Opinión: Defendiendo al lector

Opinión: Defendiendo al lector

Mi opinión es que, los periódicos que tengan un defensor del lector, no debieran tener problemas de demandas ni secuestros por parte de sus lectores.

Aunque en esencia, no están designados para atender asuntos judiciales ni temas financieros, su mera presencia dentro de la organización de un medio de comunicación da lugar a una serie de niveles de constatación, comprobación y verificación que sirven de contrapeso para evitar que publicaciones mal enfocadas y mal intencionadas terminen en los tribunales.

Los periódicos de mayor relevancia en el mundo tuvieron un defensor del lector. El New York Times lo eliminó en 2018 cuando restructuró su redacción por razones financieras, pero durante los 15 años que estuvo un defensor del lector en su organización disfrutaron de sus mejores años de periodismo. Recordemos que la posición fue creada en 2003 tras el escándalo protagonizado por el joven reportero Jayson Blair, que entre finales de 2002 y principios de 2003 plagió o inventó decenas de historias que se publicaron en el Times. El descubrimiento de los engaños provocó la dimisión tanto del entonces director del diario como del jefe de la redacción. Aquí en Panamá la figura del defensor existió en La Prensa por casi diez años y luego La Estrella gozó también del cargo por dos años hasta que en 2016 la Lista Clinton hizo mella de ese medio. Y varios periódicos europeos y suramericanos que han cultivado la figura del defensor del lector, hoy todavía la mantienen a pesar de los problemas de circulación y contracción publicitaria.

En esencia, el defensor del lector atiende todas las quejas o comentarios de los lectores sobre el trabajo periodístico que realiza el diario. Es una persona independiente, ubicada fuera de la redacción, que no depende directamente del editor del diario y tiene plena libertad para publicar lo que considere oportuno.

Por muchos años, los periódicos en general se han resistido a contar con un defensor del lector. La mayoría dice que esa tarea es algo que compete al propio equipo editorial. Pero la magnitud de los escándalos provocados por periodistas ha resurgido la idea sobre la conveniencia de esta posición.

Pero para que un defensor pueda hacer su trabajo eficazmente, lo ideal es que sea un periodista o un profesional con conocimientos sobre la materia con criterio para realizar su función de manera independiente. En mis años en La Prensa me tocó trabajar con dos defensores de lector, Herasto Reyes y Mileika Bernal. En ambos casos, debo confesar, que ninguno pudo hacer su trabajo eficazmente porque la directiva y los mismos periodistas no entendían la naturaleza ni el alcance del cargo, y siempre se entrometían en sus funciones, y al final no dejaron que hicieran su trabajo. Y un defensor del lector así no es digno de su existencia, y es obvio que con el tiempo, el desánimo y la dejadez, acabaron por eliminarlo. Recordemos que Mileika luego hizo su esfuerzo también en La Estrella en un período en que gozaba de mayor independencia pero otros problemas de índole financieros se encargaron de eliminar la figura.

Ciertamente, la transición de las redacciones hacia la edición web ha sido crucial para entender el presente y el futuro del defensor del lector. El continuo esfuerzo para integrar las ediciones impresas y digitales ha hecho que la velocidad y la necesidad de publicar sobre una base de 24/7 terminen afectando la calidad de la información. Y eso ha creado un periódico imperfecto, no desde el sentido de la cantidad de errores que se cometen, sino de la plena convicción de que habrá errores, y ese es un supuesto que abre la posibilidad a no solamente errores de dedos sino también a faltas serias de criterios y conceptos. Como en cualquier empresa donde laboran seres humanos, en los periódicos se cometen fallas, pero la clave allí está en diseñar un sistema de poner a la vista los errores que se cometen y buscar mecanismos de excelencia editorial para evitar que se repitan. Pero en las redacciones de ahora, ya da igual que un periodista escriba con h o sin h, si al final la h es muda.

Y es en este ambiente de permisibilidad donde no se verifican los detalles y nadie controla ninguno de los elementos de excelencia editorial, como era el caso de El Panamá América y La Prensa desde 2000 al 2005, cuando nos encargábamos de evaluar, cuantificar y medir el nivel de imprecisiones dentro de la redacción.

Yo estoy seguro que si hubiera habido un defensor del lector en La Prensa, un buen defensor independiente como supone el cargo, el presidente Pérez Balladares jamás hubiera demandado ni secuestrado de la forma como lo hizo. Ciertamente que no, porque el defensor hubiera salido al paso con una investigación de oficio para deslindar responsabilidades dentro de la redacción. Y como defensor hubiera dado la cara por el medio.

Pero eso implica la existencia de un defensor independiente, cosa que no habido hasta ahora en Panamá, de alguien que no esté bajo las marionetas de una directiva. Igualmente, estoy seguro que si hubiera habido un buen defensor del lector en los periódicos de este país, jamás se hubieran prestado para crear la suspicacia de que existe una taquilla, en la que periodistas y funcionarios de justicia manipulan la información y la tergiversan para crear titulares y abrir expedientes. Por supuesto que un buen defensor del lector hubiera investigado internamente las fuentes y la precisión de la información para cuidar la credibilidad del medio.

Y frente a esta realidad, ya los medios no solo necesitan un espacio para fe de erratas. Ese espacio ya quedaría muy corto para la cantidad de errores que los periodistas cometen. Lo que los medios necesitan – y pronto, si de verdad quieren conservar la poca credibilidad que todavía tienen, es crear un espacio para rendir cuentas a sus lectores de la cantidad de errores, imprecisiones y correcciones que se cometen cada mes y cada año. Porque si los medios exigen transparencia a los demás, es hora de que ellos sean transparentes y nos confirmen la cantidad de noticias, reportajes y artículos que tienen errores.

Además de representar a los lectores y dar respuesta a sus preocupaciones, el trabajo del defensor del lector es incrementar la transparencia y criticar el periodismo mediocre. Y por eso ningún medio quiere un defensor que le critique su trabajo. Pero por eso estamos así, con lectores insatisfechos y los medios casi en la cola de la credibilidad.

Algunos pensaran que soy un anticuado y me dirán que las salas de redacción ya no son como eran antes. Por supuesto, yo estoy consciente que los medios se han tenido que reinventar para mantenerse a flote, pero lo fundamental aquí sigue teniendo vigencia, y es que hay que poner énfasis en la exactitud de la información. Titulares que hacen daño no es buen periodismo y nunca encontrarán cabida en mi libro. Y aquí se ha titulado y se sigue titulando de manera cizañosa y dañina.

En resumen, el papel del defensor del lector no es fácil y sospecho que nunca lo será. Su naturaleza pone a veces a la persona que lo realiza en conflicto con algunos de sus pares, tanto en la redacción como incluso entre el equipo directivo. Pero mientras el defensor sea duro y justo, siempre será el mejor aliado para un periodismo que necesita exactitud, veracidad y calidad. En estos tiempos en que los medios son demandados y hasta secuestrados, en mi opinión, la mejor respuesta de la industria de la información sería activar la figura del defensor del lector. Como tal, sería carta de garantía y timbre de seguridad para un periodismo de altura.

El autor es empresario

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