En una ceremonia celebrada en las escaleras de la suntuosa prefectura, el Rey del Carnaval de Rio, conocido como Rey Momo, recibió las llaves de la ciudad, dando por inaugurada una de las mayores fiestas del mundo.
El Carnaval de Rio arrancó el viernes con el alcalde Marcelo Crivella defendiéndose de quienes le acusan de haber arruinado la fiesta con sus creencias evangélicas.
En una ceremonia celebrada en las escaleras de la suntuosa prefectura, el Rey del Carnaval de Rio, conocido como Rey Momo, recibió las llaves de la ciudad, dando por inaugurada una de las mayores fiestas del mundo.
“¡Declaro el Carnaval oficialmente abierto!”, gritó el monarca, un corpulento y jovial fiestero, vestido con una llamativa camisa azul y una enorme y brillante corona.
Como es tradición, el Rey Momo estuvo acompañado por su reina del Carnaval y sus dos princesas, bailarinas de samba vestidas con unos ajustados trajes de lentejuelas.
Pero ni siquiera los acordes de la banda tocando el himno favorito de Rio, ‘Cidade Maravilhosa’, aplacaron definitivamente la polémica.
Durante días no estuvo claro si Crivella cumpliría este año con la tradición de que los alcaldes entreguen la llave al monarca.
Crivella, obispo de una de las mayores y más poderosas iglesias evangélicas del país, ya había desairado el año pasado al Rey Momo, cuando no acudió al acto en el que era su primer Carnaval en el cargo. Tampoco apareció por el sambódromo para ver los suntuosos desfiles, uno de los mayores eventos del año en la ciudad.
El aire distante de Crivella contrasta con el gusto por la fiesta de su predecesor, y le granjeó las críticas de los amantes del Carnaval, que le consideran un aguafiestas motivado por su pasión religiosa.
Aunque este viernes, el alcalde mudó el talante para agasajar al Rey Momo y a su familia real.
“No quiero arruinar la fiesta”, insistió.
En su intervención, Crivella elogió efusivamente el Carnaval de Rio, ciudad donde los índices de violencia y de pobreza no cesan de aumentar, calificándolo como algo que “devuelve optimismo”.
Pero, al final, hubo un misterioso giro en su nueva política de Carnaval: no fue él quien pasó la enorme y brillante llave al Rey Momo.
La tarea recayó en un subordinado, el jefe de la agencia municipal de turismo.