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Opinión: Con lentitud, Italia despierta de la pesadilla

Opinión: Con lentitud, Italia despierta de la pesadilla
Italia. Foto: Ilustrativa/AFP.

Este es un verano muy extraño y deslucido para un país con una economía que depende en gran medida del turismo y el jolgorio. Pero la ayuda de la UE está en camino.

ROMA — Las calles están en silencio, las plazas están vacías, se puede oír el borboteo de las innumerables fuentes de la ciudad durante el día. Los pelotones de turistas chinos no se ven por ninguna parte; los viajeros estadounidenses (con sus sombreros, sus sandalias y sus pantalones cortos de vacaciones) han desaparecido.

Solo unas cuantas familias alemanas con niños pequeños desafían el calor de la tarde. De los 1200 hoteles de Roma, menos de 200 reabrieron después del cierre de emergencia, algunos solo tienen ocupadas cinco habitaciones. En la céntrica Vía Veneto, solo tres establecimientos están abiertos al público. Los demás están cerrados; oficialmente, para fines de mantenimiento. La verdad es otra. Esos hoteles reciben turistas extranjeros, y este verano los extranjeros están en casa, sin poder viajar o poco dispuestos a hacerlo.

Apenas unos cuantos turistas italianos pasean por las calles. Los romanos que no están en las playas cercanas (Ostia, Fregene) salen a pasear por la tarde; algunos conducen a la cima de la colina del Janículo, donde el fresco viento ponentino alivia el calor veraniego. Roma brilla a los pies de la colina. En el Janículo se encuentra la opulenta Villa Doria Pamphilj, donde el gobierno italiano convocó en junio al Stati Generali dell’Economia: ocho días y más de 120 reuniones con empresas, sindicatos, asociaciones, académicos, escritores y artistas (el primer ministro Giuseppe Conte presidió 82 de las reuniones celebradas) con el fin de encontrar ideas para reactivar la economía.

Será difícil. Es probable que el producto interno bruto de Italia disminuya un 11 por ciento en 2020, la peor predicción entre los 27 miembros de la Unión Europea. La falta de visitantes es una pesadilla. La industria turística italiana, integrada por hoteles, bares y restaurantes, transporte y museos, representa el 13 por ciento del PIB. La mitad de los viajeros en 2019 fueron extranjeros y ya no están.

El turismo nacional también está de capa caída. Se estima que la mitad de los italianos no saldrá de vacaciones este verano. Nueve de cada diez de los que lo hagan se quedarán en Italia, lejos de las grandes ciudades (Milán, Turín, Nápoles, Palermo) y de las ciudades del arte (Roma, Florencia, Venecia) y se dirigirán a lugares menos concurridos como las regiones de Alto Adigio, Friul, Los Abruzos, así como la pequeña región de Molise, donde la llegada de turistas se ha duplicado desde el año pasado.

La semana pasada visité el pueblo de Corinaldo, en la región de Las Marcas, parte del centro de Italia. Esta localidad amurallada desde el siglo XIV, enclavada en las colinas, a 19 kilómetros de las playas del mar Adriático, es considerada uno de los pueblos más bonitos de Italia. A las nueve de la mañana, los turistas, la mayoría italianos, ya andaban deambulando por las calles, bebiendo capuchinos y buscando la réplica del tristemente célebre “cañón de higo” (un cañón hecho de frágil madera de higo que estalló en la Edad Media y mató a todos los soldados que lo cargaban).

Este es el verano más extraño. Conduje por toda Italia durante una semana, con escalas en las regiones de Emilia-Romana, Las Marcas, Los Abruzos, Apulia, las ciudades de Nápoles, Roma y Versilia en la Toscana y luego regresé a Lombardía, y me di cuenta de lo cautelosos que son mis paisanos. La normalidad es aterradora, después de un tiempo. La mayoría de la gente usa cubrebocas, incluso al aire libre, donde no es obligatorio; tristemente, algunos de esos cubrebocas cuelgan del rostro, en lugar de cubrirlo.

¿Respetamos las reglas durante el cierre de primavera porque teníamos miedo? ¿Y qué? En una pandemia, el miedo es una forma de sabiduría, la audacia es una muestra de descuido.

Italia fue el primer país fuera de Asia en soportar el peso del coronavirus. Treinta y cinco mil personas perdieron la vida, la mitad de ellas en Lombardía. Habrían sido muchas más de no ser por el doloroso confinamiento de la primavera, que evitó que los hospitales se saturaran.

Se cometieron errores: la zona alrededor de Bérgamo no fue declarada zona prohibida; los médicos de cabecera se quedaron solos; los pacientes fueron llevados a hospitales donde doctores y enfermeros se habían contagiado; durante mucho tiempo, no hubo pruebas para la población general.

Pero Italia sorteó la crisis.

Los italianos del norte mostraron resiliencia; los italianos del centro y del sur se quedaron en casa, aunque la epidemia era menos visible allí. Aquí y allá, las multitudes jóvenes se reunían peligrosamente, con el pretexto de la vida nocturna, la vida en la playa, la política, el fútbol, incluso un espectáculo aéreo en Turín. Pero en general, Italia se apegó a las reglas.

Desde principios de marzo hasta principios de mayo, el país estuvo arrinconado y esa es una situación en la que los italianos damos lo mejor de nosotros. Podemos ser disciplinados, pero sucede que no nos gusta admitirlo, como si pudiera dañar nuestra reputación.

Por supuesto que algunas cosas no funcionaron. Fuimos los primeros en Europa en cerrar las escuelas y seremos los últimos en reabrirlas (el 14 de septiembre, con suerte). Para millones de italianos con niños pequeños y apartamentos diminutos, trabajar desde casa resultó ser una pesadilla. Y, después de una pausa, las disputas políticas se reanudaron. Los partidos políticos presienten una elección anticipada y se pelean el cargo.

Esto retrasa todas las decisiones. A pesar de las interminables consultas, Conte no ha tomado una decisión en relación con el Mecanismo Europeo de Estabilidad, cuyos fondos se destinan a gastos de salud. Y, lo que es más importante, no ha decidido cómo distribuirá la parte que le toca a Italia del Fondo de Recuperación de la UE. Esto complicó las negociaciones en el reciente Consejo Europeo de Bruselas y les dio a los desconfiados países del norte, encabezados por los Países Bajos, una excusa para la inacción. Pero al final, como era de esperarse, se llegó a un acuerdo.

El martes 21 de julio, tras 90 horas de negociaciones lideradas por la Comisión Europea, los 27 líderes de la Unión Europea acordaron mirar hacia adelante. El presupuesto 2021-2027 será de 1,8 billones de euros: de estos, 750.000 millones se destinarán al fondo de recuperación pos-COVID-19, conocido de manera oficial como “UE de la próxima generación” (390.000 millones serán para asistencia y 360.000 millones, para préstamos). Italia —uno de los dos países de Europa más afectados por la pandemia, junto con España— será el principal beneficiario. En promedio, todos los ciudadanos italianos recibirán 500 euros; cada ciudadano alemán y neerlandés desembolsará 840 y 930 euros, respectivamente.

Puede que Europa esté hiperregulada, pero en una emergencia, las normas y reglamentos ayudan a mantener la situación bajo control. Lenta y dolorosamente, la Unión Europea está saliendo de esto. Algunos países sufrieron más que otros; pero a ninguno se le negó la ayuda y ninguno la rechazó. Hasta el 20 de julio, se habían registrado 135.000 muertes entre los 445.000.000 habitantes del bloque. Un día antes, por primera vez desde febrero, Lombardía (donde vivo y donde todo comenzó en Italia) no registró ninguna muerte por coronavirus. Todavía estamos preocupados, pero al fin podemos respirar.

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