El templo más antiguo al norte de África, con 2.600 años, la Ghriba sigue siendo el nexo de unión de aquellos que se resisten a abandonar su Túnez natal y de quienes sueñan con volver el año que viene para renovar sus deseos.
La isla de Yerba atrae cada año a miles de peregrinos que visitan la milenaria sinagoga de la Ghriba, pero también a numerosos descendientes de la diáspora en busca de una identidad judeotunecina, para completar una parte, a menudo desconocida, de su historia familiar.
Por primera vez, Daphné Bem Baren se sumerge en este templo- el más antiguo del norte de África con 2.600 años de antigüedad- acompañada por varias amigas para participar en cada una de las tradiciones que envuelven a esta santa misteriosa que, según la leyenda, era venerada por judíos y musulmanes por sus milagros.
Armada con una docena de huevos duros, Daphné escribe sobre cada uno de ellos los nombres de sus familiares y amigos para pedir su deseo- un embarazo, una boda, mejor salud- antes de colocarlos en una pequeña cueva y abandonarse a la fe. Las oraciones en hebreo se mezclan con el dialecto tunecino y el francés, así como la bukha (licor de dátiles), el misticismo y el folclore
Hace cuatro años esta mujer en la cuarentena decidió cambiar París por la Marsa, un pequeño pueblo costero del extrarradio de la capital de donde eran originarios sus abuelos. El hecho de que sus padres eligieran Túnez como destino para su retiro le dio el último empujón para tomar “la mejor decisión de su vida”.
“Pasé todos los veranos de mi infancia aquí así que fue como volver a casa. Un sentimiento de apego que se ha ido creando con los años e hizo que en un momento dado fuera vital volver. Es como cerrar el círculo, devolver a mis abuelos una parte de lo que me transmitieron”, afirma emocionada esta empleada en una empresa de grafismo.
Hace unos años Daphné sintió la necesidad de convertirse al judaísmo, pese a que la religión era un asunto proscrito en su familia después de que su abuelo, un comunista ítalo-tunecino judío, fuera deportado por la Francia colonial (1881-1956) y hecho prisionero en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
“Desde entonces mi abuelo rechazó por completo el judaísmo, transmitiéndoselo a mi padre, que ni si quiera fue circuncidado. Cuando me convertí sentí que volvía a conectar con esa parte abandonada de mi identidad y esto hizo que mi padre terminase reconciliándose con el judaísmo”, asegura orgullosa.
RECONCILIACIÓN DE IDENTIDADES
Esta “reconciliación” entre una doble identidad arabo-judía es lo que movió a Cléo Cohen a venir a Túnez hace cuatro años pese a las advertencias de su abuela: “no queda nada allí, lo quemaron todo”.
Más de medio siglo después del exilio de sus abuelos sefardíes tunecinos y argelinos a Francia, esta realizadora recién entrada en la treintena trata de restituir la memoria olvidada de una tercera generación que como ella no tuvo la oportunidad de conocer el país, más allá de la nostalgia y los fantasmas del pasado.
El colonialismo, el nacionalismo árabe, el conflicto israelo-palestino o el éxodo no son sólo conceptos geopolíticos, sino piezas de un puzzle que Cléo busca recomponer en su documental “Que dios te proteja”, a través de su relato personal.
Ahora una nueva generación regresa a Túnez para seguir los pasos de sus padres y abuelos y descubrir los escenarios de esas anécdotas tantas veces escuchadas.
“Cada vez hay más jóvenes que deciden volver y el hecho de crear lazos entre nosotros y compartir nuestras experiencias los animan”, explicó Cléo, que asiste por segunda vez a esta romería.
Si la comunidad judía contaba con 100.000 miembros en la década de los cuarenta, actualmente apenas queda un millar, principalmente en este pequeño enclave del sur del país, después de que la mayoría emigrase a Francia e Israel. Sin embargo, la Ghriba sigue siendo el nexo de unión de aquellos que se resisten a abandonar su Túnez natal y de quienes sueñan con volver el año que viene para renovar sus deseos.