El intento de convertir Urueña en centro literario se remonta a 2007, cuando las autoridades provinciales invirtieron unos 3 millones de euros, o unos 3,3 millones de dólares, para ayudar a restaurar y convertir los edificios del pueblo en librerías.
URUEÑA, España — Situado en lo alto de una colina del noroeste de España, Urueña domina un vasto paisaje de campos de girasol y cebada azotado por el viento, así como una famosa bodega. Los muros de algunos comercios están construidos directamente en las murallas del pueblo que datan del siglo XII.
A pesar de su escarpada belleza, Urueña, al igual que muchos pueblos de la campiña española, ha luchado en las últimas décadas con una población que envejece y merma, que lo ha estancado con unos cien habitantes de residencia permanente. No hay carnicero ni panadero; ambos se jubilaron en los últimos meses. La escuela local solo tiene nueve alumnos.
No obstante, desde hace una década más o menos, hay un negocio que prospera en Urueña: los libros. Hay once tiendas que venden libros, incluidas nueve librerías.
“Yo nací en un pueblo que no tenía librería y en el que seguramente la gente se preocupaba mucho más de cultivar sus tierras y cuidar a sus animales que de los libros”, señaló Francisco Rodríguez, alcalde de Urueña de 53 años. “Este cambio es un poco extraño, pero es un orgullo para un lugar tan pequeño haberse convertido en un centro cultural, que ahora también nos hace muy diferentes y especiales en comparación con los otros pueblos colindantes”.
El intento de convertir Urueña en un centro literario se remonta al año 2007, cuando las autoridades provinciales invirtieron unos 3 millones de euros, o unos 3,3 millones de dólares, para ayudar a restaurar y convertir los edificios del pueblo en librerías y construir un centro de exposiciones y conferencias. Ofrecieron un alquiler simbólico de 10 euros al mes a los interesados en administrar una librería.
El plan consistía en mantener a Urueña viva con el turismo del libro, siguiendo el modelo de otros centros literarios rurales de toda Europa, en especial Montmorillon en Francia y Hay-on-Wye, en el Reino Unido, en donde se realiza desde hace tiempo uno de los festivales literarios más famosos del continente.
España cuenta con uno de los mayores mercados de edición de libros de Europa, que alimenta una red de unas 3000 librerías independientes, y el doble si se cuentan las papelerías y otros lugares que venden libros; sin embargo, alrededor del 40 por ciento de las librerías tienen menos de 90.000 euros de ingresos anuales, lo que equivale a operar “un negocio de subsistencia”, de acuerdo con Álvaro Manso, portavoz de CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros), una asociación que representa a las librerías independientes españolas.
“La tendencia es que el tamaño sí importa y que las librerías más pequeñas van a desaparecer”, como ha ocurrido en otros países en los que el sector del libro se ha consolidado, afirmó Manso. Para ayudar a los negocios más pequeños a competir, este mes, el Ministerio de Cultura español destinó 9 millones de euros en subvenciones para que el sector del libro se modernice y digitalice.
La supervivencia de esa enorme red nacional de librerías en España, donde los niveles de lectura no son especialmente elevados, es “una de las grandes paradojas de este país, pero creo que vivimos en una especie de burbuja del libro”, comentó Víctor López-Bachiller, propietario de una librería en Urueña.
Puesto que el alquiler es bajo, López-Bachiller dice que puede mantenerse a flote vendiendo una serie de libros de segunda mano, desde clásicos en español, como “Pedro Páramo” (que es como también se llama su tienda), hasta cómics como Tintín. En su tienda también se exponen unos 50 modelos de máquinas de escribir antiguas que se presume fueron utilizadas por escritores como Jack Kerouac, J.R.R. Tolkien, Karen Blixen y Patricia Highsmith.
López-Bachiller, de 47 años, es uno de los cien habitantes del pueblo, la mayoría de ellos jubilados.
Tamara Crespo, periodista, y su esposo, Fidel Raso, fotógrafo, compraron una casa en Urueña en 2001, antes de que la zona se convirtiera en un centro literario. Ahora también tienen una librería.
“Siento que estar aquí no es solo querer tener una librería sin pagar alquiler, sino también aceptar una forma de vida determinada y construir una comunidad”, dijo Crespo, cuya tienda se centra en el fotoperiodismo.
Una de sus pocas quejas es que algunos otros propietarios de librerías abren solo de manera esporádica, sobre todo los fines de semana, cuando saben que habrá más visitantes, a pesar de que el proyecto de inversión estipula que sus tiendas deben abrir al menos cuatro días a la semana.
También señaló que la población del pueblo se ha seguido reduciendo ligeramente en las dos últimas décadas, a pesar de que Urueña se ha convertido en un imán para los amantes de los libros.
Rodríguez, el alcalde, reconoció que convertirse en un destino turístico no garantizaba que se mudaran más habitantes de residencia permanente y mantuvieran vivo el pueblo. Las jubilaciones recientes de los comerciantes eran una prueba más de eso.
“Es muy lamentable, pero sencillamente no pudimos encontrar aquí a nadie de la generación más joven dispuesto a tomar el relevo como nuestro nuevo carnicero”, dijo.
Ahora, el pan y la carne de la mañana se entregan desde un pueblo vecino.
La desfavorable demografía de la España rural (un fenómeno que ahora se conoce como “La España vacía”) supondrá un reto continuo para la supervivencia, predijo el alcalde.
No obstante, la iniciativa de las librerías ha dado sus frutos.
Urueña fue seleccionada para las subvenciones por los paisajes que ofrece, sus edificios pintorescos y por su ubicación, a donde se llega con relativa facilidad. Está al lado de una autopista en el noroeste de España, a poco más de dos horas en automóvil de Madrid y a unos 50 kilómetros de la ciudad medieval de Valladolid.
La oficina de turismo de Urueña registró 19.000 visitantes en 2021, incluso en medio de la pandemia de coronavirus. Los funcionarios dicen que la cifra real fue mucho mayor porque muchos visitantes de un día no pasan por la oficina. El pueblo también recibe unos 70.000 euros al año de recursos públicos para organizar eventos culturales como clases de caligrafía, representaciones teatrales y conferencias.