Un atisbo de normalidad ha regresado a la ciudad. Los residentes han estado regresando a Bucha en las últimas semanas y la ciudad se ha apresurado a reparar el daño físico causado por las tropas invasoras rusas y sus armas.
BUCHA, Ucrania— La brisa estremece los cerezos en flor en casi todas las cuadras de esta pequeña ciudad y hace que los pétalos blancos revoloteen sobre las calles, donde el nuevo pavimento cubre los daños causados por los tanques rusos, hace apenas unas semanas.
La primavera ha llegado a Bucha en las seis semanas desde que los soldados rusos se retiraron de esta comunidad dormitorio en las afueras de Kiev, dejando tras de sí fosas comunes de ciudadanos masacrados, muchos de ellos mutilados, así como calles destrozadas y edificios destruidos.
Un atisbo de normalidad ha regresado a la ciudad. Los residentes han estado regresando a Bucha en las últimas semanas y la ciudad se ha apresurado a reparar el daño físico causado por las tropas invasoras rusas y sus armas. Hoy, en las frondosas calles primaverales de la ciudad, es difícil imaginar los horrores que se desarrollaron aquí.
En una calle recién pavimentada con líneas de pintura blanca fresca, los cepillos giratorios de una máquina para limpiar calles se llevaron lo que quedaba de vidrios rotos y trozos de metralla de hierro. En uno de los vecindarios donde se descubrieron muchos de los casi 400 cuerpos de ciudadanos ucranianos en abril, los técnicos instalaban cables para restablecer el servicio de internet. En una casa, un residente desechaba piezas de tanques rusos destruidos que todavía ensuciaban su jardín.
Eliminar la mayor cantidad posible de rastros de la destrucción causada por la ocupación rusa, fue un paso fundamental para sanar las heridas sufridas por los residentes de Bucha, aseguró Taras Shapravsky, funcionario municipal.
Shapravsky afirmó que 4,000 residentes permanecieron en la ciudad mientras estuvo ocupada, aterrorizados y muchos de ellos escondidos en los sótanos sin suficiente comida. Incluso después de que los soldados rusos se retiraron, muchos residentes quedaron traumatizados.
“Estaban en muy malas condiciones psicológicas”, aseguró Shapravsky. “Los especialistas nos han explicado que cuanto más rápido eliminemos todos los posibles recordatorios de la guerra, más rápido podremos sacar a las personas de esta condición”.
Shapravsky informó que la señal telefónica fue restablecida pocos días después de la retirada de los rusos, seguida del agua y la electricidad. Afirmó que hasta el momento habían regresado unos 10.000 residentes, aproximadamente una cuarta parte de la población antes de la guerra de esta pequeña ciudad a 32 kilómetros de Kiev, la capital.
En una clara señal de que la vida está volviendo a la normalidad, Shapravsky afirmó que la oficina de registro de matrimonios había reabierto sus puertas la semana pasada y que, casi a diario, las parejas están solicitando actas de matrimonio.
Bucha solía ser una ciudad a la que mucha gente se mudaba en busca de una vida más tranquila. Era un lugar donde podían formar familias lejos del bullicio de la capital, a la cual muchos viajaban a diario para trabajar. Era un sitio que las personas de Kiev podían visitar durante un agradable fin de semana para almorzar.
Hace seis años, Sergo Markaryan y su esposa inauguraron Jam Cafe, donde servían comida italiana, ponían jazz antiguo y vendían frascos de mermelada. Markaryan describió el café como casi un hijo, el cual decoró con una mezcla ecléctica de cientos de imágenes y cadenas de fotos de clientes.
Cuando comenzó la invasión rusa, Markaryan, de 38 años, llevó a su esposa y a su hijo de 3 años a la frontera con Georgia, su país de origen. Como ciudadano georgiano pudo haberse quedado fuera de Ucrania, pero regresó al país como voluntario y envió alimentos al frente de guerra.
Hace dos semanas, cuando se restableció la electricidad, Markaryan regresó por su cuenta a Bucha para ver qué quedaba del café y reparar los daños causados por los soldados rusos.
“Se robaron los cuchillos y los tenedores”, dijo, mientras marcaba los artículos que faltaban. Afirmó que los soldados se llevaron las sillas del local para utilizarlas en los puestos de control y que se habían robado el sistema de sonido. Además, aseguró que, a pesar de que los baños funcionaban, los soldados habían defecado en el piso antes de irse.
Dos días antes de su reapertura prevista la semana pasada, el café y su terraza al aire libre lucían impecables y Markaryan probaba el expreso para ver si estaba a la altura.
“Muchas personas han regresado, pero algunas todavía tienen miedo”, afirmó Markaryan. “Pero definitivamente todos nos hemos vuelto mucho más fuertes de lo que éramos. Enfrentamos cosas que nunca pensamos que podrían suceder”.
Si bien la actividad frenética de los residentes y trabajadores de la ciudad ha ayudado a limpiar el lugar de gran parte de los restos de la ocupación rusa, las cicatrices de lo que sucedió aquí son profundas.
En la esquina de una calle tranquila, reposaba un ramo de lirios de los valles y dientes de león sobre un pañuelo floreado en un modesto monumento conmemorativo en la acera.
Volodímir Abramov, de 39 años, afirmó que el monumento era en honor a su cuñado, Oleh Abramov, a quien los soldados rusos sacaron de su casa a punta de pistola, le ordenaron arrodillarse y le dispararon.
“Ni siquiera fue interrogado”, contó.
El hogar de Abramov fue destruido por soldados rusos, quienes arrojaron granadas dentro de la casa. Sin embargo, aseguró que eso no era nada en comparación con el sufrimiento de su hermana de 48 años, Iryna Abramova, quien perdió a su esposo y su casa.
“Trato de ayudarla y cuidarla para evitar que se suicide”, afirmó. “Le digo que su esposo la está mirando desde el cielo”.
Abramov, vidriero, dijo que ahora se preguntaba si debía reconstruir su casa. “Quiero huir de aquí”, confesó.