Un clásico de la literatura latinoamericana a punto de entrar el el mágico mundo de los audiovisuales.
Las alarmas saltaron en 2005 cuando el director húngaro Péter Gothár anunció el rodaje en Colombia de una película sobre Cien años de soledad, la novela clásica de Gabriel García Márquez. La agencia literaria Carmen Balcells impuso los intereses de su cliente, quien desautorizó adaptaciones audiovisuales de su obra maestra, y paró el rodaje. Por eso, el anuncio de Netflix sobre la compra de los derechos para la primera adaptación a la pantalla de esta novela ha provocado una controversia internacional: ¿debe adaptarse una obra que su autor, fallecido en 2014, no quiso llevar al cine?
En realidad, adaptar o no adaptar Cien años de soledad a la pantalla no es la cuestión. Otras obras clásicas de la literatura universal, desde la Odisea hasta la dificilísima Ulises de James Joyce, pasando por Hamlet, han sido llevadas al cine y la televisión de forma más o menos acertada. Como otros clásicos, Cien años de soledad tiene una vida que se extiende más allá de la página impresa y ahora le ha tocado pasar a la pantalla. Además, los hijos del escritor, Gonzalo —diseñador gráfico y editor— y Rodrigo —director de cine y televisión— serán los productores ejecutivos de la serie de Netflix.
La verdadera cuestión es que ahora la novela puede adaptarse con ciertas garantías a consecuencia de algunos cambios sin precedentes en el modelo de creación, producción y circulación de productos audiovisuales. En el esquema actual, directores y guionistas tienen más libertad creativa para contar historias que no necesitan adaptarse a los estándares de Hollywood para triunfar. Gracias a los algoritmos usados para conocer la actividad de los usuarios, la producción de contenidos se diseña con inteligencia de datos sobre qué ve el público y cómo lo ve. Y el usuario puede consumir series y películas adaptadas a su gusto en el lugar y a la hora que desee.
Netflix lidera varios de estos cambios con casi 140 millones de suscriptores. De ahí que el debate más importante no sea especular sobre la calidad de su serie sobre Cien años de soledad —una adaptación fiel de esta novela es tan imposible como innecesaria— sino analizar cómo la distribución global de la serie en más de 190 países puede dar un nuevo impulso a las historias de Macondo y la familia Buendía. Así lo sugieren los millones de espectadores de la serie Narcos y el largometraje Roma.
A Cien años de soledad nunca le faltaron pretendientes para llevarla a la pantalla. La correspondencia del autor revela que recibía ofertas de adaptación antes incluso de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1982. Al contrario de lo que se cree, no rechazó ofertas por desconfiar del cine, que de hecho fue una de sus pasiones profesionales. En 1963, dos años antes de empezar a escribir esta novela, trabajaba como guionista de cine en Ciudad de México. Le iba tan bien que en una carta de ese año le confesó a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza que se veía trabajando en Hollywood pronto. Además, gracias al cine, García Márquez aprendió a unificar magia y realidad; un ingrediente fundamental de Cien años de soledad.
Lo que al escritor le provocaba dudas sobre adaptar su novela era qué formato audiovisual usar para comunicar las historias de Macondo. Él sabía que una obra de semejante riqueza no podía comprimirse en una película de pocas horas y mucho menos si no se rodaba en español. Por eso, a lo que se opuso en realidad fue a cualquier adaptación con formato de largometraje.
Un reto capital para adaptar la novela es cómo contar la historia. Se entremezclan el tiempo lineal con el tiempo cíclico.
En cambio, García Márquez sí confiaba más en las posibilidades narrativas del formato televisivo. En 1989, declaró a The New York Times que con la televisión “en una noche puedes llegar a 10 millones de espectadores y esa es la idea: llegar a ese público con ideas y calidad”. Él sabía que Cien años de soledad atesoraba ese potencial. Como el actor Anthony Quinn, interesado en adaptarla, le confirmó, la novela “sería ideal para un serial de cincuenta horas de televisión”.
Todos los clásicos literarios se parecen unos a otros en su capacidad de reinventarse generación tras generación; pero cada clásico tiene sus dificultades propias de adaptación al llevarlo a la pantalla. Cien años de soledad no es una excepción. Macondo está ubicado en el Caribe colombiano. Una adaptación respetuosa debe cuidar detalles locales, como la cultura y el habla costeña, y traducirlos a una dimensión más universal para un público global, como logra la novela. De lo contrario, la serie fracasará como lo hicieron las adaptaciones de sus libros Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera.
La escasez de diálogo en Cien años de soledad es uno de los obstáculos técnicos más complejos para su adaptación. Los diálogos apenas abarcan el cinco por ciento de la extensión total del libro. Además, los personajes rara vez intercambian más de tres frases seguidas. Por el contrario, lo que abundan son frases solemnes y memorables que están inmersas en páginas y páginas de narración.
Otro reto capital es cómo contar la historia. En la novela se entremezclan el tiempo lineal —desde la fundación de Macondo hasta su desaparición— con el tiempo cíclico —se repiten los nombres de los personajes y también sus tragedias—. Además de su inconfundible prosa poética y realismo mágico, Cien años de soledad es una obra muy sensorial. ¿Cómo llevar a la pantalla docenas de olores —como la fragancia que atormentaba a los hombres seducidos por Remedios, la bella—, de sabores —como el gusto de la sustancia que liberó a los habitantes de Macondo de la peste del insomnio— o texturas —como cuando Aureliano Buendía tocó el hielo—?
Pero no todo en la novela son dificultades para su adaptación. García Márquez usó numerosas técnicas y trucos cinematográficos al escribirla. Y lo hizo desde la primera página; el momento en que el coronel Aureliano Buendía está frente al pelotón de fusilamiento termina en una suerte de flashback o retrospectiva: cuando en su niñez conoció el hielo y Macondo era solo una pequeña aldea.
Durante años he estudiado cómo García Márquez escribió Cien años de soledad. Del texto final el autor eliminó numerosas frases que podrían rescatarse para solucionar algunas de las dificultades de la adaptación. Las supresiones incluyen personajes, párrafos, imágenes y hasta diálogos que podrían escucharse por primera vez en pantalla.
Cien años de soledad ha inspirado canciones y ballets, una ópera y una obra teatral, docenas de cuadros, una exclusiva bebida japonesa y hasta el nombre de una plataforma petrolífera. Si algo confirma su transformación en una serie es el irrefrenable poder de los clásicos de entrar en nuestras vidas mediante formatos distintos al establecido por sus creadores. Frente a previsiones catastróficas sobre el resultado de su adaptación por Netflix, la realidad es que ningún clásico ha dejado de serlo por culpa de una mala adaptación. Al contrario, el anuncio de que será una serie ha multiplicado las menciones a la novela en medios de comunicación en todo el mundo y ha reforzado así su actualidad como una obra de referencia colectiva.
Álvaro Santana-Acuña es profesor del Whitman College y prepara el libro “Ascent to Glory: How the Novel ‘One Hundred Years of Solitude’ Became a Classic”. Es instructor de cine y sociología en la Universidad de Verano de Harvard.