“Amazonia es la última gran frontera sin energía en Brasil”, dice el ingeniero Aurélio Souza. Recorriendo los ríos Purus e Ituxi que cruzan el sur de este vergel tropical es fácil comprobarlo: todas las embarcaciones transportan hielo, un bien escaso y preciado para las comunidades
“Por lo menos dos millones de brasileños no tienen acceso a energía moderna. Usan generadores pero son apenas paliativos”, dice Souza, quien trabaja en un proyecto para llevar electricidad a esta región selvática usando paneles solares.
Siguiendo la lógica del río, en cuyas orillas viven los casi 600 habitantes de la reserva Ituxi, la gasolina y el diésel literalmente motorizan la vida y solo pueden ser comprados en la ciudad a un precio mayor que en las urbes como Sao Paulo.
En Ituxi la mayoría de las construcciones son palafitos básicos de madera con letrinas externas. Las mujeres lavan ropa y platos, y también se asean, en pequeñas plataformas de madera en la orilla del río.
Las casas más estructuradas tienen baños y agua potable extraída de pozos artesanales. En ellas, el ruido de los generadores marca la noche temprana, anunciando cuatro horas de bombillas y, en el mejor de los casos, televisión.
El precio del combustible hace prohibitivo el uso de un congelador, relegado para ocasiones especiales. Encenderlo varias horas por día costaría unos 400 dólares mensuales de gasolina.
Pero para Souza, consultor del proyecto “Resex, Productoras de Energía Limpia”, del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), es posible cambiar esa realidad con energía limpia que dejaría en el pasado a los ruidosos generadores.
La disponibilidad del recurso solar, la durabilidad de las piezas y la escala garantizan el éxito de este modelo en la Amazonia frente a otras alternativas, dice este asesor de la iniciativa que es apoyada por el federal Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio).