Esta es una guerra que se libra en un ciclo de oposiciones: ráfagas de caos por los bombardeos salientes o entrantes, y luego largas pausas en las que los soldados realizan las actividades más rutinarias: preparar café, cortarse el cabello.
BAJMUT, Ucrania — Una mañana reciente, los soldados ucranianos se apresuraron a rodear el obús en un campo. En un frenesí de actividad, un hombre arrastró un proyectil explosivo de 50 kilogramos desde un camión hasta el cañón. Otro, con un palo de madera, lo introdujo en la brecha.
“¡Cargado!”, gritó el soldado, luego se arrodilló en el suelo y se tapó los oídos con las manos.
El arma disparó con un estruendo. Una nube de humo se alzó hacia el cielo. Las hojas cayeron revoloteando de los árboles cercanos. El proyectil salió disparado hacia los rusos con un chillido metálico.
Es una escena que se repite miles de veces al día en todo el frente de Ucrania: duelos de artillería y ataques de largo alcance de ambos bandos contra objetivos que van desde la infantería hasta los depósitos de combustible y los tanques.
Y lo que siguió a la salva disparada el miércoles por la mañana en el este de Ucrania fue también indicativo del ritmo de esta guerra: una pausa para el café.
Esta es una guerra que se libra en un ciclo de oposiciones: ráfagas de caos por los bombardeos salientes o entrantes, y luego largas pausas en las que los soldados realizan las actividades más rutinarias. Los combatientes que minutos antes activaron armas destructivas con un estruendo atronador se instalaron en un bosquecillo de robles alrededor de una mesa de pícnic hecha con cajas de munición de madera, e hirvieron agua en un hornillo de campamento y sirvieron tazas de café instantáneo.
Descansaban en una robleda, con vistas a un campo de hierba alta y verde y de cardos en flor de color púrpura. En otros lugares, los soldados aprovechaban una pausa para fumar o cortarse el pelo.
En una visita reciente, los soldados de la 58.ª Brigada que luchan en la ciudad de Bajmut y sus alrededores, donde la guerra de artillería está en pleno apogeo, estaban atacando y siendo atacados por la artillería.
Por todas partes, en las colinas onduladas y verdes al oeste de Bajmut, se elevaban bocanadas de humo café, resultado de los ataques rusos contra las plazas de la artillería ucraniana.
La importancia fundamental de los disparos de largo alcance fue una de las razones por las que Estados Unidos y otros aliados enviaron rápidamente obuses con calibre de la OTAN a Ucrania. Su ejército está a punto de agotar todas las existencias de proyectiles de origen soviético de su propio arsenal y de los países aliados de Europa del Este, y ahora está recurriendo a la munición de la OTAN que es más abundante.
Rusia cuenta con vastos suministros de munición de artillería, pero hay indicios de que está recurriendo a reservas más antiguas que con mayor frecuencia impactan sin detonar.
El obús de origen soviético que dispara el equipo ucraniano, un modelo llamado D-20 que recibe el apodo de “señuelo de pesca”, ha resistido bien, dijo Olexander Shakin, comandante del grupo de soldados. El armamento de largo alcance proporcionado por Estados Unidos, como el obús M777 y el sistema de cohetes de artillería de alta movilidad, conocido como HIMARS, ha ampliado el alcance del ejército ucraniano, pero el grueso del arsenal sigue siendo de la época soviética.
El cañón que dispararon fue fabricado en 1979, dijo, y la mayoría de los proyectiles son de los años ochenta. Aun así, dijo Shakin, “todavía no me han defraudado”.
Shakin explicó que normalmente dispara unos 20 proyectiles al día de cada cañón, con el fin de conservar el menguante suministro de munición de 152 milímetros de Ucrania.
“Tenemos mucha motivación”, dijo Kostyantin Viter, capitán y oficial de artillería. “Delante de nosotros está nuestra infantería y tenemos que cubrirla. Detrás de nosotros están nuestras familias”.
El miércoles, en el interior de la ciudad de Bajmut, en una posición en la que los soldados de la 58.ª Brigada están acuartelados en un edificio municipal abandonado, se oían los silbidos de los proyectiles de sus colegas que surcaban sus cabezas y se dirigían contra las fuerzas rusas al este de la ciudad.
Los soldados estaban de pie en un patio, fumando y escuchando el zumbido de los proyectiles, así como el ruido de las explosiones en la distancia.
El zumbido de las rasuradoras eléctricas también llenaba el aire, mientras un soldado le cortaba el pelo a otro. Unos cuantos camiones estaban estacionados en el patio y una docena de soldados se desplazaban por allí.
Al cabo de media hora o algo así, un nuevo ruido se unió a los estruendos lejanos: el estrépito de explosiones cercanas. Lo que había sido una lánguida mañana de verano se convirtió en una escena de caos.
Los soldados corrieron a cubrirse o se tiraron al suelo. Después de una decena de explosiones, todo terminó. Un humo acre se extendió por el patio y fragmentos de vidrio quedaron esparcidos. “¿Están vivos todos?”, gritó un soldado.
Todos los soldados que estaban en el patio salieron ilesos. Sin embargo, el impacto del cohete ruso mató a siete civiles e hirió a otros seis en el barrio cercano a la base de los soldados, según informaron luego las autoridades.