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El coronavirus se recrudece en un mundo de migrantes

El coronavirus se recrudece en un mundo de migrantes
Trabajadores de la construcción cuando les toman la temperatura y se lavan las manos al salir del trabajo en Bangkok, el 7 de abril de 2020. (Adam Dean/The New York Times)

BANGKOK — La familia que tenía en Birmania dependía de él, pero Zaw Win Tun, uno de los cuatro millones de trabajadores migrantes que se calculan en Tailandia, perdió el empleo que tenía en una tienda de juguetes de Bangkok cuando pusieron a la ciudad en cuarentena por el coronavirus.

Con pocas esperanzas de conseguir otro empleo ahí, Zaw Win Tun, de 24 años, se unió a la multitud de trabajadores que regresaron a Birmania en autobuses, aviones y automóviles repletos para llegar a Kyaukme, su pueblo natal, en el norte del país.

A la mañana siguiente de su regreso, empezó la fiebre. La prueba por el coronavirus resultó positiva.

Al principio, el coronavirus fue propagado por viajeros internacionales: turistas, peregrinos, asistentes a convenciones y miembros de la élite empresarial. Pero, según la Organización Mundial del Trabajo, casi 200 millones de trabajadores migrantes también cruzan las fronteras nacionales. Aproximadamente 760 millones más se trasladan dentro de sus propios países, tan solo en India más de 40 millones.

Sin los derechos básicos y varados en lugares desconocidos, los trabajadores migrantes son, por lo general, los primeros en sufrir los embates de una crisis económica. Ahora, a medida que la COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, se propaga por todo el mundo, los trabajadores migrantes no son solo víctimas, sino también vectores que llevan la epidemia a aldeas mal preparadas para enfrentar la crisis sanitaria.

“Cuando el virus ataca a las personas vulnerables como yo, siento que no hay nada que nos ayude”, comentó Zaw Win Tun desde su cama en el hospital.

A finales del mes pasado, el gobierno de Birmania anunció que cerraría su frontera con Tailandia para contener la propagación del virus. No obstante, el aislamiento propuesto tuvo el efecto contrario cuando los migrantes aterrados se apresuraron a regresar a sus hogares. De acuerdo con grupos de derechos humanos, en un solo día pasaron 30.000 personas por un cruce fronterizo.

Lo mismo sucedió en Afganistán, que comparte una frontera larga y permeable con Irán. Debido a que la economía iraní se está derrumbando por haber sido fuertemente azotada al principio por el coronavirus, hasta 15.000 trabajadores afganos regresaban a raudales cada día y propagaban el virus por todo el país.

Los funcionarios del gobierno, así como los insurgentes talibanes que controlan algunas zonas del país, intentaron hacer rastreos improvisados de los contactos. Naqibullah Faiq, el gobernador de Faryab, una provincia del norte, ordenó que se hiciera una investigación del primer migrante que regresó de Irán y que trajo el virus con él.

Los resultados fueron preocupantes.

“Si seguimos la cadena”, señaló Faiq, “podría llegar a mil personas”.

Aunque las remesas de los migrantes han mantenido a estas comunidades, estos trabajadores, que tal vez estén contagiados, han sido recibidos con desconfianza.

En India, cuando el primer ministro Narendra Modi anunció el mes pasado una cuarentena inminente a nivel nacional, cientos de miles de migrantes nacionales se apresuraron a regresar a sus hogares cuando sus empleos se evaporaron de un día para otro.

El trabajador Anil Singh se enteró de la cuarentena por la televisión, metió unas cobijas en una mochila y llenó tres bolsas de plástico con la ropa de sus hijos. Durante tres días, los cinco miembros de su familia hicieron el viaje de 425 kilómetros hasta su casa en el estado de Madhya Pradesh, en la parte central de India, caminando y en camionetas.

En el camino, fueron obligados a quedarse agachados durante horas con otras cientos de personas cuando la policía hizo pasar por puestos de control a un largo torrente de migrantes. Ahí no hubo ningún tipo de distanciamiento social.

Cuando Singh y su familia finalmente llegaron a Damoh, su aldea, las vejaciones continuaron. Sus antiguos amigos los rechazaron y les dijeron que debían alojarse en las tierras de cultivo y no en la aldea.

“Cuando la gente de la aldea pasa por mi casa, me grita ‘¡Tú traes la enfermedad!’”, comentó Singh, de 36 años. “Antes nos respetaban porque trabajábamos en la ciudad. Ahora eso se ha convertido en una maldición para nosotros”.

En el estado de Uttar Pradesh en el norte de India, a los migrantes que regresaron se les obligó a arrodillarse mientras las autoridades los rociaban a manguerazos con desinfectantes corrosivos. Más de una docena murió en el caos de la cuarentena.

En Filipinas, donde más del diez por ciento de su población trabaja en el extranjero, no analizaron a la mayoría de los migrantes que regresaban para saber si portaban el coronavirus, ni siquiera cuando procedían de lugares donde se sabía que había brotes.

Casi 4500 trabajadores de cruceros han regresado a Filipinas, algunos de barcos donde abundaba el virus. Pero si no presentaban síntomas, nunca se les hacía pruebas a estos navegantes, señaló Joanna Concepcion, presidenta de Migrante International, una organización que trabaja para proteger los derechos de los trabajadores en el extranjero.

“Muchos temen ser portadores cuando regresen a su casa con su familia”, señaló Concepcion.

De acuerdo con el departamento de asuntos exteriores, al menos 525 trabajadores filipinos han contraído la enfermedad en el extranjero. Han fallecido unos 50.

Las condiciones de hacinamiento en las que los migrantes viven y trabajan son un caldo de cultivo para la enfermedad.

En Singapur, las zonas de construcción y los dormitorios para los trabajadores extranjeros se han convertido en lugares activos del coronavirus donde se han contagiado más de 400 personas. La concentración más grande de casos está en uno de esos dormitorios, lo que ha provocado la preocupación de que se haya agudizado la enfermedad en algunas de las comunidades más pobres de Singapur, pese a los elogios que recibió su estrategia para contener al virus desde un inicio.

El gobierno ha respondido poniendo a los migrantes en cuarentena en cuatro dormitorios que pueden albergar a 50.000 personas. Las condiciones son atroces: hay doce personas en un cuarto y comparten inodoros que casi siempre están asquerosos.

A diferencia de muchos otros países, Singapur, una ciudad estado en una isla, no depende de trabajadores ilegales en el país. El millón aproximado de trabajadores migrantes que ganan bajos salarios, en un país de 5,5 millones de habitantes, se encuentra ahí de manera legal y, en teoría, tiene los mismos derechos laborales básicos que los ciudadanos singapurenses. A quienes están en cuarentena en los dormitorios se les proporciona comida, aunque no se sabe quién la va a pagar.

No obstante, advirtieron los grupos de derechos humanos, aislar a tantas personas en esos cuartos tan reducidos podría originar la rápida transmisión de la enfermedad, así como sucedió en los cruceros.

“Poner en cuarentena a las personas en masa, apretadas como sardinas en esos dormitorios, es sacrificar potencialmente a esos trabajadores extranjeros por las personas que están al otro lado de la barrera. “, comentó Alex Au, vicepresidente de Transient Workers Count Too, un grupo de derechos laborales. “¿Es algo que queramos hacer como sociedad?”

Au dijo que casi es seguro que el coronavirus estimule los esfuerzos de Singapur por recurrir a la automatización para remplazar ciertos empleos de bajos salarios. Por ejemplo, esta ciudad estado ha hecho experimentos con transporte público sin conductores.

Pero la mayoría de los países no poseen los recursos de un lugar como Singapur, el cual está entre los países más ricos del mundo. Sin oportunidades adecuadas en sus países, los migrantes seguirán yendo a donde haya trabajo, incluso con el riesgo de contraer enfermedades.

Rakesh Kumar, un trabajador de la construcción en Nueva Delhi, mencionó que cuando salió hacia su casa en Uttar Pradesh, lo que estaba en su mente era su siguiente comida, no un virus invisible que podría estar portando cualquier otro migrante apretujado en el autobús donde iba él.

“Ahora estamos viviendo en una situación en la que tal vez cientos de miles de personas se vayan a dormir con hambre”, comentó. “Los ricos siempre se salvarán, pero las enfermedades siempre golpean a los pobres y los dejan devastados”.

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