En febrero del 2025 se cumplieron 100 años de la Revolución Tule, en la que los gunas, decidieron independizarse de Panamá. Hecho desconocido por muchos porque, con el poco esfuerzo histórico que se hace en las escuelas, tanto públicas como privadas, casi no sabemos hechos relevantes de nuestra historia.
En esos sucesos murieron más panameños que en la Guerra de Coto con Costa Rica, falleciendo 30 panameños, la mayoría policías coloniales, tal como se llamaban a los agentes de la autoridad que servían en las islas más pobladas del archipiélago.
Existiendo como comarca antes de la separación de Colombia, al fundarse nuestra República, los kunas, hoy, gunas, quedaron divididos, la mayoría del lado panameño y los restantes en el Caribe colombiano, tanto en las islas como en tierra firme. Muchos de sus jefes, sahilas, preferían ser de Colombia, porque así se mantenían unidos y sin que nadie los molestase por sus costumbres, como estaban antes de 1903. Según explicaban, los colombianos les permitían ser gunas, no cuestionaban sus creencias y estilo de vida, pero los panameños querían forzarlos a ser panameños, a “civilizarlos”, al considerarlos salvajes o semisalvajes, cambiándole radicalmente su historia cultural, incluyendo su manera de vestir.
El primer presidente panameño que presta atención a esos panameños fue Belisario Porras, quien intenta “civilizar” a sus habitantes. Ello conlleva imponer la autoridad del país a las islas, acostumbrada a regirse por sus propias leyes, lo cual incluye el proselitismo católico y eliminar algunas celebraciones que, según los capitalinos, eran antihigiénicas y dañinas, como la llegada de las jóvenes a la pubertad.
Dos estadunidenses, la activista protestante Anne Coope y Richard Oglesvy Marsh, antiguo diplomático que sirvió en la embajada de su país en Panamá. Marsh, visitando las áreas del Darién para procurar caucho para las empresas gringas que producían llantas, se topa con lo que consideró eran los indios blancos que, según algunos demostrarían la presencia en tierra indígena de gente con características caucásicas. De allí su involucramiento con los líderes de la comarca que lo hacen llevarse algunos de esos nativos a los Estados Unidos para tratar de demostrar que en el área había indios blancos, confirmándose la vieja sospecha de que simplemente se trataba de albinos.
Desde su primer mandato, el presidente Porras, en la búsqueda de crear una Nación donde también se integrasen los originarios, procura sumarlos a las costumbres del resto a lo que hay un gran rechazo por algunos de sus líderes.
Acostumbrados a ser su propia autoridad, el doctor Porras nombra a un intendente que sería su representante en las islas de San Blas, siendo éste el encargado de civilizarlos, objeto de muchos abusos hacia los gunas.
Algunos lo aceptan pero otros no. La invasión de sus tierras por negros libertos también se convierte en un problema que los indígenas exigen a Porras ponerle freno. Y, por supuesto, su exposición a la estadounidense Coope y la escuela bíblica que desarrolla en las islas, así como a la especie de agitador de los derechos gunas que impulsa el ex diplomático Marsh.
Tanto Coope como Marsh se reúnen con el presidente y sus ministros, pero se frustran porque civilizar a los indígenas no resulta una labor fácil. Allí se va tejiendo el descontento que termina el 25 de febrero de 1925, con la declaración de independencia de la República, redactada en inglés por Marsh y que es enviada a la presidencia de la República y a la legación de Estados Unidos en Panamá que desata una ola de violencia, la más brutal de nuestra historia.
Puede que la escogencia de la fecha independentista tuviese que ver con los carnavales que se celebraban en esa fecha, lo cual toma desprevenidas a las autoridades para poner atención al problema.
Corresponde al presidente Rodolfo Chiari, sucesor de Porras, promover un acuerdo con los indígenas rebeldes, prometiéndoles acabar con los intentos de civilizar a una población, considerada por algunos como salvaje y atrasada.
La muerte de esos 30 panameños quedó impune, pero mediante la negociación en que terminó todo, ganó la República, así como los gunas, porque en esos 100 años esa comunidad creció dándole al país una comunidad orgullosa, no solo de ser panameños, sino también que ha logrado mantener sus raíces históricas.
En el libro de reciente publicación “La rebelión infinita”, el autor Juan David Morgan recrea magistralmente este poco conocido episodio de nuestra historia republicana.