Karim Benzema tuvo que esperar su turno.
A inicios de junio de 2009, 55.000 aficionados se abalanzaron al Santiago Bernabéu para ver la presentación de Kaká como jugador del Real Madrid, el amanecer de la segunda era de los Galácticos que había prometido Florentino Pérez, el presidente del club. Kaká era una contratación insignia y, según algunas métricas, el jugador más caro de la historia.
Fue un título que tan solo ostentó unos pocos días. A la semana siguiente, la llegada de Cristiano Ronaldo atrajo a 75.000 aficionados al Bernabéu, o más, tal vez. Se había construido una pasarela en el campo, flanqueada por las nueve copas europeas del club. Todos los asientos se ocuparon horas antes de que apareciera Ronaldo, incluso en el horno que es Madrid durante la época más caliente del verano.
Y luego, el 9 de julio, llegó Benzema. Era una contratación con un perfil diferente. Benzema había sido estrella en el Lyon, su equipo de la infancia, pero era significativamente más barato —más o menos 40 millones de dólares— y, a sus 21 años, considerablemente más joven que Kaká y Ronaldo. Ellos ya tenían la marca de Galácticos. Benzema tendría que ganarse la etiqueta.
También tuvo una presentación —Pérez no es el tipo de hombre que prive a la gente de la oportunidad de agradecerle por su generosidad—, pero, tal vez, para ese momento, la novedad se había desgastado. Los aficionados del Real Madrid habían acudido a ver dos contrataciones que establecieron récords mundiales, dos estrellas consolidadas. Un talentoso prodigio de 21 años no iba a lograr que caminaran otra vez por el Paseo de la Castellana. A Benzema le dieron la bienvenida tan solo —“tan solo”— 20.000 aficionados.
Desde ese momento, ese ha sido el destino de Benzema: el menor de los Galácticos, opacado primero por Kaká y Ronaldo, y luego, conforme Pérez coleccionaba todavía más contrataciones trofeo, por Gareth Bale y James Rodríguez y, el verano pasado, Eden Hazard. En los años que Benzema lleva en el Madrid, siempre ha habido alguien que brille con más intensidad.
Sin embargo, Benzema ha durado más que todos. Kaká partió en 2013, después de cuatro años interrumpidos por lesiones. A Ronaldo le fue considerablemente mejor, tras su salida en 2018 como el líder anotador en la historia del club, el talismán que encabezó cuatro victorias en cinco años de Liga de Campeones.
Por supuesto, Bale y Rodríguez siguen ahí… aunque, tal vez, no por mucho tiempo, eso si el entrenador del Madrid, Zinedine Zidane, se sale con la suya. Hazard también sigue, aunque ha descrito su primera temporada con el Madrid como la peor de su carrera, pues lo han aquejado mucho las lesiones. No obstante, Benzema perdura, la “pieza que hace que todo funcione”, como alguna vez se autodescribió.
No sería justo para los compañeros de equipo de Benzema retratar el triunfo del Real Madrid en La Liga —notablemente, tan solo su segundo campeonato nacional desde 2012— como si fuera solo la obra del delantero francés. Sin ninguna duda, ha sido un éxito en conjunto: esta temporada, Zidane le ha dado una rotación constante a su equipo; ha hecho uso de 37 jugadores, incluso Bale, cuando no le ha quedado absolutamente de otra; 21 jugadores han contribuido con goles.
Además, para variar, el punto más fuerte del Madrid no ha sido su ataque salpicado de estrellas, sino (tal vez de manera poco usual) una defensa con una gran determinación. Esta temporada, el equipo de Zidane ha admitido tan solo 25 goles, una mejor marca que su vecino, el famosamente avaro Atlético de Madrid, y un récord del club. No permitió ningun gol en sus primeros cinco partidos después del reinicio. Su campeonato se ha basado en el arrojo y el trabajo duro de Thibaut Courtois, Sergio Ramos, Raphael Varane y Casemiro, más que nada.
No obstante, también ha sido una reivindicación para Benzema, quien se ha encargado de la amenaza en ataque del equipo, y se ha mantenido cerca de Lionel Messi en la carrera de anotaciones de España. José Mourinho, su exentrenador y actual director técnico del Tottenham, alguna vez mencionó que Benzema no era un “matador”, no era un definidor implacable que pudiera ser parte de los mejores del mundo.
Este año, Benzema ha demostrado esa sangre fría y esa buena puntería, y —como lo resumió con pulcritud su maravillosa asistencia de taco para el gol crucial de la victoria en contra del Espanyol el mes pasado— no ha perdido ninguno de sus virtuosismos.
Sin embargo, es extraño que Benzema haya necesitado reivindicación. Después de todo, ha sobrevivido en el Real Madrid —un club donde la paciencia es escasa y el movimiento de mercancía es endémico— durante más de una década, más que cualquiera de esas otras estrellas. Durante buena parte de ese tiempo, priorizó las necesidades de los demás por sobre las suyas, adaptó voluntariamente su papel para que el “cohete”, Bale, y el “anotador”, Ronaldo, pudieran prosperar en la legendaria línea de ataque BBC.
Ha ganado tres títulos de España y cuatro Ligas de Campeones. Es el quinto mejor anotador de la historia merengue; si consideramos los nombres en la lista, no es una hazaña menor. Ha marcado 248 goles en 512 partidos, una tasa goleadora de un tanto cada dos juegos, cuota que desde hace mucho tiempo es considerada como el patrón de oro para un delantero de clase mundial.
En otras palabras, Benzema no tendría que demostrar nada. Y, a pesar de todo, siempre ha dado la impresión de que sí lo tiene que hacer. Cuando se debate sobre el mejor nueve del mundo, siempre hay alguien que brilla más que Benzema: Radamel Falcao, Zlatan Ibrahimovic, Robert Lewandowski o Kylian Mbappé.
Es difícil comprender por qué sucede esto. Una gran parte de las críticas en realidad no tiene sentido. La calificación de Benzema baja porque no anota lo suficiente —otro de los juicios fulminantes de Mourinho: “Si no puedes ir de caza con tu perro, ve a cazar con tu gato”— y no sube por el trabajo que hace en otras partes, creando espacios, entretejiendo un equipo.
La nueva raza de números nueve —encabezada por Roberto Firmino del Liverpool— es alabada (y con justicia) por ese elemento de su juego, y al mismo tiempo escapa (de manera correcta, en la mayoría de los casos) de todo excepto de una ligera censura por una utilidad goleadora que palidece en comparación. Benzema hace las dos cosas. Solo que, en su caso, eso parece ser malo.
Tal vez la explicación es evidente: tal vez es tan simple como el hecho de que ningún delantero ha sufrido tan directamente de la inflación de las expectativas que Messi y Ronaldo han producido en el fútbol. Sin importar que hiciera Benzema, a Ronaldo siempre le iba mejor, aunque estuviera a unos pocos metros de él; en realidad, solo podía sufrir en ese contexto.
O podría ser un problema más arraigado: después de todo, no es que no ser Messi les perjudicara a David Villa o a Neymar, por ejemplo. La acusación que involucra a Benzema en una conspiración de chantaje, por la cual todavía podría ir a juicio, pudo haber manchado su reputación. No cabe duda de que produjo su ausencia en el equipo ganador de Francia de la Copa del Mundo en 2018, una campaña que tal vez hubiera demostrado ser su apoteosis.
¿O será que, en el fútbol, las primeras impresiones cuentan de verdad? Y que las circunstancias de la llegada de Benzema al Madrid siempre han sido una maldición: la ocurrencia tardía que no se convirtió en una estrella trascendente, sino en un escudero fiel. Por la razón que sea, Benzema se merece más, simplemente por ser el jugador que llegó como el menor de los Galácticos y terminó como el último sobreviviente.
No hay fútbol, aparte de todo este fútbol
El anuncio que hizo esta semana la prestigiosa revista France Football de, por primera vez en 74 años, no otorgar el Balón de Oro este año fue solemne, calculado y tan solo un poco curioso.
En resumen, la revista decidió que la falta de un campo nivelado de juego debido a la pandemia del coronavirus, y las interrupciones que provocó, habrían dañado de cierta manera la “irreprochabilidad” del premio, el cual se otorga cada año al hombre y a la mujer declarados los mejores jugadores del mundo. “No quisimos poner un asterisco indeleble en la lista del premio como ‘un trofeo obtenido en circunstancias excepcionales a causa de la crisis sanitaria de la COVID-19’”, mencionó la revista.
No es una decisión que France Football haya tomado a la ligera: el número que contiene una entrevista con los ganadores del premio suele ser la edición más vendida. Es fácil llegar a la conclusión de que la cancelación de la Ligue 1 de France influyó en la decisión de este año —en un momento en el que todas las otras grandes ligas de Europa han continuado su curso—, pero, sin ninguna duda, es una reflexión injusta sobre una publicación que merece respeto.
Sin embargo, la explicación en realidad no tiene sentido. ¿Los jugadores que han podido brillar incluso en las circunstancias más extremas no merecen reconocimiento? ¿Los mejores jugadores del año son los únicos que han hecho lo mejor en el contexto de ese año, cualquiera que sea? ¿Borrar este año, actuar como si no hubiera pasado, es hipócrita?
Como sea, deja un hueco en el mercado. Tal vez es tiempo de que The New York Times albergue una ostentosa ceremonia de premios…
Un riesgo que fue demasiado lejos
Una disculpa: hace un par de semanas, enfatizamos el próximo nombramiento de Ralf Rangnick —el tío de la apremiante revolución alemana, el visionario director técnico del proyecto deportivo de Red Bull— como el nuevo entrenador todo poderoso del A. C. Milán, quien tendría la tarea de reconstruir el club a su propia imagen.
Era el tipo de llegada que detonó la imaginación: Rangnick es el tipo de figura que, con el viento propicio y un poco de apoyo, podía transformar al Milán de un gigante enfermo a un club moderno y elegante (los lectores regulares sabrán que, aunque esta columna no brinda muchas posturas concretas, el hecho de que Europa necesita al menos un equipo fuerte de Milán es una de ellas).
No obstante, la noche del martes, el Milán confirmó que Rangnick no iba a asumir el cargo. El club decidió que Stefano Pioli, el actual entrenador, lo ha hecho tan bien que no podía remplazarlo, con la conciencia tranquila. Pioli no ha perdido ni un solo partido desde el reinicio; su equipo es el sexto lugar de la Serie A; según Ivan Gazidis, el director ejecutivo del Milán, Pioli ha demostrado que puede “llevar a buen puerto la visión que tenemos”.
Esto tiene todo el sentido del mundo. Pioli se ha ganado su oportunidad. Y, a pesar de todo, es una lástima que, de cierto modo, nunca sabremos qué habría hecho Rangnick con el Milán. O, de hecho, qué habrían hecho sus ideas a favor del fútbol italiano.
Sin embargo, tal vez sea para bien. El tipo de revolución que Rangnick habría querido requiere fe, paciencia y aceptación. El hecho de que el Milán haya cambiado de parecer sugiere que no habría recibido ninguna de ellas.