Angela Merkel no se ha detenido.
BERLÍN — Después de que la semana pasada sufrió un segundo episodio de temblores sin control en público, Merkel, la canciller de Alemania, se dirigió al aeropuerto, tomó un vuelo de doce horas a Japón, sostuvo diez reuniones bilaterales y cuatro sesiones de grupo con líderes del mundo, entre ellos el presidente estadounidense, Donald Trump, y luego voló de regreso a Europa para tener una negociación récord de veinte horas con sus homólogos europeos en Bruselas.
Los últimos días han sido un recordatorio de la reconocida fortaleza de Merkel, de 64 años, la cual ha quedado demostrada en incontables cumbres para resolver crisis durante sus catorce años en el cargo.
Sin embargo, también refuerzan el misterio en torno al verdadero estado de salud de la mujer que ha sido la roca de la política europea en una época en la que parece haber un declive tanto de la autoridad de su partido como de la de su país.
“Cuando Angela Merkel tiembla, toda la unión tiembla”, escribió Stephan-Andreas Casdorff en el periódico Tagesspiegel.
A simple vista, los últimos dos episodios de temblores que padeció Merkel en un lapso de diez días, además de un incidente previo ocurrido hace dos años en México, se han tratado con una discreción sorprendente en Alemania, un país que protege con recelo la privacidad.
Algunos asesores herméticos sugirieron la idea de que el segundo episodio reciente fue psicosomático, provocado por el recuerdo del primero. La misma canciller evadió las preguntas en Japón, tras asegurar que no tenía “nada especial que informar”.
“Estoy bien”, mencionó.
Y eso fue todo.
No obstante, las imágenes que muestran los momentos de vulnerabilidad física de la canciller se han convertido en un símbolo de la fragilidad política de su partido y de su país, y en una oportunidad para reconsiderar el tema de su sucesión.
Los característicos poderes de Merkel para crear consensos le fallaron esta semana en Bruselas, pues no pudo lograr que sus colegas aceptaran siquiera a su segunda opción de candidatura para el puesto más importante en la Unión Europea. Sin embargo, el 2 de julio, en las horas finales de las negociaciones, su influencia fue importante para que una alemana, su ministra de Defensa, Ursula von der Leyen, fuera nominada como la presidenta de la poderosa Comisión Europea.
En semanas recientes, la sucesora ungida de Merkel, Annegret Kramp-Karrenbauer, que a finales del año pasado pasó la prueba para suceder a la canciller como la presidenta de su partido conservador, ha visto cómo su índice de aprobación ha caído de manera drástica a medida que han cobrado cada vez más fuerza los cuestionamientos respecto de su capacidad de liderazgo en el partido con miras a las próximas elecciones.
Se han propuesto posibles rivales de Merkel como alternativas de candidatos para la cancillería, un cargo que suele estar ligado al liderazgo de un partido. Entre ellos están Armin Laschet, el líder del estado más poblado de Alemania, Renania del Norte-Westfalia, y Markus Söder, el líder de la Unión Social Cristiana de Baviera, el partido asociado nacionalmente con el de Merkel.
Mientras tanto, Merkel, liberada de la carga de tener que dirigir el partido y organizar las próximas elecciones, ha conseguido que su popularidad se recupere.
En 2017, cuando la canciller anunció su decisión de competir por un cuarto periodo de cuatro años, dijo de manera explícita: “Si la salud lo permite”. La condición, que apenas quedó registrada en aquel momento, ahora tiene una resonancia diferente.
La otra cara de la moneda del compromiso de Merkel de llegar hasta el final de su cuarto periodo en 2021 es “la promesa de renunciar” si su fortaleza física llega a su límite, según dijo Nico Fried, quien escribe en el periódico Süddeutsche Zeitung.
“La ciudadanía puede esperar que ella le brinde ese respeto”, escribió Fried. “Del mismo modo que Merkel puede esperar el respeto de la gente en torno a la discusión sobre su salud”.
Otros fueron menos indulgentes. Christopher Schwennicke, el editor de la revista Cicero, comparó la estrategia de comunicación de la cancillería con la del gobierno ruso que encubrió durante años la salud deteriorada del predecesor del presidente Vladimir Putin, Boris Yeltsin.
“El pueblo alemán merece saber qué está pasando”, escribió Schwennicke. “No merece ser tratado con los niveles de secretismo del Kremlin”.
Alemania protege con recelo la privacidad y la salud siempre ha sido considerada un asunto privado en el país.
En la década de los setenta, el canciller Willy Brandt sufrió una profunda depresión y tuvo varios amoríos, algo bien sabido en los círculos periodísticos mientras estuvo en el cargo, pero que no se discutía en público.
Su sucesor, el canciller Helmut Schmidt, padecía una enfermedad cardiaca que provocó que lo encontraran varias veces inconsciente en su oficina. No obstante, de nueva cuenta, los medios no escribieron sobre su salud sino hasta después de que dejó su cargo.
Con el tiempo, el tabú se ha suavizado debido a que algunos políticos alemanes se han vuelto más abiertos sobre su salud. El presidente Frank-Walter Steinmeier reveló al público que le donaría un riñón a su esposa. Wolfgang Schäuble, el legislador veterano y exministro de Finanzas, ha usado una silla de ruedas durante décadas. Y Malu Dreyer, una de los dieciséis gobernadores estatales de Alemania, anunció públicamente que tiene esclerosis múltiple.
Sin embargo, Merkel ha llevado el asunto de la privacidad a otro nivel, y no solo sobre su salud, de acuerdo con sus biógrafos.
No hay ningún doctor oficial vinculado con la cancillería. “Nadie sabe quién es su doctor”, afirmó Stefan Kornelius, un biógrafo de Merkel y editor de asuntos internacionales de la revista Süddeutsche Zeitung.
En 2014, cuando Merkel se rompió la pelvis mientras esquiaba a campo traviesa, se informó que en el hospital donde la trataron habían creado su expediente con un nombre falso.
Después de su más reciente incidente de temblores, Merkel abordó un vuelo a Japón que llegó a las 8:00, hora local —la una de la mañana en Berlín—, y se fue directo a su primer día de reuniones. “Otros líderes llegaron un día antes para dormir y recuperarse del desfase de horario”, aseguró Kornelius.
Se sabe poco acerca de su marido, Joachim Sauer, más allá de que es químico y que admira la música de Wagner. Es rara la ocasión en que se le ve en público.
A finales del año pasado, cuando se dio a conocer que Merkel no iba a acompañar a su esposo al viaje anual de senderismo que realizan a los Alpes italianos, la razón no fue clara y durante unas cuatro semanas no se supo del paradero de la canciller hasta que fue divisada en una tienda departamental de Berlín.
“Merkel ha sido muy reservada desde el inicio”, comentó Evelyn Roll, otra biógrafa de la canciller. “Es la otra cara de la moneda de su absoluta falta de vanidad y total enfoque en el trabajo. En términos generales, el pueblo alemán respeta esa desventaja”.
Tal vez otra razón por la que no hay histeria en torno a la salud de la canciller es que muchos alemanes aún confían en la estabilidad y la continuidad de sus instituciones políticas.
“Esa ha sido la experiencia alemana durante los últimos setenta años”, señaló Paul Nolte, un historiador de la Universidad Libre de Berlín.
“Hay una confianza fundamental en la continuidad de los órganos del Estado, los cuales no se agitan cuando tiembla el cuerpo de algún político”, comentó Nolte. “La gente simplemente confía en que un sucesor también hará un buen trabajo”.