Tras sobrevivir a la guerra, decenas de ucranianos fueron expulsados de su ciudad natal, Mariúpol, y conducidos a campos donde fueron interrogados con dureza. Luego, los enviaron a instalaciones bastante lejanas, ubicadas en Siberia, y la costa del Pacífico. Los presionaron para que adoptaran la ciudadanía rusa.
NARVA, Estonia — Desde la invasión de Ucrania a finales de febrero, cientos de miles de ucranianos han sido reubicados a la fuerza en Rusia.
En entrevistas con The New York Times, una decena de personas que escaparon describieron un proceso conocido como “filtración”, parte de una campaña rusa para “desnazificar” y “desarmar” a Ucrania.
Tras sobrevivir a la guerra, decenas de ucranianos fueron expulsados de su ciudad natal, Mariúpol, y conducidos a campos donde fueron interrogados con dureza. Luego, los enviaron a instalaciones bastante lejanas, ubicadas en Siberia, por ejemplo, y la costa del Pacífico, y los presionaron para que adoptaran la ciudadanía rusa.
Muchos dijeron que se sentían atrapados, despojados de su hogar y obligados a recorrer miles de kilómetros en territorio enemigo.
Ludmila Lezhayska y su hija de 5 años, Masha, pudieron salir de Rusia hacia un nuevo hogar temporal: un barco en el puerto de Tallin, la capital de Estonia. Compartieron los camarotes del crucero con cerca de 1700 vecinos; todos habían huido de la guerra en Ucrania.
Para casi todos los que hablaron con el Times, el arduo viaje a Estonia comenzó desde los escombros de Mariúpol, ciudad que Rusia sitió, y bombardeó, durante dos meses antes de tomar el control por completo en abril.
Lezhayska y sus vecinos se escondieron en el sótano de su bloque de departamentos durante casi un mes, y luego los soldados rusos les dijeron que tenían que marcharse.
“Mi hija camina, está sucia, tiene 5 años. Esta niña vivió en un sótano durante un mes”, comentó. “Un tanque ruso se detiene. Sale un soldado ruso y le da a mi hija un poco de pan.
“No puedo describir mis sentimientos, todo lo que había dentro de mí. Le digo: ‘Gracias’. ¿Pero, gracias por qué? ¿Por destruir mi hogar? ¿Mi vida?”.
Nadya Ponomaryova describió el momento en que los soldados rusos llegaron a su edificio.
“Los soldados entraron en nuestro sótano por la mañana”, relató. “Sacaron a algunos de los jóvenes fuera. Los pusieron de rodillas, les vendaron los ojos y les ataron las manos”.
Las fuerzas rusas han puesto especial atención en los hombres, pues los consideran combatientes potenciales. Hay pruebas de que los soldados rusos han detenido de forma rutinaria, e incluso han matado, a aquellos de los que sospechaban que tenían una mínima afiliación con las fuerzas ucranianas.
“Todos los hombres que estábamos allí fuimos conducidos al patio y se nos ordenó desnudarnos”, señaló Ihor Tarashchiansky. “Buscaban tatuajes. Revisaban si éramos militares. Y ni siquiera podíamos sentir que estábamos desvestidos con el frío que hacía. Entonces hacía bastante frío, pero estábamos conmocionados. Era un estado de miedo”.
Eduard Mkrtchyan resultó gravemente herido cuando su bloque de departamentos fue bombardeado. No obstante, las fuerzas rusas vieron en su lesión una señal de que podía ser combatiente.
“Tres chechenos gigantes de 1,80 metros de altura me apuntan con sus ametralladoras. Estoy tumbado y no puedo moverme”, afirmó Mkrtchyan. “Les digo: ‘No disparen, estoy herido’. Probablemente pensaron que yo era un soldado ucraniano que la gente había escondido”.
Lezhayska y todos los demás con los que habló el Times describieron cómo los residentes fueron conducidos a las afueras de Mariúpol, a los llamados campos de filtración. Estos son lugares repartidos por toda la región del Donbás con el fin de identificar a cualquier persona que los rusos consideren una amenaza potencial.
Dentro de los campos, la gente describió los interrogatorios, los días de espera y la manera hostil en que los trataron. Los que superan esta parte del proceso reciben documentos que indican que les tomaron las huellas dactilares.
Luego los llevan a una estación de tren en la ciudad rusa de Taganrog, justo al otro lado de la frontera con Ucrania. A continuación, los envían a otro lugar. Su llegada se celebra ante las cámaras de la televisión local como ejemplo de los esfuerzos humanitarios de Rusia.
Los refugiados describen un sistema en el que no pueden elegir su destino final.
Valeriya Kurbonova realizó el viaje más largo de los refugiados entrevistados por el Times. Huyó de Mariúpol a pie y pasó por un campo de filtración en la ciudad fronteriza ucraniana de Novoazovsk. La enviaron a la estación de tren de Taganrog, donde los funcionarios de emergencias le dijeron que subiera a un tren con destino a Jabárovsk, una ciudad en la frontera rusa con China.
“Pasamos nueve días terribles en el tren”, aseguró Kurbonova. “Todos los días nos despertábamos y nos encontrábamos todavía en el tren”. Fue alojada en una gran instalación deportiva en Jabárovsk, a más de 8046 kilómetros de su casa.
Algunas de las instalaciones de reasentamiento en Rusia restringían la circulación de los ucranianos o prohibían las visitas. Otros estaban tan alejados que no había forma práctica de salir.
Los funcionarios animaron a los recién llegados a solicitar la ciudadanía rusa. El proceso requería que entregaran sus pasaportes ucranianos.
“Me enteré de que eso significa que no puedes salir de Jabárovsk durante tres años”, explicó Kurbonova. “Así que les dije: ‘No voy a entregar el pasaporte. Me niego’”.
Después de veinte días en Rusia, Lezhayska pudo reunir suficiente dinero para los boletos de tren a San Petersburgo, y desde allí la llevaron a ella y a su hija a la frontera con Estonia.
Los ucranianos de Estonia son de los pocos que han conseguido salir de Rusia; la gran mayoría no ha podido escapar del país que lanzó una brutal campaña de conquista contra su patria.