Escépticos e incrédulos: ‘Si me da coronavirus, que me dé’

Escépticos e incrédulos: ‘Si me da coronavirus, que me dé’
Un grupo de personas en la playa Clearwater, Florida, el 18 de marzo de 2020. (Eve Edelheit/The New York Times)

NOVATO, California — El fin de semana pasado, Bishop, un destino californiano de montañismo ubicado en el lado este de Sierra Nevada, lucía atestado. Estaba tan lleno como en otros días vacacionales, a pesar de los llamados cada vez más numerosos a favor del aislamiento antes de una ola pronosticada de casos de coronavirus.

“La gente decía: ‘¿Distanciamiento social? Me voy a Bishop. No se puede estar más distante que estando ahí”, dijo Jeff Deikis, residente y alpinista.

Resultó que las cafeterías y la cervecería estaban repletas. Afuera de Bishop, a cuatro horas en auto desde Los Ángeles y seis horas desde San Francisco, los alpinistas escalaban las rocas y los cañones cercanos, compartiendo el aire fresco y, quizá, las enfermedades infecciosas.

“Los alpinistas de todo el país han venido a Bishop como si la pandemia global fuera un momento para olvidarse de la responsabilidad y la magnanimidad”, reportó un blog de montañismo.

En todo Estados Unidos, desde las playas de Florida hasta las montañas de California, los casinos y los parques nacionales, multitudes de personas ignoraron las crecientes solicitudes de la semana pasada de aislarse y dejar de reunirse conforme el coronavirus se propaga por todo el país y suspende casi todas las facetas de la vida estadounidense.

Eran los escépticos y los incrédulos. Eran quienes estaban dispuestos a desafiar a la autoridad o los que sufrían del síndrome de encierro, si es que no tenían COVID-19. Eran los funcionarios agrupados en el podio de la sala de informes de la Casa Blanca, quienes no seguían sus propias instrucciones.

Eran personas que no acataron los llamados a favor del aislamiento, quienes veían más gozo que riesgo en las reuniones. Equiparaban el hecho de sentirse confiados con la inmunidad. Como en otras épocas de crisis nacionales, demostraron la relación que existe entre los individuos y la sociedad, y nuestra responsabilidad con los demás.

“Si me da coronavirus, que me dé”, dijo un paseante en Florida durante una entrevista en televisión que se compartió entre un gran número de personas. “Al final del día, no dejaré que me impida salir de fiesta”.

Debido a la presión, tanto social como gubernamental, el número de paseantes se reduce día a día. Su impacto en la propagación del virus quizá jamás se conozca.

Quienes menos hacían caso eran, en su mayor parte, jóvenes que estaban libres de las obligaciones de la escuela y el trabajo, quizá novatos en cuanto al concepto de la responsabilidad social. Sin embargo, también había mucha gente mayor, quienes confiaban en que el número cada vez menor de lugares abiertos al público podría permitir que se limpiaran lo suficiente como para mantener alejada la enfermedad.

Algunos no querían cancelar eventos planeados desde hace mucho, como bodas. Otros simplemente querían salir, solo para encontrarse con que no eran los únicos en absoluto.

Para otros, reunirse no era una alternativa. Era un requisito de un empleador más temeroso de los ingresos perdidos que de los virus que se propagan.

Aunque muchas tiendas de abarrotes, gasolineras y restaurantes de comida para llevar seguían abiertos, la definición de “negocios esenciales” se prestaba a interpretaciones.

En Rhode Island, entre los negocios señalados por ignorar las advertencias acerca del distanciamiento social se encontraba Wonderland, un club de striptease, donde los clientes aún recibían bailes en el regazo el fin de semana pasado. (Su sitio web dice que ahora está cerrado de manera temporal).

GameStop, la cadena de videojuegos, provocó la indignación de sus empleados cuando les pidió a sus miles de tiendas que siguieran abiertas y se opusieran a las solicitudes de cierre por parte de las autoridades locales porque, según un memorándum del personal, se creía que estaba “clasificada como una tienda minorista esencial”.

En California, Tesla, el fabricante automotriz de autos de lujo, temporalmente desafió las órdenes del área de la bahía de cerrar todos los negocios no esenciales, manteniendo en sus horarios de trabajo a 10.000 trabajadores de fábrica. El jueves, Tesla señaló que suspendería operaciones a partir del lunes.

Y en el medio oeste, Uline, un principal distribuidor de materiales de empaque y suministros industriales mantuvo laborando a su fuerza de trabajo durante toda la semana, a pesar de las quejas de los empleados, incluyendo a los que estaban hacinados en sus centros de atención telefónica, trabajando hombro con hombro en cubículos.

“Nada ha cambiado”, dijo un empleado. “Es angustioso”.

Los empleados recibieron un correo electrónico el jueves por parte de la Familia Uihlein, propietaria de la compañía de 5800 millones de dólares y grandes donantes del Partido Republicano, con el que les agradecían por sus esfuerzos y decían que la “Casa Blanca había solicitado enormes pedidos” esta semana.

El mismo día, un gerente de uno de los centros de atención telefónica les envió una nota a los empleados.

“Si tú o un familiar se siente mal y tiene resfriado o alergias, o cualquier cosa que no sea COVID-19”, decía, “por favor NO le cuentes a tus compañeros sobre los síntomas y tus suposiciones. Si lo haces, crearás pánico innecesario en la oficina”.

Sin embargo, muchos estadounidenses voluntariamente salieron a lugares llenos de gérmenes para pasar el rato. Aunque los principales casinos en Las Vegas y Atlantic City se cerraron a principios de la semana pasada, otros como Chukchansi Gold en la zona central de California prometieron mayor limpieza, una promesa engañosa en un mundo de cartas de juego y máquinas tragamonedas.

Se cerraron, uno tras otro. Chukchansi de pronto anunció el viernes que cerraría esa noche. Valley View Casino, cerca de San Diego, planeaba mantenerse abierto hasta el domingo por la noche, pero también cerró el viernes, junto con varios casinos en Florida.

Con tantos lugares techados cerrados —nada de centros comerciales ni cines— millones trataban de escapar al aire libre, a veces creando sus propias multitudes. Las aceras estaban repletas alrededor de la Cuenca Tidal en Washington, D.C., mientras la gente iba a admirar las flores de cerezo.

Ningún lugar enfatizaba más esa actitud de despreocupación que Florida. Se divulgaron videos de las playas repletas. Resultó difícil interrumpir las vacaciones de primavera. Algunos estudiantes, felices por el calor del sol, las cervezas y la inconsciencia, confiaban en su juventud como un escudo e ignoraban las advertencias de que podrían contagiar a sus padres o abuelos al volver.

“Es como si la situación hubiera estallado frente a mí”, comentó Parker Simms, un estudiante de la Universidad de Kentucky que vino a Fort Lauderdale el sábado pasado con 50 amigos y grandes planes. “Estalló durante mi semana de descanso de primavera”.

Durante el debate entre la economía y la epidemiología, los funcionarios locales generalmente se ponían del lado del dinero y la juerga. No obstante, a finales de la semana, muchos se unieron a la tendencia del cierre y el aislamiento.

Para el jueves, la playa de Fort Lauderdale estaba escalofriantemente vacía, con la excepción de sillas apiladas y torres de salvavidas. Un grupo de estudiantes universitarios con maletas de ruedas y sombreros de paja caminaban hacia una camioneta que los esperaba para llevarlos al aeropuerto.

En Brooklyn, Nueva York, los judíos jasídicos desafiaban las órdenes de aislamiento y celebraban bodas; otros continuaban reuniéndose para orar. En Fort Lauderdale, Florida, una boda planeada para fines de marzo se adelantó con un número reducido de invitados. Charlotte Jay y Blake Parker, ambos de 29 años, llamaron al rabino, invitaron a una decena de familiares cercanos al condominio de los padres de Parker, y se apresuraron para estar listos.

Recibieron a los invitados en una terraza al aire libre con toallitas y gel desinfectantes. La madre de Parker puso “All You Need Is Love” de los Beatles en su celular. La encargada de la planificación de la boda transmitió en vivo la ceremonia para los 225 invitados que originalmente asistirían.

“Mi papá y yo nos desinfectamos las manos, entrelazamos nuestros brazos y recorrimos el pasillo”, dijo Jay. “Ni siquiera nos abrazamos ni nos besamos. Mi papá le dio un codazo a Blake y luego otro a mí, a manera de felicitación”.

Entre los lugares inesperados donde se registró un aumento de visitantes provocado por el virus se encontraban algunos parques nacionales. En el Parque Nacional Big Bend en Texas había filas de autos hace una semana y estaba “lleno” a principios de esta semana, aunque se habían emitido órdenes de aislamiento en todo el país.

La mayoría de los parques nacionales no exigían cuotas de entrada pero cerraron los centros de visitantes. El Parque Nacional Yosemite fue uno de los que clausuró las opciones de alojamiento, y, el viernes por la tarde, cerró por completo.

Cualquier tipo de congregación en medio de la nada creaba un nuevo tipo de preocupación: zonas rurales con centros médicos limitados que se veían saturados debido a los turistas justo cuando se vive el momento álgido de la pandemia. Debido a esa preocupación se cerraron los complejos de esquí de Colorado. Las islas de Maine y de Carolina del Norte prohibieron la llegada de visitantes.

En Moab, Utah, una zona conocida por sus actividades de escalada en rocas y ciclismo de montaña cerca del Parque Nacional Arches, los funcionarios de salud cerraron los hoteles para todos excepto los residentes locales o los que viajaban por trabajo después de que ejecutivos del Hospital Regional Moab, que solo cuenta con 17 camas, le imploraron al estado que los ayudara.

Esa también fue la preocupación en Bishop. La Coalición de Alpinistas de la Zona de Bishop terminó por pedirles a sus “amigos alpinistas” que “no viajaran a Bishop en esta época”.

“Estamos preocupados de lo que pase cuando Bishop se convierta en su propio epicentro” de coronavirus, dijo Deikis, vicepresidente de la coalición, el miércoles.

Para el viernes, después de que se habían cerrado las tiendas y el gobernador de California Gavin Newsom dio la orden de resguardarse, la ciudad volvió a estar relativamente tranquila.

 

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