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El poder de las madres en manifestaciones estadounidenses hace eco de una tradición global

El poder de las madres en manifestaciones estadounidenses hace eco de una tradición global
Un miembro del "Muro de las Mamás" vierte agua sobre otro miembro luego de que los agentes federales de los Estados Unidos le lanzaran gases lacrimógenos en Portland, Oregón, el 21 de julio de 2020.  (Mason Trinca / The New York Times)

Vestidas a juego con color blanco o amarillo, las mujeres del Muro de Mamás en Portland, Oregon, se han vuelto iconos instantáneos de las manifestaciones de la ciudad, aunque las reuniones nocturnas de las madres apenas comenzaron el sábado pasado y las manifestaciones de la ciudad se han desarrollado durante más de un mes.

Se unen a una larga fila de manifestaciones de madres en contra de la violencia estatal y lo que consideran autoritarismo en todo el mundo, incluso en Sudáfrica, Sri Lanka, Argentina y Armenia, que han mostrado que las madres pueden ser defensoras particularmente eficaces de una causa, pero también hay una reserva.

La historia sugiere que el poder de las madres es más potente cuando pueden aprovechar su propia respetabilidad, y las protecciones que aporta, como activo político. Sin embargo, eso es más fácil para las mujeres privilegiadas: casadas, adineradas y miembros del grupo dominante racial o étnico.

Las madres menos privilegiadas a menudo tienen problemas para reclamar ese poder, aunque son quienes lo necesitan con más urgencia.

Teressa Raiford, una madre negra y directora ejecutiva de Don’t Shoot Portland, un grupo local que trabaja para terminar con la violencia policiaca, ayudó a organizar y dirigir las primeras acciones del Muro de Mamás, pero señaló que la respuesta positiva a las madres de mayoría blanca ha sido prueba precisamente del racismo en contra del que se están manifestando.

Las madres habían estado participando en las manifestaciones durante cinco semanas, pero “nadie las reconoció hasta que literalmente se vistieron de blanco para que pudieran reconocerlas como blancas”, comentó.

“Lo que nos muestra es que las vidas negras no importan aquí, pero las madres blancas sí”, dijo. “Y esas madres lo saben también. Por eso están mostrando su solidaridad con nosotros”.

‘Simbólico para la Nación’

Bev Barnum —que publicó el mensaje original en Facebook en el que les pedía a las madres que vinieran a manifestarse, y funge como la lideresa y organizadora informal del grupo— dijo que les había pedido a las mujeres que se vistieran del mismo color para destacar en la multitud, pero también les dijo que se vistieran “como si fueran a Target”.

“Quería que luciéramos como mamás”, dijo Barnum en una entrevista. “¿Quién quiere dispararle a una mamá? Nadie”.

Barnum dijo que se identificaba como mexicana-estadounidense, no blanca, pero otros miembros dicen que el grupo es de mayoría blanca.

Las manifestaciones de las madres a menudo son poderosas precisamente debido a los roles de género que de manera ordinaria silencian y marginan a las mujeres, lo cual les permite que las vean como personas no amenazantes, se convierten en una armadura para el activismo político, según expertos.

Durante la Revolución de Terciopelo de Armenia en 2018, un levantamiento en su mayor parte no violento que terminó por derrocar al líder del país, Serzh Sargsyan, las madres salieron a las calles con sus hijos en carriolas, enlazando de manera indeleble sus identidades maternales con sus demandas políticas.

En Armenia, “las madres simbolizan a la nación y, hasta cierto punto, tienen inmunidad en las manifestaciones”, escribió Ulrike Ziemer, sociólogo de la Universidad de Winchester en el Reino Unido, en uno de los capítulos de un libro publicado en 2019 acerca del levantamiento. “Si la policía hubiera tocado a las madres con sus hijos en carriolas durante las manifestaciones, eso habría sido una vergüenza para cada uno de ellos de manera individual, pero también para el sistema del Estado que representan”.

En las manifestaciones armenias, las madres de todos los estratos sociales pudieron reclamar esas protecciones, dijo Ziemer en una entrevista. Pero en las sociedades que están divididas según líneas raciales o étnicas, las madres de grupos marginalizados no pueden tener acceso a todo ese poder político tan fácilmente.

En Sri Lanka, las mujeres del grupo minoritario tamil han estado manifestándose durante años para exigir la información acerca de hijos que fueron secuestrados por las fuerzas del Estado durante la guerra civil del país y de los que jamás volvió a saberse nada. Su activismo ha llamado la atención en todo el mundo y la participación limitada del gobierno del país.

Sin embargo, cuando las exigencias de las mujeres fueron más allá de su dolor individual e involucraron la política de manera más generalizada, los políticos nacionales y los grupos de sociedad civil las rechazaron como peones de activistas varones, dijo Dharsha Jegatheeswaran, codirectora del Centro Adayaalam para la Investigación Política, un grupo de expertos con sede en Sri Lanka. Como miembros de un grupo minoritario marginalizado, dijo, la maternidad solo podía impulsarlas hasta cierto punto.

En Estados Unidos, hay una larga tradición de mujeres negras que afirman sus identidades como madres cuando se manifiestan en contra de los tiroteos de la policía, los linchamientos y los encarcelamientos masivos. Sin embargo, como los activistas tamiles en Sri Lanka, la tendencia ha sido verlas a través de la óptica estrecha de su propio dolor y el temor de sus hijos. Las mujeres blancas generalmente han sido tomadas con mucha más seriedad por las audiencias blancas como representantes de las madres en general, otro caso de sesgo evidente.

Ann Gregory, abogada y madre de dos hijos que se unió al Muro de Mamás en Portland el domingo pasado, dijo que esperaban fungir como amortiguador entre otros manifestantes y la policía.

“Nos damos cuenta de que somos un montón de mujeres blancas, y sí tenemos privilegio”, comentó. “Esperábamos usar eso para proteger a los manifestantes”.

Su papel de testigos

El poder exhibido por la policía desde hace mucho se ha justificado afirmando que los oficiales deben ser capaces de usar la fuerza cuando sea necesario para proteger a los ciudadanos o a ellos mismos, y que la gente que no ha hecho nada malo no tiene nada que temer. Los activistas negros y sus aliados han cuestionado esa afirmación durante años, pero la ola de la opinión pública se ha tardado en oponerse a la policía.

Sin embargo, cuando los oficiales disparan gas lacrimógeno y proyectiles a las mamás que llevan girasoles, como sucedió en Portland el domingo por la noche, incluso más observadores —que quizá antes no creían estar en riesgo— lo ven como algo de lo que cualquiera podría ser víctima. Y la historia sugiere que eso podría tener consecuencias políticas profundas.

En Argentina a finales de la década de 1970 y principios de la década de 1980, las Madres de la Plaza de Mayo, mujeres cuyos hijos habían sido “desaparecidos” por el gobierno militar —secuestrados, torturados y asesinados en secreto— fueron la oposición más visible del régimen, con sus distintivos pañuelos blancos.

“Continuamente señalaban que la mayoría de los desaparecidos no eran terroristas, como lo afirmaba la junta, sino miembros leales de la oposición, incluyendo a personas que jamás habían participado en la política e incluso algunos miembros de la élite”, escribió la politóloga Marguerite Guzman Bouvard en “Revolutionizing Motherhood”, su libro de 2002 acerca del grupo.

“Al destrozar las mentiras que servían como lógica para el terror de la junta, las madres expusieron la debilidad flagrante de todo el sistema”, escribió Bouvard.

Obviamente hay diferencias entre la dictadura argentina y Estados Unidos actualmente. Pero Gregory, la madre de Portland que se unió a la manifestación del domingo, se mostró profundamente perturbada por la violenta respuesta de los oficiales federales en la manifestación.

“No representábamos peligro alguno”, comentó. “Solo estábamos paradas ahí con flores. Somos un montón de mamás de mediana edad”.

“Así no debe ser Estados Unidos”, comentó. “No debemos ser gobernados por fuerzas militarizadas y opresoras”.

Raiford, la activista veterana, conserva la esperanza cautelosa del poder de ese mensaje y de sus mensajeras.

“A veces, cuando las personas escuchan a los activistas decir Black Lives Matter, expresan: ‘Bueno, eso no tiene nada que ver conmigo’”, comentó. “Pero cuando hablamos del valor intrínseco de la humanidad, y de cómo todas nuestras vidas se entrelazan porque tenemos hijos, tenemos familias, vivimos en comunidades, tenemos seres queridos, creo que eso disminuye las barreras”.

Espera que la atención que reciben las madres ayude a propagar ese mensaje. “No necesitamos víctimas silenciosas”, comentó. “Necesitamos testigos que alcen la voz”.

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