El lugar, donde el entonces emperador brasileño Pedro II celebró su último baile de gala antes de ser derrocado por los republicanos tan solo seis días después, podrá visitarse nuevamente a partir de este sábado tras recobrar su estructura original, luego de año y medio de reformas.
El pequeño palacio de la ‘Isla Fiscal’, que marcó un antes y un después en la historia de Brasil y es considerado uno de los sitios más icónicos de Río de Janeiro por estar construido sobre un islote, reabrirá sus puertas al público este fin de semana tal como fue ideado dos siglos atrás.
El lugar, donde el entonces emperador brasileño Pedro II celebró su último baile de gala antes de ser derrocado por los republicanos tan solo seis días después, podrá visitarse nuevamente a partir de este sábado tras recobrar su estructura original, luego de año y medio de reformas.
Conocido como ‘Isla Fiscal’, pues fue ideado para servir de aduana por su estratégica localización, justo a la entrada del puerto de la ciudad, el lugar está lejos de representar el frío despacho con el que se le denomina.
De estilo neogótico y pintado con un llamativo verde, el palacete no pasa desapercibido para quienes transitan por la región portuaria de la Río, pues se levanta sobre una minúscula isla, en medio de la bahía de Guanabara, con una panorámica que abarca el centro histórico y los principales referentes de la ciudad: el Cristo Redentor y el cerro de ‘Pao de Açúcar’.
El sitio pertenece a la Marina y se convirtió en museo desde fines de 1998 cuando abrió las puertas de sus salones y jardines al público.
Por su belleza, ubicación y fácil acceso, el ‘castelinho’ es uno de los sitios más apetecidos por la alta sociedad brasileña para fiestas, matrimonios y eventos. Más de 40.000 personas lo visitan al año y un evento allí puede costar entre 20.000 y 100.000 reales (entre 4.200 y 20.800 dólares o entre 3.700 y 18.500 euros).
DE ISLA DE RATAS A JOYA DE LA CORONA
La que hoy se conoce como Isla Fiscal era llamada dos siglos atrás la Isla de las Ratas, al parecer por la abundancia de roedores en el lugar, aunque el dato no ha sido comprobado.
Lejos de imaginarse como un paraíso, el islote de apenas 7.000 metros cuadrados y ubicado a la entrada del puerto, lo hacían perfecto para servir de puesto de aduana.
El más entusiasmado fue Pedro II. El emperador no aspiraba levantar un despacho cualquiera, pues quería que el fisco fuera la imagen de Río -entonces capital del imperio- y causar una “grata impresión” a sus visitantes.
‘Don Pedro’, como se le conocía en Brasil, estuvo pendiente de todos los detalles y hasta escogió su estilo arquitectónico, basado en un pequeño ‘château’ (castillo) de estilo gótico-provenzal de Francia, que fue proyectado por el ingeniero Adolpho Del Vecchio.
Destaca en la edificación una torre central de 53 metros de altura con un reloj alemán y varios chapiteles a su alrededor.
“Todo el predio es una obra de arte”, señaló a EFE Miriam Benevenute, capitana de fragata y responsable por el acervo histórico de la Marina.
Esto porque el método de construcción del palacete fue muy artesanal, sin los patrones que se utilizan hoy.
Sus más de 70 ventanas, por ejemplo, tienen todas entre uno y dos centímetros de diferencia. “Son piezas únicas”, explicó la también museóloga.
Ocupando la tercera parte de la isla y rodeado de almenas medievales, el palacete, inaugurado en abril de 1889, fue considerado una de las construcciones más elegantes de Río en la época, por sus líneas sobrias, su aire de catedral medieval y sus llamativos vitrales.
EL ÚLTIMO BAILE
La fama de este ‘castelinho’, sin embargo, no fue por el servicio de aduana, sino por un fastuoso baile de gala que terminó siendo el último del imperio, pues el 15 de noviembre de 1889, seis días después del evento, un golpe cívico militar proclamó la República derrocando a Pedro II.
El evento, organizado en homenaje a los oficiales del navío chileno “Almirante Cochrane”, país con el que Brasil quería firmar una alianza contra Argentina, entonces rival común, fue apenas una excusa para la verdadera celebración: las bodas de plata de la princesa Isabel y el Conde d’Eu.
Fueron invitadas 5.000 personas y trabajaron sin descanso 150 cocineros que, con 800 kilos de camarones, 300 pollos, 500 pavos, 64 faisanes y 1.200 latas de espárragos, prepararon infinidad de platos.
Se sirvieron también 20.000 emparedados, 14.000 helados y 2.900 platos de dulces, y se bebieron 188 cajas de vino, 10.000 litros de cerveza y 80 cajas de champaña.