, según los científicos, el bitcóin es algo distinto… y una preocupación. Las tendencias de eficiencias en otras partes del sector tecnológico están mitigadas porque el software especializado de Bitcoin procesa rápidamente cada vez más ciclos de cómputo conforme más gente intenta crear, comprar y vende criptomonedas.
“Es una zona de conflicto que se debe vigilar muy de cerca y podría ser un problema”, opinó Masanet.
No se sabe mucho sobre el minado de las criptomonedas y su consumo de energía. El minado utiliza software y hardware especializados y los grandes centros de criptominado en China, Rusia y otros países están rodeados de hermetismo.
Por lo tanto, los estimados de la huella energética del bitcóin varían mucho. Unos investigadores de la Universidad de Cambridge estiman que el minado de bitcoines representa el 0,4 por ciento del consumo de electricidad a nivel mundial.
Esto tal vez no parezca mucho. Sin embargo, todos los centros de datos del mundo —sin considerar los que se dedican al minado de bitcoines— consumen un estimado de un uno por ciento de su electricidad.
“Creo que a ese uno por ciento se le da un muy buen uso y tiene un gran valor”, comentó Koomey. “No estoy seguro de que sea igual para la fracción del bitcóin”.