Las revelaciones recientes de un escándalo sobre sobornos a universidades de padres que querían comprar el ingreso de sus hijos fueron como una clase magistral televisada de qué es lo que no se debe hacer al criar a un adolescente.
Muchos padres bien intencionados suelen caer en algunos de los mismos patrones cometidos por los padres adinerados acusados en ese caso: eliminan los obstáculos para garantizar que sus hijos no tengan que lidiar con la frustración y el fracaso, al estilo de lo que se conoce como un padre o madre quitanieves.
El problema es que aprender a manejar el fracaso es saludable para los niños y les ayuda a convertirse en adultos jóvenes competentes. Si los proteges de cualquier problema desde ahora, no estarán preparados para enfrentar retos mayores más adelante.
Algunas maneras de criar a un niño autosuficiente son:
Si tu hijo tiene un problema (por ejemplo, un amigo que no es amable), resístete y no le des consejos. En lugar de eso, tómate un momento para nombrar los sentimientos de tu hijo y respétalos. Respuestas como: “Parece que estás muy molesto y puedo darme cuenta por qué”, pueden darle confianza a tu hijo en su versión de los hechos. Cuando los niños confían en la importancia de sus sentimientos tienen la materia prima necesaria para abogar por sí mismos y resolver sus propios problemas.
De bebés, los hijos emiten sonidos sin palabras y, como padres, acostumbramos balbucear en respuesta. Daniel Siegel y Mary Hartzell, escriben en Ser padres conscientes, dicen que con ese intercambio el bebé recibe un mensaje: “Te veo y te escucho, y te devuelvo un reflejo de ti mismo que es muy valioso para que puedas verte y valorarte también. Te quiero tal como eres”.
A medida que los niños crecen, aquellos cuyos padres se toman en serio sus sentimientos y los reflejan se sentirán justificados e intentarán reaccionar en consecuencia.
Una vez que te has mostrado empático, pregúntale a tu hijo: “¿Qué quieres hacer al respecto?”. Es común que un niño responda: “¡No sé!”.No te rindas.
Cuando tu hijo tenga por lo menos una idea, como: “Podría decirle a un profesor”, trabaja con él al imaginar lo que podría suceder si tomara esa acción. De ese modo puedes alentarlo a sugerir múltiples estrategias y resultados para un mismo problema. Esto le genera confianza en sus ideas.
Este es el núcleo de la resiliencia: la capacidad de generar alternativas ante un desafío estresante, anticipar las consecuencias antes de tener que encararlas y tomar la decisión más práctica y eficiente.
Sabrás que dominas esta maniobra si tu hijo, cada vez que se acerque con un problema, te diga: “Ya sé, ya sé: ¿qué es lo que yo quiero hacer al respecto?”. En el caso de que tu hijo no quiera hacer nada, está bien: a veces no hacer “nada” también es una estrategia.
Si tu hijo pide ayuda constantemente, enséñale cómo buscar apoyo de manera productiva: no accedas a todas sus peticiones. Cuando pida tu ayuda, pregúntate: ¿es capaz de resolverlo solo? ¿Mi ayuda contribuirá a su aprendizaje y crecimiento? ¿Qué lecciones podrían enseñarle las dificultades? ¿Puedo identificar un pequeño paso que podría dar solo que sea estresante mas no abrumador?
Si tu hijo suele sufrir en silencio, piensa si tú mismo has mostrado una conducta similar en la que quieres superar todas las dificultades por tu cuenta. Trata de ser más transparente respecto a tu vulnerabilidad o las ocasiones en las que le has pedido ayuda a un amigo o colega. Deja que tu hijo sepa que pedir ayuda cuando la necesita es un acto de respeto propio.
Cuando tu hijo te pregunte si ha hecho correctamente alguna tarea del hogar, responde con otra pregunta: “¿Tú qué crees? ¿La cama está bien tendida? ¿Te parece que el plato del agua del perro está limpio? ¿El piso está suficientemente limpio?”.
Estas preguntas cultivan el criterio, la autoridad en la toma de decisiones. Cuando tu hijo crezca, enfrentará cotidianamente situaciones en las que tendrá que pronunciarse respecto a algo y decidir solo. (“¿Este es el mejor ensayo que puedo escribir? ¿Esta fiesta es segura para mí?”). Practiquen ejercitar el músculo del criterio a una edad temprana para prepararlo para tomar decisiones de mayor relevancia más adelante.
Desde que nacen, nuestros hijos estudian nuestro rostro en busca de señales que les digan si el mundo es seguro o atemorizante. Cuando aprenden a caminar, lo primero que hacen si tambalean y caen al piso es mirarnos. Si nos asustamos o entramos en pánico, ellos también lo hacen. Si reaccionamos con una mezcla de empatía y aliento, harán lo mismo.
Nuestros hijos jamás dejan de mirar nuestros gestos de reacción, ya sea que lleven una mala calificación a casa o se enfrenten a un rechazo en la universidad. Por eso asesoro a los padres para que se formulen una sola pregunta en el caso en que se enfrenten con un niño alterado y sientan que la ansiedad comienza a dominarlos: ¿cómo criaría a mi hijo si no tuviera miedo? Es decir, si supieras que sin importar lo que esté sucediendo en ese momento con tus hijos ellos saldrán bien, ¿qué dirías y qué harías distinto en este momento?
La pregunta nos permite abandonar ese pensamiento catastrófico que a menudo nos hace decir y hacer cosas de las que nos arrepentimos después y deja espacio para la apertura y el optimismo. Una vez que estamos calmados, podemos mantenernos en el presente con nuestros hijos en lugar de ser rehenes de nuestro propio temor.
En vez de preocuparnos tanto por allanar el camino al éxito para nuestros hijos, ¿qué tal si pasamos ese mismo tiempo preparándolos para el fracaso? La lección del escándalo de las admisiones en la universidad no se reduce a dejar de proteger a tu hijo de cualquier desafío, sino que, al tratar de protegerlo de cualquier daño, podrías estar convirtiéndote en quien más daño le causará.