La frontera de México y Estados Unidos, según las películas

La frontera de México y Estados Unidos, según las películas
La nueva película de Miss Bala busca emocionar al público con una narrativa en torno al auge de la narcoviolencia que reclama vidas a diario Foto/AFP

La nueva versión hollywoodense de Miss Bala acaba de estrenarse en cines de Estados Unidos; es una reinterpretación con mucha acción y explosiones de la película mexicana de 2011 que es protagonizada por una adolescente que es testigo de una balacera de una pandilla en Tijuana y, sin quererlo, se convierte en cómplice de crímenes atroces.

Como muchas historias fronterizas en la cultura popular estadounidense —las películas de Sicario y la serie Narcos: México de Netflix, por ejemplo— la nueva película de Miss Bala busca emocionar al público con una narrativa en torno al auge de la narcoviolencia que reclama vidas a diario.

Con base en estas películas y series, que coinciden con el actual debate político respecto a la construcción de un muro entre México y Estados Unidos, los estadounidenses quizá piensen que en la frontera no hay más que muerte. La violencia en el cine, después de todo, vende tanto como el sexo. Es difícil encontrar la vitalidad y los colores de la vida diaria en la frontera en medio de todos los disparos y la desesperanza que se retratan en pantalla; hace falta buscar un poco para encontrar alternativas de esta visión hollywoodense.

“La frontera generalmente se representa como una tierra de nadie, aterradora e imponente”, dijo June Carolyn Erlick, editora jefa de ReVista, publicación sobre temas latinoamericanos de la Universidad de Harvard. Incluso algunos de los filmes sobre temas fronterizos que tienen mayor desarrollo (entre ellos El Norte (1984), del director Gregory Nava, que muestra a unos hermanos guatemaltecos que pasan por un tubo de alcantarilla y pelean contra las ratas para cruzar de Tijuana a San Diego) mantienen ese tono.

“Para mí, esa es la frontera en las películas”, dijo Erlick. “En vez de un lugar brillante y vibrante, donde una persona vive en un lado y va a trabajar al otro, es un lugar de ratas y oscuridad”.

A veces la tonalidad oscura es remplazada por una de colores amarillos deslavados, como en Tráfico (2000), la épica de Steven Soderbergh sobre la guerra contra el narcotráfico. Soderbergh utilizó filtros pintados con tabaco para hacer que el costado mexicano de la frontera pareciera desolado y de otro mundo, con lo cual tiene una apariencia distinta al resto del filme, grabado con otros colores en las locaciones en Estados Unidos.

Sin embargo, últimamente, el color primario utilizado en las películas fronterizas es uno rojizo: indicativo de mucha sangre. Las interminables guerras entre los cárteles han vuelto de la violencia sádica también un componente clave de las historias fronterizas en celuloide: cuerpos mutilados y colgados en público, periodistas asesinados, miles de desaparecidos y masacres.

Cuando las audiencias estadounidenses piensan en las películas fronterizas, probablemente recuerden La frontera, el melodrama protagonizado por Jack Nicholson como un agente fronterizo, o Estrella solitaria (1996), la película sobre un misterio criminal que da seguimiento a varias generaciones de una familia de policías en una pequeña ciudad fronteriza de Texas. No son películas malas, pero su perspectiva es principalmente anglosajona.

En la actualidad, la obra definitoria de la narrativa estadounidense sobre la frontera podría encontrarse en la literatura, en la trilogía de novelas de Don Winslow sobre el narcotráfico: El poder del perro, El cártel y La frontera (esta última será lanzada el 26 de febrero). La serie de libros, con muchas matanzas y sexo, también presenta un retrato a gran escala de la corrupción política en ambos costados de la frontera, sobre todo en Estados Unidos. La premisa central de Winslow es que la guerra contra el narco destruye todo lo que toca en México y en Estados Unidos (una de sus novelas anteriores sobre el mismo tema, Salvajes, fue adaptada al cine por Oliver Stone).

También, claro, hay películas mexicanas sobre la frontera, entre ellas Al otro lado (2004) y Desierto (2015), con Gael García Bernal.

Sin embargo, si estás buscando un antídoto al sensacionalismo sobre la zona, quizá conviene recurrir a los documentales.

Lo que reina en las sombras (2015) de Bernardo Ruiz, por ejemplo, es una mirada sobria al efecto que tiene la violencia del narcotráfico en la gente en ambos lados de la frontera. Reportero, la película de Ruiz de 2012, sigue a los reporteros de un semanario de Tijuana que cruzan la frontera de otra manera: dado que publicar en México es demasiado peligroso, abren una imprenta en California y transportan decenas de miles de ediciones de regreso al lado mexicano para su distribución. Los documentales de Ruiz están respaldados por el trabajo de reporteo que requiere contar estas historias; a él no le interesa mucho generar adrenalina momentánea.

Ruiz, un mexicano-estadounidense que se mudó a Estados Unidos cuando tenía 6 años, pasa mucho tiempo en ambos lados de la frontera, donde entrevista al tipo de personas que no aparecen en Miss Bala ni en Narcos. Entiende el atractivo que la acción y la emoción brindan a esos proyectos, pero también ve la necesidad de contar otro tipo de historias.

“Como mucha gente, estoy cansado del narco”, dijo Ruiz. “Estamos llegando a un punto en el que estamos inundados de obras acerca del tema. Mi miedo es que nos estemos alejando cada vez más del impacto que tiene en las personas ordinarias y su vida cotidiana”.

La situación actual se complica debido a la relación intrínseca entre la cultura pop mexicano-estadounidense y la violencia que reclama a la mayoría de sus víctimas en México: Narco Cultura (2013), el documental de Shaul Schwartz, ilustra el vaivén de manera devastadora. Del lado estadounidense, los que quieren ganar fama escriben narcocorridos, canciones que celebran las hazañas criminales de los sicarios, los que, a su vez, pagan muchísimo dinero para que plasmen sus actos en una obra musical. Es una manera tóxica de borrar la línea entre el arte y la vida.

Aunque no todas las películas sobre la frontera caen en los patrones. El traficante de sueños (Sleep Dealer), película del peruano-estadounidense Alex Rivera, combina la conciencia social con la ciencia ficción con un resultado completamente original. Los personajes en este mundo del futuro no muy lejano están en busca de nódulos, puertos electrónicos integrados en la piel, que se conectan a un sistema de drones de realidad virtual en Tijuana y les permiten realizar trabajos peligrosos en Estados Unidos. En otras palabras, cruzan la frontera sin tener que hacerlo. El traficante de sueños es un comentario astuto acerca de la inmigración y las políticas del trabajo fronterizo: en Estados Unidos están desesperados por encontrar mano de obra barata, pero no quieren a los trabajadores que la realizan.

Ruiz, el documentalista, cree que es un ejemplo de cómo las películas modernas sobre la frontera pueden romper con los retratos típicos.

“La visión antigua de la frontera casi era como una película clásica de vaqueros e indios, pero enmarcada de otra forma”, comentó. “Ahora estamos empezando a entender que la frontera es un lugar de vigilancia electrónica y drones”.

Sin embargo, algunas de las películas más audaces y resonantes son del estilo de vaqueros y western, sobre todo las películas populares a finales de los años sesenta y principios de los setenta; desde las que tienen un tono condescendiente (Los profesionales) hasta las que son surrealistas (El Topo).

El estándar dorado de las películas de vaqueros en la región fronteriza con México es La pandilla salvaje, la obra sangrienta de Sam Peckinpah en la que una banda de ladrones cruza la frontera para escapar de cazarecompensas al inicio del siglo XX. En cuanto llegan a México, los contrata un general tirano y contrarrevolucionario que combate a los soldados de Pancho Villa. México es pintada como una tierra anárquica; este filme deja claro que las películas de Hollywood abordaban las masacres fronterizas mucho antes del reinado de los capos del narco. Touch of Evil (1958) de Orson Welles —en algunos países conocida como Sombras del mal y en otros como Sed del mal— también cumple con esas características, pues representa la frontera como una tierra de policías corruptos que encubren a los criminales.

En efecto, las películas fronterizas han existido prácticamente desde que se creó el cine. “Tenemos una larga tradición de filmes fronterizos, desde la Revolución mexicana a principios del siglo pasado”, dijo Adriana Trujillo, cofundadora y exdirectora artística de BorDocs Documentary Forum, que se enfoca en películas que retratan la vida en la frontera. Esa larga tradición incluye al director Emilio “el Indio” Fernández, que también interpretó al general Mapache en La pandilla salvaje. Su carrera data de la década de 1920 y cubrió tanto la actuación como la dirección de películas en ambos lados de la frontera.

Pese a todos estos filmes, queda claro que hay millones de historias en la frontera que aún no se han relatado. Como en la mayoría de los casos, las masacres son lo que vende, y es lo que generalmente se convierte en entretenimiento masivo para los estadounidenses. Sin embargo, si miras con detenimiento, encontrarás obras que van más allá del sensacionalismo y plasman ideas esenciales acerca de la vida y la muerte que son relevantes en ambos lados de cualquier frontera.

 

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