Bilal Y. Saab es el miembro más antiguo y director del programa de defensa y seguridad en el Instituto de Oriente Medio, que recibe financiamiento de los Emiratos Árabes Unidos, Catar y Aramco Americas, entre otros.
El jueves, al atacar objetivos de los rebeldes hutíes en Yemen con el Reino Unido, Washington envió un mensaje mordaz tanto a los hutíes como a sus partidarios iraníes de que Estados Unidos ha puesto fin a su postura de larga data de solo defensa en el mar Rojo y está decidido a detener los ataques del grupo contra buques comerciales en aguas regionales.
No está claro si esa estrategia funcionará, dada la intransigencia de los hutíes y el hecho de que pueden beneficiarse de una lucha con Estados Unidos. Un enfrentamiento de este tipo refuerza sus credenciales ante los enemigos de Estados Unidos en la región y distrae la atención de su atroz gobierno del noroeste de Yemen y de la capital del país.
Pero debido al agravamiento de la amenaza que el grupo supone para la libertad de comercio y navegación en el mar Rojo —una de las principales rutas marítimas mundiales y uno de los principales intereses estadounidenses en la región—, Estados Unidos tenía que actuar.
El presidente Biden dijo que está dispuesto a “dirigir nuevas medidas para proteger a nuestro pueblo y el libre flujo del comercio internacional según sea necesario”. Si se compromete con este nuevo método asertivo, dota a las fuerzas estadounidenses en la región de la autoridad y los recursos que necesitan y empareja cualquier nuevo uso de la fuerza con labores diplomáticas para poner fin a la desastrosa guerra entre Israel y Hamás, sus posibilidades de frenar a los hutíes mejorarán.
Tras el ataque de Hamás el 7 de octubre y la declaración de guerra de Israel, los hutíes prometieron que el grupo lanzaría ataques destinados a detener barcos israelíes u otros barcos que transporten mercancías a “puertos palestinos ocupados” para mostrar su solidaridad con los palestinos de Gaza. Desde el 17 de octubre, los hutíes han atacado u hostigado al menos 27 buques en rutas marítimas internacionales.
El 11 de enero, Estados Unidos y una pequeña coalición de aliados respondieron atacando más de 60 objetivos en Yemen, incluidos sistemas de radar hutíes, sistemas de defensa antiaérea, así como lugares de almacenamiento y lanzamiento. Estados Unidos llevó a cabo otra ronda de ataques contra los hutíes el viernes.
Los riesgos y las incertidumbres de los ataques de Estados Unidos y el Reino Unido son evidentes. Los hutíes, que el Departamento de Estado retiró de su lista de organizaciones terroristas extranjeras en febrero de 2021 para facilitar la transferencia de ayuda humanitaria a partes de Yemen bajo control hutí, ya han declarado que tomarán represalias. Eso podría muy bien conducir a una escalada que Washington desea seriamente evitar, como demuestran las múltiples visitas del secretario de Estado Antony J. Blinken a la región en las últimas semanas.
No es cuantioso el historial de derrotar políticamente, destruir militarmente o incluso disuadir de manera significativa a milicias arraigadas, capaces y resistentes en Oriente Medio mediante el uso exclusivo de la fuerza. Durante décadas, Israel ha intentado mantener a raya a Hezbolá y Hamás, y ha fracasado de manera estrepitosa. En la guerra actual, la promesa de Israel de acabar con Hamás en Gaza es inviable.
Quizá la mayor incertidumbre en este nuevo enfrentamiento sea la naturaleza de la asociación de los hutíes con Irán. Al menos desde 2014, Irán ha aumentado su apoyo a los hutíes, en parte, quizás, porque el grupo da a Irán acceso al estratégico estrecho de Bab el Mandeb y por la oportunidad de proyectar poder en el patio trasero de su rival Arabia Saudita. Se cree que el dinero, la formación y la inteligencia iraníes han ayudado al grupo a atacar sus recientes objetivos comerciales en el mar Rojo. Sin esa generosa ayuda, los hutíes podrían perder su capacidad de dañar significativamente el transporte marítimo en esa zona.
Pero el grado de control directo que ejerce Irán sobre los dirigentes hutíes sigue siendo una incógnita, incluida la cuestión de si Teherán puede ordenar al grupo que ponga fin a sus agresiones. Es posible que los rebeldes tengan más autonomía que otros miembros de la red de representación de Irán a la hora de utilizar la violencia estratégica contra sus enemigos. Incluso si Irán se viera sometido a una intensa presión diplomática o a una amenaza creíble de fuerza y cesara su apoyo a los hutíes, eso podría no impedir que el grupo utilice las armas de las que ya dispone, que no son pocas. En teoría, los hutíes también podrían sobrevivir financieramente por sí solos, dado su control de los ingresos y recursos estatales en Yemen.
Sin embargo, a pesar de todos estos riesgos, Estados Unidos no tiene más opción que responder a la agresión de los hutíes. Estados Unidos y la comunidad internacional tienen un enorme interés en el mar Rojo, punto de entrada de los barcos que utilizan el canal de Suez, por el que transita el doce por ciento del comercio mundial.
Y hay razones para ser optimistas en cuanto a que este estallido no desemboque en un conflicto más profundo. Aunque es comprensible la preocupación de que Irán pueda tomar represalias en nombre de los hutíes, Teherán no es ni temerario ni impertérrito. En abril de 1988, el Ejército estadounidense lanzó la Operación Mantis Religiosa contra objetivos iraníes en el golfo Pérsico en represalia por el uso de una mina contra un gran buque de guerra estadounidense, una medida que contribuyó a poner fin a un largo conflicto regional. Más recientemente, un ataque estadounidense con aviones no tripulados que mató al alto comandante iraní Qasem Suleimani en Irak en 2020 consiguió evitar que Irán intensificara su agresión contra los intereses estadounidenses en la región, según el general Kenneth F. McKenzie Jr., excomandante del Mando Central de Estados Unidos.
Sin embargo, Estados Unidos no debe apoyarse únicamente en una estrategia militar. También debe seguir aplicando una diplomacia más eficaz en relación con Gaza y la región en general. Los hutíes afirman que su campaña tiene por objeto apoyar a Hamás y detener la guerra de Israel, pero el Ejército estadounidense ha afirmado que varios de los recientes ataques de los hutíes en el mar Rojo no han tenido como objetivo barcos vinculados a Israel o que se dirigen a Israel o desde Israel. Washington podría descubrir ese engaño logrando un avance diplomático en Gaza o incluso un alto al fuego, aunque Estados Unidos aún no lo ha exigido. Puede que esto no detenga la agresión de los hutíes, pero reforzaría las labores diplomáticas de Washington para formar una coalición internacional más amplia destinada a hacer frente a la amenaza de los hutíes.
Cuanto más intransigentes y temerarios parezcan los hutíes, más amplio será el consenso internacional para contrarrestarlos y mayor la presión diplomática que puede ejercerse contra ellos, incluida la aplicación de duras sanciones económicas y su redefinición como organización terrorista.
Los hutíes son un problema que el mundo ha ignorado durante demasiado tiempo, permitiendo que hiciera metástasis. Pero no es inmanejable. Encontrar una solución requerirá voluntad política, cooperación internacional y, quizá sobre todo, humildad para comprender los límites del poder de Estados Unidos en un Oriente Medio en constante cambio.