Los clásicos pantalones de mezclilla tal y como los conocemos hoy —rígidos, con bolsillos, azules— fueron patentados por Levi Strauss y Jacob Davis en 1873. Durante décadas los usaron principalmente los trabajadores y se modificaron para satisfacer sus necesidades.
¿Qué tipo de pantalones de mezclilla están de moda ahora? Un joven a la moda puede decir que son los que caen a la cadera y son holgados, mientras que su hermano mayor afirma lo contrario. Si les preguntamos a los expertos del sector, probablemente dirán que los pantalones de moda son los ajustados, con datos que lo corroboran.
Sin embargo, si pones un pie en cualquier tienda donde se vendan pantalones de mezclilla, encontrarás entre los estantes un abanico de siluetas y estilos: de mamá, papá, novio, novia, skater, de popote, años 90, esculpido, ajustado, acampanados, con parches, de contraste, corte estrecho, con abertura abajo. La cuestión de qué está en boga puede formularse mejor en negativo: ¿qué no lo está?
Se dice que el ciclo de las tendencias se completa cada 20 años, y aunque hay algo de verdad en ello —los pantalones de mezclilla de talle bajo, por ejemplo, llevan más o menos ese tiempo sin ser populares—, el adagio está empezando a sonar anticuado. En la actualidad, los nuevos estilos surgen y se reciclan a una velocidad vertiginosa. Tan rápido, de hecho, que a veces parece que no se mueven en absoluto, como una rueca de colores transformada en una mancha de color marrón: todo relevante al mismo tiempo.
Un paisaje así, en el que nada está de moda ni pasado de moda, sino que simplemente se elige o no, presenta claras ganancias para la moda como forma de autoexpresión. Sin embargo, ¿qué más puede decir la variedad de pantalones de mezclilla que se venden hoy sobre este momento de la historia? La mezclilla, después de todo, siempre ha sido una veleta cultural.
Pantalones de mezclilla para ti (y para ti y para ti también)
Los clásicos pantalones de mezclilla tal y como los conocemos hoy —rígidos, con bolsillos, azules— fueron patentados por Levi Strauss y Jacob Davis en 1873. Durante décadas los usaron principalmente los trabajadores y se modificaron para satisfacer sus necesidades: costuras adicionales para reforzarlos, remaches de cobre para evitar que los bolsillos se desgarraran, trabillas para el cinturón y cierres para facilitar su uso.
No fue sino hasta las décadas de 1920 y 1930 que los pantalones de mezclilla dejaron de ser estrictamente utilitarios. Los pantalones de mezclilla de Hollywood, como los de John Wayne y Gary Cooper, tomaron prestada la ventaja que suponía la asociación de esta prenda con la clase social y le dieron un aire de rebeldía romántica. Si se rastrea la historia de la mezclilla estadounidense durante los cien años siguientes, se obtiene un esbozo de los iconoclastas del siglo XX: “greasers”, jipis, estrellas del rock, raperos y hípsters.
Este siglo ha tenido su cuota de figuras culturales vestidas con pantalones de mezclilla, pero aparte de la prohibición ocasional del código de vestimenta de la oficina, los pantalones de mezclilla han perdido en su mayoría sus asociaciones subversivas. Todo el mundo los usa.
El comercio electrónico cambió el juego. Como dice Lorraine Hutchinson, analista de comercio minorista de Bank of America: La capacidad de fabricar nuevos estilos y probarlos en el mercado requiere hoy mucho menos riesgo financiero que antes. Entonces, ¿por qué limitar las opciones?
Varios minoristas de rápido crecimiento parecen haber basado en eso toda su estrategia comercial: Shein, una marca de moda rápida popular entre la generación Z, ha anunciado que añade casi mil productos a su sitio web cada día, una cifra asombrosa que ha suscitado la preocupación de los activistas climáticos y laborales. (El miércoles, había más de 6600 estilos de pantalones de mezclilla de mujer disponibles).
A pesar de los grandes pronunciamientos acerca de que los pantalones deportivos han superado a los pantalones rígidos, el mercado mundial de la mezclilla no hace más que crecer. Según Global Industry Analysts Inc., su valor era de más de 60.000 millones de dólares en 2020, y se prevé que crezca otros 20.000 millones de dólares para 2026. Eso nos deja donde estamos ahora: todos los estilos de pantalones de mezclilla que podamos soñar, disponibles de inmediato.
¿Más realmente es más?
El estilo “personal”, en contraposición al basado en las tendencias, hoy es una idea muy popular, quizá porque sugiere una especie de progreso social: un movimiento hacia un mundo en el que la moda es inclusiva, accesible y menos dogmática. Es una propuesta especialmente atractiva para los consumidores que se sienten ignorados por la mayor parte del mercado minorista.
Lauren Chan, modelo y defensora de la inclusión de tallas, dijo que, cuando los consumidores no pueden encontrar ropa bien hecha y con estilo para sus cuerpos, “el mensaje que reciben es que no son dignos de ello”. Por eso, en 2019, fundó Henning, una línea de ropa para tallas doce en adelante.
A diferencia, por ejemplo, de Shein, donde más es más, Chan está en el negocio de la “esencialización”: proporcionar acceso a artículos básicos de calidad, frente al acceso a todo. (Para la primavera, presenta un único diseño de pantalones de mezclilla: un par de corte recto y rígido de inspiración “vintage”).
“El mercado de las tallas grandes se compone en gran medida de piezas que son versiones semitendenciales y diluidas de lo que la moda en general ha estado ofreciendo durante el último año”, comentó Chan, “porque la moda de tallas grandes suele llegar un poco tarde para adaptarse a esas tendencias”.
Los compradores de tallas grandes tienen que recorrer un largo camino antes de que su acceso refleje el de los compradores de tallas normales, lo que evidencia, sin duda, la omnipresente gordofobia. No obstante, a largo plazo, quizá valga la pena preguntarse si tener opciones prácticamente infinitas —y tendencias infinitas— refleja el ideal del comprador promedio.
En su libro de 2004, “The Paradox of Choice”, el psicólogo Barry Schwartz propuso que, aunque la libertad de elección es crucial para nuestro bienestar, tener demasiadas opciones nos hace sentir ansiosos.
“Aunque los estadounidenses modernos tienen más opciones que ningún otro grupo de personas en el pasado y, por lo tanto, quizá, más libertad y autonomía, no parece que nos beneficiemos de ello en lo psicológico”, escribe.
En un estudio reciente (ahora en fase de revisión por pares), él y su investigador asociado Nathan Cheek exploraron una nueva hipótesis, que Schwartz explicó por teléfono: “Cuando se da a la gente la posibilidad de elegir entre grandes conjuntos de opciones, incluso triviales, como el tipo de bebida que les gustaría, tratan la elección como una declaración sobre quiénes son”.
Como amante de la ropa, no necesito leer su investigación para saber que lo que propone es cierto para muchos: las abrumadoras oportunidades de expresarnos estéticamente son a la vez un don y una maldición, capaces de incitar tanto a la alegría como al temor.
Georg Simmel, de quien se dice que dio a conocer una de las primeras “teorías de la moda” oficiales en 1895, creía que la moda se define por el estira y afloja entre el deseo de conformarse y el de distinguirse.
Esta tensión, decía, es fundamental.
“La moda solo existe en la medida en que uno de los dos polos no acaba por imponerse”, escribió Sergio Benvenuto, psicoanalista italiano, sobre la teoría de Simmel.
Quizá por eso, como dijo una vez Anna Wintour, “la moda puede poner a la gente muy nerviosa”. Vestirse es caminar por una cuerda floja con nosotros mismos en un extremo y todos los demás en el otro.
‘La falta de tendencia es la tendencia’
Katrina Klein lleva casi veinte años diseñando pantalones de mezclilla: para J Brand, Rag & Bone y ahora su propia marca, ASKK NY. Recuerda perfectamente todas las microtendencias de las que ha sido testigo: coloridos, estampados, bordados, rotos, con flecos. Ahora mismo, dice, “la falta de tendencia es la tendencia”. Y no cree que eso sea malo.
“La gente no quiere ir vestida igual que los demás”, señaló.
Individualismo: parece un lugar casi demasiado obvio para esta investigación. A medida que la tecnología moderna sigue proporcionando acceso a la abundancia y nos lleva a rincones cada vez más aislados de la existencia, tiene sentido que la moda —famosa por ser un reflejo del espíritu de la época— siga una trayectoria similar.
Sin embargo, la búsqueda del estilo personal como vértice singular de la moda tal vez esté llevando este ethos demasiado lejos, y la forma en que se está metabolizando actualmente tiene efectos alarmantes en el medio ambiente.
“El hecho de que la moda y el consumismo coincidan no significa que sean sinónimos”, dijo en una entrevista el mes pasado Drew Austin, un escritor que cubre el urbanismo, la tecnología y el cambio social. “Todas las culturas a lo largo de la historia han utilizado la ropa para expresarse, y podría decirse que hacerlo es aún más importante en las culturas y subculturas en las que la moda está menos capturada por el consumismo, en las que desempeña mejor su papel como medio de comunicación y potenciador del espacio público”.
El lema “póntelo a tu manera” dota a la ropa de un propósito social fuera del lenguaje del estatus. No obstante, como filosofía de la moda en su conjunto, tiene costos evidentes. La elección ilimitada no es una utopía de la moda: ni para los consumidores ni para los trabajadores de la confección o las cadenas de suministro ni para el planeta. Mil estilos de pantalones de mezclilla, en otras palabras, no nos salvarán.
Las limitaciones, en cambio, pueden suponer una ocasión para la creatividad, según Schwartz: “Son estimulantes de una manera en que la simple novedad nunca podría serlo”.