Tu vida o tu sustento: Un dilema imposible

Tu vida o tu sustento: Un dilema imposible
Un letrero escrito en la pizarra de una florería solicita clientes en Minneapolis, el 28 de abril de 2020. (Tim Gruber/The New York Times)

Cuando Maine finalmente anunció esta semana que sus salones de belleza podrían reabrir, Sarah Kyllonen, una estilista en Lewiston, se quedó despierta hasta altas horas de la noche pensando en qué hacer y se sentía abrumada.

El virus todavía le generaba temor. Parecía demasiado pronto para reabrir. Sin embargo, sus cuentas no habían parado de llegar y sus beneficios por desempleo no habían iniciado, por lo que comenzaba a preocuparse sobre el dinero para la renta del próximo mes.

Alrededor de la medianoche del jueves, finalmente se quedó dormida. Sin embargo, despertó una hora más tarde y no durmió mucho después de eso.

“Es una decisión extremadamente difícil para todos nosotros”, dijo. ”Quiero volver a trabajar. Quiero tener dinero suficiente. Quiero ver personas. Pero es difícil porque me preocupa que el virus vuelva”.

Agregó: “No puedo dejar de pensar en eso. Es muy estresante”.

A medida que los estados comienzan a relajar las restricciones a su economía, la reapertura de negocios no ha dependido de los gobernadores o siquiera del presidente Donald Trump, sino de millones de individuos en Estados Unidos a los que se les pide que regresen a trabajar.

No es una decisión fácil. En hogares de todo el país esta semana, los estadounidenses cuyos gobernadores dijeron que era momento de reabrir analizaron qué hacer y sopesaron lo que se siente como una decisión imposible.

Si vuelven al trabajo, ¿se enfermarán y contagiarán a sus familiares? Si se rehúsan, ¿perderán sus trabajos? ¿Qué pasará si su sueldo depende de las propinas y no hay clientes? ¿Qué sucederá con sus beneficios por desempleo?

Hasta hace poco, solo aquellos designados como trabajadores esenciales tenían que enfrentar tales dilemas. El viernes, cuando al menos diez estados más, incluido Texas, comenzaron a suspender las órdenes de quedarse en casa o a reabrir algunos negocios, más estadounidenses se aventuraron fuera de sus casas para trabajar, pero a menudo con una sensación de temor de que eran obligados a elegir entre su salud y su sustento.

La gran mayoría todavía aprueba las medidas de confinamiento como una forma de proteger la salud pública, pero el tremendo aumento de solicitudes de beneficios de desempleo que ha habido desde mediados de marzo ha creado una contracorriente: una necesidad urgente de ingresos.

La disputa hiperpartidista entre Trump y los gobernadores sobre reanudar actividades o no ha confundido la manera en que muchos estadounidenses piensan sobre el tema. No siempre se dividen de manera clara en dos tribus políticas, en las que los republicanos quieren que las restricciones sean suspendidas y los demócratas desean que continúen los cierres de emergencia. Incluso dentro de cada persona puede haber instintos contradictorios.

Andrea Pinson no ha percibido un salario desde el 18 de marzo, el último día que laboró en su trabajo en un salón de bingo en Fort Worth, Texas, donde se encargaba de tomar las comandas de los clientes, así como de cocinar y servir los alimentos. Sin embargo, a principios de esta semana, recibió un mensaje de texto breve de su jefe en el que le dijo que se presentara a trabajar el viernes, cuando Texas reabrió restaurantes, tiendas, iglesias y otros lugares de reunión.

La petición fue directa —debía presentarse a las 5 p. m.— y Pinson, de 33 años, estaba indecisa sobre cómo responder. Si se quedaba en casa, podría perder salarios o incluso su empleo. Si iba a trabajar, se arriesgaba a contraer el coronavirus y contagiar a su tío abuelo, de 73 años, que vive con ella y sufre de algunas condiciones de salud.

“Necesitamos el dinero, definitivamente, pero no quiero poner su vida en riesgo para que podamos tener dinero”, dijo el jueves. “Tuvo una operación a corazón abierto. Tiene asma. No hay forma de que sobreviva a eso. No puedo perderlo”.

Pinson dijo que el salón de bingo les solicitaría a los clientes que usaran cubrebocas, pero ella estaba segura de que las personas se los quitarían; tendrían que hacerlo para poder comer las hamburguesas, los nachos y otros alimentos que ella prepara.

Ella se inclinaba por presentarse a trabajar, con la esperanza de que la gente siguiera los lineamientos estatales y mantuviera el distanciamiento social. Si no lo hacían, dijo, probablemente le solicitaría a su jefe faltar más días.

“Ojalá lo entienda”, dijo. “Él y yo tenemos una muy buena relación. Pero él simplemente esperaba que me presentara a trabajar”.

En la tarde del viernes, menos de cinco horas antes de que comenzara su turno, Pinson se sintió aliviada cuando su jefe le escribió de nuevo para decirle que el salón de bingo no tenía permitido volver a abrir.

“Sentía tanta ansiedad por esto”, dijo Pinson. “Pero ahora no tengo que preocuparme por ello”.

Los beneficios de desempleo en los estados están vinculados con el empleo, y los trabajadores no pueden seguir recibiendo sus beneficios cuando sus jefes les solicitan regresar, aunque ellos crean que no es seguro ir a trabajar. Hay algunas excepciones, otorgadas por el paquete de apoyo federal conocido como la Ley CARES, que incluyen a aquellos que están enfermos por el virus o cuidan a niños cuyas escuelas o guarderías aún están cerradas.

Los líderes republicanos de Iowa y Oklahoma han amenazado con retener los beneficios de desempleo de las personas que se rehúsen a regresar a sus trabajos. En ambos estados, se ha solicitado que los empleadores cuyos trabajadores no se presenten los reporten con las autoridades estatales para que puedan dejar de brindarles los beneficios.

A medida que los estadounidenses han comenzado a recibir los beneficios de desempleo y los cheques del plan de estímulo económico, algunos de ellos se han liberado de tener que preocuparse por pagar alimentos y la renta, por lo que han podido enfocarse en proteger su salud.

En Ohio, las autoridades afirman que la industria de la manufactura podría comenzar a operar el lunes. Sin embargo, Kim Rinehart, una trabajadora en una fábrica de transmisiones en Toledo, dijo que no ha recibido información de su sindicato ni de su compañía sobre cuándo podría volver a trabajar. Ha cobrado beneficios por desempleo, así como los 600 dólares adicionales en prestaciones y se siente bien respecto de quedarse en casa, sobre todo debido a la limitada capacidad del estado de hacer pruebas y lo furtivo del virus.

“Si tuvieras a un asesino en la fábrica, y no supieras dónde está, pero supieras que está ahí, ¿regresarías a la planta?”, preguntó.

“Las propias personas son las principales responsables de su seguridad”, dijo esta semana Kristi Noem, gobernadora de Dakota del Sur, al anunciar un plan de “vuelta a la normalidad”.

Aunque ella nunca emitió una orden formal de permanecer en casa, Noem dijo que moverse hacia una reapertura pondría el poder de vuelta en las manos del pueblo, “donde pertenece”.

“Son libres de ejercer sus derechos de trabajo, culto y diversión”, afirmó, “o de quedarse en casa y practicar el distanciamiento social”.

Después de estar indecisa sobre qué hacer, Kyllonen, la estilista de Maine, decidió asumir el riesgo. El salón reabrió el viernes, pero su primer día de regreso será el próximo miércoles porque el distanciamiento social implica que solo cinco estilistas pueden trabajar al mismo tiempo.

Ella seguirá lo que dictan las páginas de los lineamientos estatales. Usará un cubrebocas y una careta protectora. Hará que los clientes esperen en sus autos. Les preguntará sobre sus síntomas. Tomará su temperatura. Desinfectará los asientos y las superficies, cambiará sus toallas y guantes.

“Estoy preocupada de que estemos haciendo esto, odio decirlo, demasiado pronto”, admitió. “Hay muchas cosas que tenemos que hacer y es atemorizante”.

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