Las estrellas varadas del Wuhan FC

Las estrellas varadas del Wuhan FC
Jugadores del Wuhan Zall FC entrenan en un campo cerca de Marbella, España, el 12 de marzo de 2020. (Edu Bayer/The New York Times)

MARBELLA, España — Muchas veces, Yao Hanlin ha imaginado cómo será su regreso a casa. Habrá una reunión llena de lágrimas con su esposa y su hijo pequeño, luego abrazará a su madre y comerá boles llenos de fideos secos y picantes. Uf, cómo se le antojan esos fideos.

Durante más de 60 días, Yao y sus compañeros de equipo del Wuhan Zall FC, una escuadra de la máxima categoría del fútbol de China, han vivido en una especie de purgatorio deportivo. Desde que los dejaron fuera de Wuhan el 22 de enero, cuando la ciudad fue puesta en cuarentena para detener un veloz brote de coronavirus, mientras iban a un viaje de pretemporada en Cantón, los jugadores y sus entrenadores han pasado las últimas seis semanas en un exilio temporal en la Costa del Sol con sus playas rodeadas de palmeras, contando las horas y soñando con casa.

Han tenido distracciones: la mayoría de los días, los futbolistas han entrenado en canchas impecables bajo cielos azules y claros, y ocupan su tiempo libre comprando en tiendas de diseñador y consintiéndose en excursiones turísticas. Los invitaron al Clásico entre el Real Madrid y el Barcelona, y son observadores entusiastas de las bellas puestas de sol andaluzas.

Sin embargo, ha sido difícil hacer a un lado los pensamientos sobre los parientes aislados del mundo exterior, sobre los amigos y los abuelos que luchan con el virus.

Los jugadores del Wuhan Zall no están enfermos. Pero están cansados.

“Tal vez voy a llorar un poco”, dijo Yao, un oriundo de Wuhan y el futbolista que más tiempo ha pasado en el equipo, mientras piensa en el momento en que por fin pondrá un pie en casa. Su hijo de cinco años, Zhou Nan, ha insistido en que regrese, mencionó. “En verdad extrañamos a nuestras familias, nuestros hijos. Tal vez se van a olvidar de cómo somos”.

La presencia del equipo en un hotel de lujo en Marbella, incluso después de tantas semanas lejos, se sigue sintiendo incongruente. La mayoría de los días, turistas ancianos de Alemania y el Reino Unido, ataviados con batas blancas para la piscina, se cruzan con los jugadores cuando regresan de la última sesión de entrenamiento para una temporada postergada, cuyo inicio —con más de un mes de retraso— sigue siendo incierto.

Sentado en el balcón de un hotel poco poblado, Yao recordó el momento en que se le desmoronó el mundo.

El 22 de enero, estaba en un campo de entrenamiento en Cantón, cuando una oleada repentina de mensajes comenzó a sonar en varios grupos de chat de su teléfono celular. Su reacción fue visceral; Yao mencionó que el teléfono se calentó tanto que sintió la necesidad de aventarlo al suelo.

Los mensajes le informaron a Yao —y a sus compañeros de equipo, quienes recibieron mensajes similares— que Wuhan, una ciudad de once millones de personas, el lugar donde había nacido y crecido, donde se había convertido en un héroe local gracias a su compromiso de una década con el equipo más importante de la ciudad, iba a quedar aislada, en un esfuerzo por evitar la propagación de un virus con unos tentáculos que, desde ese momento, han llegado a todos los rincones del mundo. Para ese entonces, Yao ya llevaba un mes alejado de su esposa e hijo y estaba desesperado por reunirse con ellos para las celebraciones del Año Nuevo chino a finales de esa semana.

“Me sentí destrozado”, comentó. El problema no era solo que él, como millones de otras personas, no iba a poder celebrar con su familia el día más importante del calendario chino, sino también percatarse de que el virus era mucho más grave de lo que él o cualquiera de sus compañeros de equipo se hubiera podido imaginar.

Aunque algunos de sus compañeros fueron liberados y les permitieron ir a casa a ciudades que no fueron afectadas por las medidas de emergencia del gobierno chino, Yao y poco más de una decena de otros elementos de la provincia de Hubei, de donde Wuhan es la capital, tuvieron que conformarse con videollamadas con sus seres queridos. En cada una, los jugadores hicieron el intento por parecer optimistas y no se atrevieron a revelar sus preocupaciones por las personas encerradas en Wuhan.

Unos días después, el 29 de enero, el equipo voló a España para un campamento final, una última afinación antes de comenzar la nueva temporada el 22 de febrero. Para cuando llegaron, Wuhan se había convertido en sinónimo del coronavirus. Fotógrafos y equipos de camarógrafos se reunieron en el aeropuerto de Málaga, donde José González, un español contratado en enero para entrenar al Wuhan, sostuvo una conferencia de prensa con el objetivo de apaciguar las preocupaciones sobre su llegada.

González, quien había llegado seis días antes para pasar un tiempo con su familia, se percató de que se estaban generando problemas. El gobierno regional tuvo que emitir un comunicado para asegurar que se tomarían precauciones con el equipo chino, es decir que su presencia no pondría en riesgo la salud pública.

El mensaje no se captó de inmediato.

Un día antes de la llegada del equipo, el hotel donde habían reservado las habitaciones las canceló repentinamente. Luego, el dueño del campo de entrenamiento donde el equipo supuestamente iba a tener las sesiones de práctica mencionó que un equipo ruso que estaba usando el campo contiguo se había quejado; según esta persona, el Wuhan Zall iba a tener que encontrar otro lugar para entrenar.

El insulto final llegó cuando los equipos de Escandinavia y Rusia que habían accedido a participar en los juegos de pretemporada cancelaron. Mejor, prefirieron jugar en contra del Dalian Shide, otro equipo de China, pero no proveniente de Wuhan.

“Pensaban que venía el virus mismo”, comentó González, quien lucía cansado y demacrado, al reflexionar sobre lo que describió como los meses más difíciles de su vida profesional. González, de 53 años, apenas fue contratado en enero para entrenar al Wuhan, y aún no ha dirigido un juego oficial, pero se ha vuelto una presencia tranquilizadora, un punto de consuelo, en las vidas de los jugadores, quienes hace tres meses nunca habían oído hablar de él.

González les dijo que no tomaran la reacción de manera personal, que en su mayor parte era miedo a lo desconocido. Los jugadores y los miembros del personal le hicieron caso; después de todo, varios reconocieron que muchos de ellos habían compartido los mismos temores cuando el virus comenzó a propagarse.

“Es como decir que vienes de una ciudad que se llama Ébola”, comentó You Li, un funcionario del equipo.

Aunque la gerencia del club decidió que era mejor para todos quedarse en España, a medida que las actualizaciones diarias sobre el desastre que el virus estaba dejando en China llegaban a raudales por llamadas telefónicas, mensajes de texto y redes sociales, esa ecuación cambió cuando el coronavirus empezó a cobrar una factura más alta en España —país con más de 4000 casos confirmados, la segunda nación de Europa con más casos, tan solo detrás de Italia— y las estrictas medidas del gobierno chino comenzaron a controlar su propagación en casa.

El viernes, el primer ministro de España declaró un estado de emergencia, y le dio al gobierno el poder de cerrar las ciudades, restringir el movimiento de los ciudadanos y racionar los productos.

“Estábamos huyendo de una situación difícil en China y ahora estamos huyendo de una situación difícil en España”, señaló González.

Por el momento, el plan es partir el sábado. Como regresar a Wuhan sigue siendo imposible, el equipo planea montar otro campamento en Shenzhen, al sureste de China. Esto quiere decir otro hotel, otro campo de entrenamiento, otra espera. Sin embargo, antes de eso, tendrán que pasar un periodo de cuarentena de quince días.

La demora ha hecho que la preparación del equipo sea irrelevante. González mencionó que, más bien, ha usado las sesiones de entrenamiento como un mecanismo de distracción para que su escuadra no piense en casa, una manera de forjar un equipo. Las enseñanzas más profundas sobre fútbol pueden esperar, comentó.

“Imagina la idea de que tu familia está encerrada en su casa día tras día”, sugirió González, mientras inflaba las mejillas. “Es muy, pero muy difícil. Por suerte, cuando están jugando fútbol, tienen unas pocas horas al día para olvidarse de todo. Las mayores sonrisas que he visto han sido en un campo de juego”.

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