Los propósitos no valen gran cosa sin un cambio más profundo.
¿Por qué hacemos los mismos propósitos de Año Nuevo año tras año? “Este será el año en que perderé seis kilos y haré ejercicio cinco días a la semana”. “Me propongo dejar de llegar tarde, otra vez”. “Este año empezaré a ser voluntario”.
Hacemos estas promesas, pero la mayoría de nosotros no las cumplimos, y se lo atribuimos a una falta de voluntad. Las empresas de aptitud física y los programas de adelgazamiento saben que tienen que inscribirnos en enero, cuando nuestra fuerza de voluntad es más fuerte: en febrero, empezamos a cansarnos; en marzo, tras haber perdido dos kilos, volvemos a nuestros viejos hábitos.
El problema más profundo, como diría mi padre, es el “triunfo de la esperanza sobre la expectativa”. La única manera de cambiar el camino de la expectativa es afrontar y diseccionar por qué nuestros propósitos fracasaron antes. Ese camino lleva a muchos destinos inesperados más allá de la fuerza de voluntad.
Al igual que para cada uno de nosotros, también para la nación. Los preparadores físicos saben que las reducciones puntuales son inviables: para perder grasa y fortalecer los músculos, hay que seguir un programa de entrenamiento para todo el cuerpo. El mismo precepto se aplica a toda una serie de cambios individuales, organizativos y sociales. Los comportamientos que queremos modificar representan patrones más profundos de acción e inacción. Cambiar los sistemas requiere un plan estratégico.
Así es como funciona a nivel individual. Para perder seis kilos, tengo que comer menos. Eso no significa centrarse en la negación a corto plazo, pues las dietas rara vez funcionan a largo plazo. Significa cambiar mis hábitos alimentarios y tener comida sana y sabrosa disponible. Para disponer de alimentos sanos y sabrosos, tengo que planificar mis comidas semanalmente. También tengo que dedicar tiempo a cocinar con antelación para no abrir la nevera cuando tengo mucha hambre y darme cuenta de que cocinar algo saludable significará otra hora más de trabajo.
Para tener ese tiempo de planificación y cocina semanal, tengo que liberar gran parte del domingo. Para liberar gran parte del domingo, tengo que trabajar menos para no pasar tanto tiempo de mis fines de semana poniéndome al corriente con el trabajo que no pude hacer durante la semana. Trabajar menos significa tener la honestidad de eliminar toda una serie de barreras psicológicas para decir que no. Y el cambio de todos esos patrones afectará a mi familia y a mis colegas, exigiéndoles que se adapten y ajusten sus propios hábitos.
Por otra parte, supongamos que este año nos proponemos reparar la relación con un familiar o un amigo con el que hemos perdido el contacto. Es poco probable que un correo electrónico o una llamada telefónica casual sean suficientes. Vale la pena preguntarse por qué fracasó la relación. Lo más importante es saber qué hiciste tú para contribuir a ese fracaso. ¿Qué es lo que ahora necesita solucionarse o requiere reconocerse y disculparse? Lo más probable es que el proceso de reiniciar la relación con alguien requiera pasar algo de tiempo incómodo contigo mismo.
¿Cómo sería ese proceso a nivel nacional? Tomemos como ejemplo uno de nuestros mayores desafíos como país: la polarización y las divisiones sociales. Las noticias sobre la opinión que tenemos los unos de los otros son constantemente sombrías. El grupo de investigación sin fines de lucro More in Common hace poco informó que “menos de uno de cada cuatro estadounidenses cree que el gobierno federal, las corporaciones estadounidenses y los medios nacionales son honestos”. Lo peor es que desconfiamos de manera fundamental los unos de los otros.
Solemos enfocarnos en batallas sobre temas específicos —leyes de armas, políticas de inmigración, aborto— pero los cambios duraderos en Estados Unidos deben ir más allá de los esfuerzos para reformar las áreas políticas individuales. Se requerirá que una mayoría de estadounidenses llegue a creer que lo que tenemos en común con otros estadounidenses es más grande que nuestras diferencias. Para muchos de nosotros, ese cambio requerirá un reconocimiento fundamental de lo que somos y hemos sido como nación.
Los estadounidenses blancos que pueden verse a sí mismos en la narrativa tradicional de los peregrinos y los pioneros, incluso si nuestras familias llegaron a este país en circunstancias muy diferentes, tendrán que ver la experiencia de la esclavitud, el genocidio, el terrorismo doméstico, la ciudadanía de segunda clase y la extorsión como nuestra historia también. Debemos asumir las formas en las que las desigualdades fundacionales de este país continúan desarrollándose hoy en día.
Solo será posible conciliar esa historia, y sus legados perdurables, con nuestros ideales declarados de libertad, igualdad y justicia universales, si podemos ser radicalmente honestos sobre nuestro pasado, y reunir nuestro valor para reconocerlo, honrarlo, sanarlo y repararlo.
El cambio personal y político depende de procesos diferentes, que difieren según las personas y los sistemas políticos involucrados. Sin embargo, ambos requieren identificar grandes objetivos a largo plazo y los pasos inmediatos más pequeños que nos permitirán alcanzarlos. Quizás eso signifique que cambiemos los libros que leemos, los comentaristas a los que recurrimos, las comunidades a las que nos unimos o la forma en que entablamos una conversación.
Para abordar la polarización nacional a nivel individual, podemos intentar recuperar nuestras identidades plurales. En lugar de vernos unos a otros principalmente como republicanos o demócratas, podemos encontrar canales de conexión como mamás, papás, fanáticos de los deportes, conciudadanos de un estado específico (los texanos a menudo son texanos antes de ser demócratas o republicanos), jardineros, personas de fe, sobrevivientes de cáncer, amantes de la ciencia ficción, entusiastas del aire libre. Reconocer que los antagonistas políticos son personas multifacéticas con múltiples razones para sostener sus puntos de vista es un paso hacia lo que la periodista Amanda Ripley describe como “complicar la narrativa”. Y rechazar un marco simple del bien contra el mal es un paso clave para desactivar el conflicto.
También podríamos reconsiderar nuestro consumo de noticias políticas. Los programas de entrevistas de radio y televisión por cable se benefician de explotar nuestras divisiones. Pero esas divisiones son solo una dimensión de nuestras vidas, no la suma de nuestra humanidad.
Podemos cambiar nuestros hábitos de conversación, comprometiéndonos a hacer preguntas en lugar de declaraciones y a escuchar realmente las respuestas. Y cuando los debates se calienten, podemos hacerle esta pregunta a la persona a la que estamos tratando de convencer: “¿Qué tipo de evidencia te convencería?”. También podemos hacernos la misma pregunta.
Imagina el país que quieres ver en 2022 y en los próximos años. Elige un cambio que te dé esperanza y orgullo. Encuentra un grupo que trabaje para lograr ese cambio. Únete a él. Y averigua qué más tienes que hacer y cambiar en tu vida para hacer realidad tu propósito.
Este artículo apareció originalmente en The New York Times .