En el corazón de la aparente apacible Laponia noruega, una moto de nieve avanza por la tundra helada. Es la “policía de los renos”, una fuerza única en el mundo encargada de impedir que el Gran Norte se convierta en una tierra sin ley
En Finnmark, condado en el extremo norte de Noruega, se ha puesto tope al número de cérvidos: 148.800 cabezas. Aún así a veces estallan refriegas entre los ganaderos por el reparto de las zonas de pasto montañosas hacia las que los renos se retiran en invierno tras pasar el verano en la costa
Acaban en insultos, amenazas, robos o masacres de animales y, en contadas ocasiones, en puñetazos o disparos (…) Aunque casi desértico, el Gran Norte no se libra de la violencia entre ganaderos samis (lapones), población autóctona del Ártico. Los agentes están autorizados a confiscar armas de forma preventiva.
En caso de necesidad interviene la “policía de los renos”. “Ejercemos de intermediarios y buscamos una solución. De alguna manera somos mediadores de paz”, explica Jan Tore Nikolaisen, un exsoldado que sirve desde hace un año en esta unidad de 15 agentes.
– La Gaza helada –
La competencia entre ellos por los recursos puede acabar mal.
Dos pastores de Kautokeino, un suburbio de Finnmark, fueron condenados a penas de cárcel en 2013. Dieron una paliza a un intruso que se aventuró en su área, lo ataron y lo dejaron solo a pesar de las temperaturas glaciales, llevándose la llave de la moto de nieve.
Una de las zonas es tan conflictiva que se ha ganado el sobrenombre de “la Franja de Gaza”.
“En alguna ocasión degeneró y acabaron a golpes”, declara Jim-Hugo Hansen, el colega de Nikolaisen.
Las condiciones climáticas no facilitan las cosas. La formación de un manto de hielo casi irrompible en el suelo después de una alternancia de lluvia y heladas impide al reno encontrar líquenes bajo la nieve.
– Expedición de castigo –
Mathis Andreas, de 47 años, vigila la manada desde su cabaña aislada, adonde la policía fue a verlo, pero para una visita más de cortesía que otra cosa porque este año las condiciones son óptimas y la coexistencia pacífica.
Este hombre fornido, cuya familia cría renos desde, según él, finales del siglo XVIII, ya se ha visto involucrado en líos.
Recuerda una expedición de castigo con un camarada hace unos 30 años contra tres ganaderos que habían llevado su manada a los pastos de su tío, agrediendo a este último con un objeto punzante.
“¡Les dimos su merecido!”, recuerda delante del policía.
“Luego desplazaron la manada de nuestros pastos a los de un vecino más al norte. Entonces (hace una pausa para reflexionar) también recibieron el mensaje de levantar el campamento de inmediato”, y “una nueva paliza”. “Nunca más volvieron”, continuó.
Mientras habla no pierde de vista las vísceras de reno en una tartera de madera. “Es graso, está muy rico”, dice sobre su cena.
“Antes no se llamaba a la policía”, afirma el hombre.
– Nombre polémico –
Y eso que ya existía. La “policía de los renos” nació en 1949 para combatir la caza furtiva en una región entonces devastada y hambrienta por la política de tierra quemada aplicada por los nazis años antes durante la Segunda Guerra Mundial.
A horcajadas en su moto de nieve o en cuatriciclo, más que en coche, estos agentes patrullan un territorio de uan superficie de 56.000 km2, a una distancia prudencial de los animales para no espantarlos.
“Pueden pasar semanas enteras sin que veamos un reno”, declara Jim-Hugo Hansen.
El nombre de “policía de los renos” no es de su agrado porque desempeñan muchas más funciones, como velar por la naturaleza y por el respeto de las normas de caza, pesca, tráfico…