Se han multiplicado por 20 en las últimas dos décadas. En promedio, uno de estos reptiles ataca a un timorense por mes, aunque no todos resultan mortales.
Mario Da Cruz se acuerda del día en el que vio horrorizado cómo unos cocodrilos mataron a un niño en una playa de Timor Oriental.
Los habitantes, que veneran a esos reptiles, considerados como sus antepasados, luchan contra el aumento de los ataques en este pequeño país del sudeste asiático.
Los ataques de cocodrilos se han multiplicado por 20 en las últimas dos décadas. En promedio, un cocodrilo ataca a un timorense por mes, aunque no todos los ataques son mortales.
“Estaba caminando por la playa cuando, de repente, un grupo de cocodrilos salió del agua, entré en pánico y me escapé, pero uno de ellos me hirió en una pierna”, explica Mario Da Cruz, un habitante de la ciudad de Lospalos. “Otro atacó a un niño pequeño que murió en el acto”.
Timor Oriental, un país pobre, ocupa la mitad de la isla de Timor, cuya parte occidental es Indonesia. Al este tiene a Australia como vecino.
Esta antigua colonia portuguesa fue ocupada por Indonesia durante dos décadas y se independizó en 2002.
Buena parte de su población de 1,2 millones de personas vive del mar o usa a diario los ríos. Las víctimas de los cocodrilos suelen ser pescadores o personas que van a buscar agua.
“Se ha producido un aumento considerable de los ataques de cocodrilos en los últimos 10 años”, dice Sam Banks, biólogo especializado en la protección de las especies de la Universidad Australiana Charles Darwin.
Entre 1996 y 2014 pasaron de menos de uno al año a más de una decena. El riesgo de morir por el ataque de un cocodrilo en Timor Oriental es diez veces mayor que el de sucumbir a la malaria.
Sebastian Brackhane, de la Universidad de Friburgo en Alemania, y varios colegas trataron de explicar el aumento de los ataques. Para ello verificaron si el hábitat de los cocodrilos se veía amenazado por la actividad humana.
“Creemos que el principal factor es un aumento de la cantidad de cocodrilos marinos”, comentó a la AFP.
Un problema detectado en otros lugares, como las Islas Salomón (en el noreste de Australia), las Andamán (en el Océano Índico) y varias áreas costeras de Indonesia, donde los conflictos entre humanos y cocodrilos están aumentando.
– Los cocodrilos australianos –
Pero en Timor no se puede matar a estos reptiles. Los timorenses veneran a los cocodrilos y los consideran sus antepasados.
Muchos están convencidos de que el aumento de los ataques no se debe a cocodrilos locales, sino a los que vienen de Australia o de otros lugares en busca de comida.
Con su colega Yusuke Fukuda, un investigador que trabaja para los Territorios del Norte en Australia, Sam Banks realizó pruebas de ADN para intentar resolver el misterio de la ola de ataques.
Los científicos creen que los cocodrilos, que pueden llegar a medir seis metros de largo y pesar 1.000 kilos, son capaces de viajar 500 kilómetros a través del Mar de Timor desde Australia.
También es posible que vengan de Nueva Guinea, de Indonesia e incluso de Malasia.
Recientemente los científicos tomaron muestras de ADN de 18 cocodrilos. Se acercaron, bajo escolta, a los reptiles en los arroyos y con la ayuda de palos con ganchos extrajeron piel de cocodrilos para analizarla y compararla con los genes de ejemplares australianos.
– Mito –
Según las pruebas preliminares, los cocodrilos “son timorenses”. “No hay indicios de que tengan antepasados australianos”, sostiene Sam Banks.
Los timorenses son reacios a culpar a los cocodrilos locales, a los que llaman “abo”, “abuelo” en tetun, una de las dos lenguas oficiales junto con el portugués. Los veneran en altares.
Según el mito sobre el origen de la isla, un día un joven salvó a un pequeño cocodrilo, se hicieron amigos y al morir el animal se convirtió en Timor, con forma de reptil.
“Aquí, la gente ve a los cocodrilos como sus antepasados”, afirma Nina Baris, una funcionaria de Lospalos. “Según nuestras creencias, si un cocodrilo muerde a alguien, eso significa que ha cometido un error grave”.
Este respeto explica la posibilidad de que no se declaren todos los ataques, lo que complica mucho la gestión de la población de cocodrilos.
“Está prohibido hacer daño a los cocodrilos”, asegura Sam Banks. “Así que hay que encontrar un equilibrio entre el respeto por la cultura y la seguridad de las personas”.