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Por millones de años tiburones martillo bebé han crecido en una guardería protegida por exuberantes manglares y arrecifes en las islas ecuatorianas de Galápagos, a salvo de la amenaza humana.
Pero hasta noviembre los biólogos no descubrieron su escondite, en el que podría ser uno de los últimos secretos develados en este archipiélago ubicado a 1.000 km al oeste del continente.
“Fue por casualidad que encontramos esta guardería natural para crías de tiburones martillo (Sphyrna lewini), una especie altamente amenazada. Es un área única, de mucho interés para la conservación”, explica a la AFP el biólogo Eduardo Espinoza, responsable de monitoreo de Ecosistemas Marinos del Parque Nacional Galápagos.
Todavía impresionados por su hallazgo, Espinoza y su equipo regresan en lancha al lugar, al noroeste de la isla de Santa Cruz (una de las principales del archipiélago), en una nueva expedición para recabar datos y colocar marcas acústicas a los pequeños escualos para su posterior rastreo.
La travesía, de menos de una hora, es un festín para la vista.
Tras surcar aguas de color turquesa atravesadas por tortugas marinas y bordear playas de arena blanca con negras iguanas tostadas por el sol y sobrevoladas por enormes pelícanos, la pequeña embarcación se adentra por un sinuoso canal entre manglares que desemboca en un estanque natural de lecho rocoso y poco profundo.
Perfectamente visibles, decenas de pequeños tiburones de tez plateada y morro aplastado -con un ojo en cada extremo- se deslizan mansamente entre otros peces en busca de crustáceos, el alimento de sus primeros años.
“Las hembras llegan a parir y se van. Las crías tienen aquí disponibilidad de alimentos y están protegidas, porque los arrecifes evitan que entren los grandes predadores”, explica Espinoza antes de lanzar una extensa red.
Al cabo de uno o dos años, cuando crecen y necesitan más alimento, salen a aguas abiertas, y en ocasiones emigran a miles de kilómetros, convertidos en moles de hasta tres metros y medio que pueden llegar a vivir 50 años.