PARÍS — Los hombres envejecidos lucían incómodos en sus chaquetas azules y peinados de cabello corto en el banquillo de los acusados. Tenían un buen motivo: se les imputaba hostigar a empleados de manera tan implacable que los trabajadores acabaron suicidándose.
Los hombres, que habían sido altos ejecutivos del gigante de las telecomunicaciones de Francia, France Télécom, querían hacer un recorte de miles de empleados hace una década, pero no pudieron despedir a la mayoría de ellos. Los trabajadores eran empleados estatales —empleados vitalicios— y, por lo tanto, estaban protegidos.
Así que los ejecutivos decidieron hacerles la vida tan imposible que los trabajadores decidieran irse por cuenta propia, dijeron los fiscales. En cambio, al menos 35 empleados —los defensores de los trabajadores afirman que la cifra es casi del doble— se suicidaron, al sentirse atrapados, traicionados y desesperanzados de no encontrar otro empleo en el paralizado mercado laboral de Francia.
Hoy, los otrora altos ejecutivos de France Télécom —que fue la empresa telefónica nacional y ahora es una de las empresas privadas más grandes del país, Orange— enfrentan un juicio por “hostigamiento moral”. Esta es la primera vez que los jefes franceses, que hoy están en la mira de las estrictas protecciones laborales de Francia, son enjuiciados por el acoso sistémico que condujo a las muertes de los trabajadores.
El juicio ha fascinado a un país profundamente conflictuado con el capitalismo y la cultura corporativa, y puede ayudar a responder una pregunta que acecha a los franceses a medida que modernizan su economía de manera irregular: ¿qué tan lejos puede llegar una empresa para agilizar, deshacerse de deuda y hacer dinero?
De ser sentenciados, los exejecutivos enfrentan un año en prisión y una multa de 16 800 dólares. Sin embargo, incluso antes de que concluya el 12 de julio, y se pronuncie un veredicto poco después, el juicio se ha vuelto un hito en las relaciones a menudo hostiles entre los sindicatos y los patrones del país.
Al tiempo que el presidente Emmanuel Macron ha buscado hacer que Francia sea más amigable con las empresas, se ha topado con un cerco de huelgas y ha enfrentado una revuelta entre los manifestantes de los chalecos amarillos que lo acusan de ser el presidente de los ricos. Aunque muchos trabajadores se quejan de que tienen dificultades para llegar a fin de mes, los empleadores dicen que un sistema de prestaciones sociales generosas y protecciones a los trabajadores hace que las contrataciones sean onerosas y suprime la creación de empleos.
El juicio se ha vuelto un ejemplo mordaz de esas tensiones subyacentes.
La revolución digital tomó por sorpresa a France Télécom, cuando miles de suscriptores de líneas fijas dejaron de contratar el servicio. El Estado ordenó a la empresa volverse privada en 2003 y, para 2005, tenía una deuda de más de 50 000 millones de dólares.
Los ejecutivos de la empresa pensaron que necesitaban deshacerse de 22 000 trabajadores de una plantilla total de 130 000 —una necesidad que fue disputada por los fiscales— para garantizar la supervivencia.
“Estaban acorralados, arrinconados”, dijo Michel Ledoux, uno de los abogados de los acusados. “La única posibilidad era hacer que se fueran, de una manera u otra”.
Semanas de testimonios desgarradores sobre empleados desesperados que se colgaron, se inmolaron o se arrojaron desde ventanas, a vías de trenes y desde puentes y pasos de autopistas, han sugerido que los exejecutivos fueron demasiado lejos para “empujar a la empresa hacia el nuevo siglo”, como dictaba la estrategia corporativa.
Entre estos ejecutivos se encuentran Didier Lombard, el exdirector ejecutivo; Louis-Pierre Wenès, su mano derecha; Olivier Barberot, el exdirector de Recursos Humanos y otros cuatro.
En la enorme empresa se estableció un universo lúgubre de subempleo, marginación, asignación inadecuada de puestos y hostigamiento sistemático, según testimonios en el juicio.
Los ejecutivos “buscaron la desestabilización de los empleados”, dijo la fiscala Françoise Benezech en su conclusión el 5 de julio.
“La gente que había trabajado al aire libre toda su carrera fue puesta repentinamente frente a una computadora”, dijo en una entrevista Frédérique Guillon, un defensor de los derechos de los empleados que testificó en el juicio. “Había personas a quienes simplemente les arrebataron su trabajo”, agregó.
Entre esas víctimas, el más joven fue Nicolas Grenouville, de 28 años, quien vestía la camiseta de la empresa cuando se puso un cable de internet alrededor del cuello y se colgó en su garaje, relató Ledoux al tribunal esta semana.
“No puedo soportar más este trabajo, y a France Télécom no le podría importar menos”, escribió Grenouville brevemente antes de su muerte en agosto 2009. “Lo único que les importa es el dinero”, concluyó.
Grenouville, un técnico introvertido que trabajaba con frecuencia en solitario en las líneas telefónicas y a quien se le elogiaba por ser escrupuloso, repentinamente fue colocado en un puesto de ventas en el que tenía que atender a los clientes. No pudo soportarlo. “Lo lanzaron a los leones sin ninguna capacitación”, dijo Ledoux al tribunal.
El día antes de su suicidio había trabajado durante doce horas con un descanso de treinta minutos. “El pequeño Nicolas tomó esta violencia como una cachetada”, afirmó Ledoux.
Camille Bodivit, de 48 años, trabajaba en el área de planeación de la empresa cuando de repente las funciones de su puesto comenzaron a cambiar. Se arrojó de un puente en Bretaña en 2009. “El trabajo lo era todo para él”, dijo la abogada de su pareja, Juliette Mendès-Ribeiro, al tribunal el 9 de julio.
“Ustedes mataron a mi padre, ¿por qué?”, preguntó Noémie Louvradoux la semana pasada, volteando a ver a los acusados, en uno de los momentos del juicio que más trascendieron. Su padre, Rémy, se inmoló en 2011 frente a una oficina de France Télécom cerca de Burdeos, desesperado ante reasignaciones marginales sucesivas.
En su defensa, los exejecutivos han mencionado la intensa presión de un mercado competitivo y cambiante.
“La empresa estaba desplomándose y ni siquiera lo sabía”, declaró en su testimonio Lombard, el exdirector ejecutivo. “Podríamos haberlo hecho de una manera mucho más amable si no hubiésemos tenido a la competencia tocando a nuestra puerta”, explicó.
Por desgracia para Lombard, se le grabó en 2007 cuando dijo que llegaría a la cuota de despidos “a como diera lugar, por la ventana o por la puerta”. La ventana fue la elección de varios empleados.
Los suicidios y los testimonios dejaron en claro que la tasa de desempleo crónicamente elevada de Francia había dejado a muchos de esos trabajadores sintiéndose particularmente vulnerables.
“Antes, cuando había empleo pleno, si no estabas contento en tu trabajo, podías decirle a tu jefe que se fuera al diablo”, explicó Guillon.
No obstante, hace años que esas condiciones no han existido en Francia, donde el mercado laboral está estancado e inmóvil en comparación con los estándares estadounidenses, y los trabajadores no suelen pensar en buscar empleo en otras partes del país.
Está claro que estos empleados de France Télécom habían firmado su contrato esperando terminar ahí sus carreras. “El 80 por ciento había llegado para quedarse hasta el final de su vida profesional”, dijo en una entrevista Pascale Abdessamad, un empleado de France Télécom que también rindió testimonio.
La mayoría de los empleados se dedicaban en cuerpo y alma a su trabajo, como indicaron los testimonios. Una empresa como France Télécom, icónica en la vida francesa durante años, era en apariencia un recurso de seguridad para toda la vida.
“Estas empresas se consideraban familia”, declaró Ledoux en el juzgado.