Fundada en 2006, Twitter se convirtió rápidamente en un centro de encuentro y un escenario para, entre otros, periodistas, expertos, académicos y políticos interesados en noticias y comentarios de último momento. Muchos se unieron por un sentido de necesidad profesional.
El crítico literario Fredric Jameson dijo una vez que era más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Pero, ¿y en cuanto a Twitter?
Durante los últimos 15 años, el servicio de microblogueo creó un foro digital notablemente duradero y, dentro de él, un nuevo tipo de adicto a internet, uno que consume el mundo en 280 caracteres o menos, durante todo el día (algunos de ellos incluso admiten tener un problema). Ahora, en medio del caos de la gestión temprana de Elon Musk como director ejecutivo, algunos de ellos han comenzado a concebir lo que antes era inconcebible: el fin de su dependencia de Twitter.
“Si llegara a desaparecer Twitter, creo que todos estaríamos mejor”, afirmó Ben Ritz, director del Centro para el Financiamiento del Futuro de Estados Unidos en el Instituto de Políticas Progresivas, un centro de investigación. Ritz estima que utiliza Twitter de tres a cuatro horas al día.
“Tendría mucho más tiempo en mi vida”, aseguró Molly Jong-Fast, corresponsal especial de Vanity Fair y estrella de los medios liberales.
“¿Qué pasaría si simplemente implosionara por completo?”, afirmó Jesse Singal, periodista y coanimador de “Blocked and Reported”, un pódcast sobre controversias en internet, quien también ha sido objeto de controversias en Twitter por sus escritos sobre temas de la comunidad trans. “Creo que sentiría una sensación de alivio. Resolvería por defecto mi tortuosa relación con la plataforma”.
Fundada en 2006, Twitter se convirtió rápidamente en un centro de encuentro y un escenario para, entre otros, periodistas, expertos, académicos y políticos interesados en noticias y comentarios de último momento. Muchos se unieron por un sentido de necesidad profesional, ya que la plataforma era un lugar para mantenerse al día y crear una audiencia. En poco tiempo, el dialecto vernáculo, los chistes internos y la etiqueta particular de Twitter impulsaron a los usuarios a permanecer conectados para evitar quedarse rezagados. A lo largo de los años, algunas de esas personas comenzaron a visitar el sitio cada vez más y luego con incluso mayor frecuencia.
“Tengo un pensamiento constante en el fondo de mi mente de que necesito revisar Twitter”, afirmó Matthew Donovan, animador de “Neoliberalhell”, un popular pódcast sobre política de izquierda y cultura de internet.
Durante los años de Trump, cuando el presidente Donald Trump llegó a dominar la plataforma con su estilo sin filtros y su ritmo implacable (tuiteó más de 25.000 veces durante su mandato de cuatro años), algunos usuarios de Twitter comenzaron a darse cuenta de que estaban teniendo capacidades de concentración reducidas, listas de pendientes sin finalizar y familiares indignados.
“Paseo al perro de mis padres junto a ellos”, contó Ritz. “Y cuando hay un silencio en la conversación, reviso mi teléfono. Les molesta mucho cuando eso pasa”.
La potente mezcla que ofrece Twitter de noticias de última hora, competencia social, maniobras profesionales, bromas y abuso personal siempre ha sido un gusto adquirido, incluso para los usuarios más prolíficos. Que quizás no sea saludable pasar tanto tiempo en Twitter es un tema frecuente de conversación en el propio sitio. Mucho antes de que Musk asumiera el cargo de director ejecutivo en octubre, bromear sobre que la plataforma era un “sitio infernal” ya era una de las señales reveladoras de un usuario irremediablemente adicto.
Para algunos, lo positivo de Twitter —el acceso instantáneo a los pensamientos de millones de personas— también es lo negativo.
El periodismo, afirmó Dylan Matthews, corresponsal sénior de Vox, “puede sentirse a veces como un grito al vacío. Lo que es específicamente adictivo de Twitter es que te dice lo que opina el vacío”.
Sin embargo, agregó, “no creo que el ser humano pueda tener a cientos de personas gritándoles a la vez y sobrevivir psicológicamente”.
Incluso para los estándares masoquistas de muchos usuarios de Twitter de larga data, el reinado de Musk ha sido difícil: Musk ha remodelado —de manera errática— el sistema de verificación del sitio. Ha suspendido a algunos periodistas, solo para reincorporar a algunos de ellos poco después y le ha mostrado algunos correos electrónicos internos de la compañía a otros. Además, aparentemente, le ha dejado decisiones importantes sobre la gestión de Twitter, como si se debe permitir el regreso de cuentas previamente suspendidas o si debería permanecer como director ejecutivo, a resultados de simples encuestas en la plataforma.
Entre los usuarios vetados antes de la compra de Musk que han regresado a Twitter gracias al plebiscito de “amnistía general” se encuentra Andrew Anglin, fundador del sitio neonazi The Daily Stormer. (Musk reintegró a Trump por separado, aunque el expresidente no ha vuelto a tuitear). Miles de empleados de Twitter han sido despedidos o han renunciado, lo que ha generado la especulación de que la fuerza laboral restante ya no es lo suficientemente grande como para sostener el sitio a largo plazo.
Muchos usuarios permanecen en la aplicación, esperando a ver qué sucede. Para ellos, abandonar la plataforma se siente terriblemente definitivo dado lo rápido que está cambiando el entorno. El martes 20 de diciembre, Musk anunció que renunciaría como director ejecutivo una vez que encontrara a alguien para remplazarlo.
Micah Musser, analista de investigación en un centro de investigación en Washington D. C., afirmó que, aunque “pareciera que el sitio ha empeorado mucho”, todavía no se ha ido. “Pero, a nivel personal, irme sería bueno para mí”, aseguró.
Ciertamente, a los usuarios avanzados les resulta notoriamente difícil abandonar Twitter. En julio de 2021, la escritora Caitlin Flanagan publicó un ensayo titulado “Realmente necesitas abandonar Twitter” en The Atlantic; hasta el día de hoy, Flanagan seguía activa en la plataforma. Y muchos de los usuarios destacados de Twitter que han creado cuentas en sitios alternativos como Mastodon y Post siguen activos en Twitter. (Mastodon tiene la reputación de ser complicado de usar y tanto esa plataforma como Post enfrentan el mayor obstáculo de cualquier remplazo potencial de Twitter: la inercia entre los usuarios).
Aun así, para aquellos que piensan que Musk ya ha llevado, o llevará, a la plataforma a un punto de no retorno —y que todavía no logran reunir la voluntad para irse— existe al menos una historia de éxito.
Jason Stanley, profesor de Filosofía en la Universidad de Yale y autor de “Cómo funciona el fascismo”, fue durante años una presencia fija en la plataforma, en la que tuiteaba con gran frecuencia sobre lo que consideraba amenazas a la democracia. En el proceso, afirmó, se volvió adicto.
“No podía dejar pasar una discusión”, aseguró.
Stanley contó que después de las elecciones de 2016 abandonó Facebook, sitio web que muchos liberales alegaron jugó un papel en la victoria de Trump. Cuando Musk compró Twitter, Stanley afirmó que tuvo sentimientos negativos similares.
“Estoy en Twitter para hablar de democracia y si no va a ser eso, no tengo ninguna excusa para estar en este triste espacio”, afirmó.
Stanley abandonó Twitter a principios de diciembre. Contó que fue fácil. Entre los beneficios está el hecho de que sus hijos ya no hacen dibujos de él con el teléfono celular en la mano.
“Estar conectado con mi familia es la primera, segunda y tercera cosa más importante”, afirmó Stanley. “Es, incluso, más importante que la democracia estadounidense”.