La magnitud del desastre en el considerado uno de los mayores humedales del planeta.
Un tractor de los bomberos abre un cortafuegos en el Pantanal brasileño para evitar que los peores incendios de los últimos años en este santuario de la biodiversidad situado al sur de la Amazonía se sigan propagando.
Las llamas devoran desde hace días el municipio de Poconé, en el interior del estado de Mato Grosso (centro-oeste de Brasil, fronterizo con Bolivia), una pesadilla para los bomberos, que trabajan incluso de noche con la ayuda de cuadrillas de civiles.
“Estamos con una gran demanda. Un incendio forestal de grandes proporciones. Hace diez días que los estamos combatiendo”, explicó a la AFP el bombero Adrison Parques de Aguilar, en una operación nocturna del fin de semana.
Los datos satelitales del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) revelan la magnitud del desastre en el considerado uno de los mayores humedales del planeta, compartido por Brasil, Bolivia y Paraguay: 1.684 focos de incendio detectados en julio, el peor registro para ese mes desde que empezaron las mediciones hace más de 20 años.
Muchos son consecuencia de una temporada extremadamente seca, con escasa lluvia, que dejó poca inundación y mucha área expuesta al fuego.
Otros son producto de las tradicionales “queimadas”, incendios provocados por los hacendados para despejar la tierra para cultivo o para la formación de pasto para el ganado, que terminan saliéndose de control. Pese a que en julio el gobierno prohibió el uso del fuego en la agricultura en la selva por 120 días.
Decenas de columnas de humo emergen sin tregua de la extensa llanura de arbustos que flanquea la Transpantaneira, una carretera que atraviesa enormes haciendas ganaderas y posadas turísticas.
“En este incendio ya se quemaron 50.000 hectáreas. La pérdida es muy grande, la fauna y la flora de aquí se vio muy perjudicada en este período, causando daños irreparables al medio ambiente”, explica el bombero, mientras dispara chorros desde su mochila de agua.
Los bomberos avanzan entre los arbustos para apagar las llamas o dar con algún foco subterráneo, que quema lentamente sin llamas la vegetación acumulada en el subsuelo.
Van en fila, con el último integrante armado con una escopeta calibre 28 para defenderse de eventuales ataques del jaguar del Pantanal, el mayor felino de América con un peso de hasta 200 kilos, considerado en peligro de extinción.
Esta riquísima reserva de la biósfera reconocida por la Unesco alberga cientos de especies, entre ellas la anaconda amarilla, el jabirú o tuyuyu (el ave símbolo del Pantanal) o la nutria gigante.
Al hacendado Antônio Santana Correia Marques le preocupan las consecuencias que el humo intenso pueda dejar en la salud de su mujer y su nieto, con quienes vive.
“Es por la temporada seca. ¿Cuántos meses hace que no llueve? Está muy seco, no hubo inundación. El Pantanal necesita lluvia y no llueve”, dijo a la AFP.
Una preocupación que se acrecienta con la pandemia de nuevo coronavirus, que hasta junio había sido relativamente clemente con esta región de Brasil, el segundo país con más contagios y muertos del mundo. Pero las curvas subieron vertiginosamente en Mato Grosso desde entonces, superando las medias nacionales por millón de habitantes.