En Ucrania, casi mil centros de salud están cerca de zonas de conflicto o de áreas que ya no están bajo el control del gobierno. La OMS ha registrado 64 ataques contra estas instalaciones, de las cuales 24 quedaron dañadas o fueron destruidas.
Un convoy de cinco camionetas serpenteaba con lentitud el viernes desde la maltrecha capital ucraniana, Kiev, hacia Chernígov, en el noreste del país. A bordo había generadores de electricidad, ropa, combustible y medicamentos necesarios para tratar el VIH.
Como el puente principal quedó destruido por los bombardeos, los conductores se desplazaron por carreteras secundarias con la esperanza de llegar a Chernígov el sábado y comenzar a distribuir los medicamentos a parte de los 3000 residentes que los necesitan con urgencia.
Los organizadores de iniciativas como esta se apresuran para evitar que la guerra en Ucrania se convierta en un desastre de salud pública. Dicen que el conflicto amenaza con acabar con décadas de progreso en la lucha contra las enfermedades infecciosas en toda la región, lo cual desataría nuevas epidemias que serían casi imposibles de controlar.
Ucrania tiene cifras muy altas de personas que viven con VIH y hepatitis C y niveles muy bajos de vacunación contra el sarampión, la poliomielitis y la COVID-19, lo cual es un peligro. Las condiciones de hacinamiento e insalubridad de los refugiados son un caldo de cultivo para el cólera y otras enfermedades diarreicas, por no hablar de las plagas respiratorias como la COVID-19, la neumonía y la tuberculosis.
“Si no reciben los medicamentos, existe un alto riesgo de que mueran por la falta de terapia, si es que no mueren por bombardeos”, afirmó Dmytro Sherembei, director de 100% Life, la organización que entrega medicamentos a las personas con VIH que residen en Chernígov.
Sherembei, de 45 años, supo que era seropositivo hace 24 años. Es una de las más de 250.000 personas que viven con el virus en Ucrania, una enorme epidemia generada en gran medida por el uso compartido de agujas contaminadas entre los consumidores de drogas intravenosas.
Ucrania y la región circundante también constituyen un epicentro mundial de la tuberculosis multirresistente, una variante de esta enfermedad resistente a los fármacos más potentes.
En los últimos años, el Ministerio de Salud ucraniano había logrado avances en el control de estas epidemias, incluido un descenso del 21 por ciento en las nuevas infecciones por VIH y una disminución del 36 por ciento en los diagnósticos de tuberculosis desde 2010. Sin embargo, en este momento, las autoridades sanitarias temen que los retrasos en el diagnóstico y las interrupciones del tratamiento durante la guerra puedan permitir que estos patógenos florezcan de nuevo, con consecuencias que causarían estragos durante años.
“El año pasado, estábamos trabajando para diferenciar entre distintas mutaciones de tuberculosis”, declaró Iana Terleeva, quien dirige los programas de tuberculosis del Ministerio de Salud de Ucrania. “En cambio, ahora, estamos tratando de identificar si se trata de un bombardeo aéreo, una incursión u otro tipo de equipo militar”.
Los combates también han dañado las instalaciones sanitarias de todo el país y han provocado una crisis de refugiados, que pone en peligro a miles de personas con enfermedades crónicas como la diabetes y el cáncer que dependen de una atención médica constante.
“Todo está en muy alto riesgo, como siempre ocurre en el campo de batalla”, dijo Michel Kazatchkine, quien fungió como enviado del secretario general de la ONU para Europa del Este.
“Debemos anticipar crisis sanitarias importantes relacionadas con enfermedades infecciosas y crónicas en toda la región y se puede esperar que sean graves y perdurables”, añadió.
La guerra “tendrá un enorme impacto en los sistemas sanitarios ya de por sí frágiles”, afirmó Kazatchkine.
Más de 3 millones de ucranianos han huido a los países vecinos, la mayoría a Polonia, y casi 7 millones son desplazados internos. Los refugiados están llegando a países que no están preparados para una oleada de pacientes con necesidades médicas, según los expertos.
Por ejemplo, Moldavia es una de las naciones más pobres de Europa, mal equipada para atender a los refugiados o frenar los brotes de enfermedades infecciosas. Países como Kirguistán y Kazajistán compran medicamentos y vacunas producidas por Rusia y dependen en gran medida de la economía de este país.
La propia Rusia tiene más personas con VIH que cualquier otro país de Europa del Este y es probable que las sanciones de Occidente interrumpan los ya bajos niveles de financiamiento de los servicios en el país.
En Ucrania, casi mil centros de salud están cerca de zonas de conflicto o de áreas que ya no están bajo el control del gobierno. La Organización Mundial de la Salud ha registrado al menos 64 ataques contra estas instalaciones, de las cuales 24 quedaron dañadas o fueron destruidas.
Los hospitales que siguen funcionando tienen dificultades para atender a los enfermos y heridos y están paralizados por la disminución de suministros médicos, como el oxígeno y la insulina, además de la escasez de equipos para salvar vidas, como desfibriladores y respiradores.
Según la Organización Mundial de la Salud, cientos de niños con cáncer han abandonado sus hogares. El conflicto armado incluso ha entorpecido la vacunación infantil rutinaria.
Solo alrededor del 80 por ciento de los niños ucranianos fueron vacunados contra la poliomielitis en 2021, y ya se habían detectado algunos casos de esta enfermedad en el país incluso antes de que comenzara la guerra; la cobertura de vacunación contra el sarampión en Ucrania es demasiado baja para evitar brotes.
Muchos expertos temen que estos sean los ingredientes de una calamidad para la salud pública. La OMS y otras organizaciones están desplegando equipos médicos y enviando suministros, vacunas y medicamentos a Ucrania y a los países vecinos. Pero es posible que la ayuda nunca llegue a las zonas de conflicto activo.