Tuertos, traumatizados: testimonios de sobrevivientes a la explosion en Beirut

Tuertos, traumatizados: testimonios de sobrevivientes a la explosion en Beirut
Imagen del día de la explosión en Beirut. Foto: AFP.

La brutal explosión del 4 de agosto en el puerto de la capital libanesa causó al menos 177 muertos y más de 6.500 heridos, la mayoría por fragmentos de cristal.

 

Primero hubo humo blanco, después una explosión naranja y luego una nube negra. Son las últimas imágenes de Rony Mecattaf antes de despertarse tuerto y con una Beirut destruida por la explosión.

“He perdido toda mi visión lateral e incluso quizás la imagen de mí mismo. Cuando me miro en el espejo, no veo la percepción que tenía de mí con mis dos ojos”, afirma este psicoterapeuta de 59 años.

La brutal explosión del 4 de agosto en el puerto de la capital libanesa causó al menos 177 muertos y más de 6.500 heridos, la mayoría por fragmentos de cristal.

Al menos 400 de estas personas sufrieron lesiones oculares, más de 50 necesitaron ser operadas y al menos 15 se quedaron tuertas, según datos de los hospitales de la región de Beirut.

Diez días después de la tragedia, sentado en su oficina, Mecattaf enjuga la sangre que aún emana a veces de una larga cicatriz que atraviesa en vertical su párpado derecho.

– “Intervenciones angelicales” –

Mecattaf se encontraba en el balcón de un amigo, con vistas al puerto, cuando la deflagración le propulsó hasta la puerta de la entrada como “a una mota de polvo”. Sigue sin saber si fue la puerta o un pedazo de cristal el que le mutiló su ojo.

Sus médicos le indicaron que podría haberlo perdido debido simplemente a la onda de la explosión, lo que dificultaría su reparación.

Pudo ser curado gracias a una “serie de intervenciones angelicales” en las horas siguientes al drama.

Un desconocido a bordo de una moto recorrió las calles llenas de escombros como “un loco” para llevarlo a un hospital que, desgraciadamente, estaba demasiado dañado.

Después, una monja le condujo en coche hasta otro centro, igualmente fuera de servicio a causa de la explosión.

“La ciudad era una visión del infierno”, recuerda Mecattaf, que finalmente pudo ser operado en Sidón, en el sur de Líbano, gracias a un amigo. Pero tras dos horas de esfuerzos, los médicos no pudieron salvar su ojo.

– “Medio ciego” –

La onda expansiva fue tan fuerte que, incluso a más de ocho kilómetros del puerto, rompió numerosas ventanas, proyectando fragmentos de crista.

En un hospital al norte de Beirut, Maroun Dagher se somete a su revisión semanal. Para este informático de 34 años, la explosión “cambió todo”.

Al igual que cualquier persona que haya perdido su visión binocular, las tareas más simples son ahora un desafío. Servirse un café sin derramar una gota es una proeza, dice.

Su rostro quedó pegado a una ventana en una calle muy cerca del puerto y un pedazo de vidrio de dos centímetros le atravesó el ojo izquierdo.

Los primeros días después de la explosión, el dolor “solo era físico”. Pero su agonía no se detuvo ahí. Unos días después, supo que su visión estaba probablemente afectada de forma permanente.

“Tengo sueños en los que puedo ver todo, pero luego me despierto”, explica. “En ese momento siento malas emociones […] Simplemente te despiertas medio ciego”, dice.

– “El lugar más seguro” –

Makhoul al Hamad, de 43 años, es oriundo de la ciudad de Manbij, en el norte de Siria. Este obrero de la construcción, que vive en Beirut desde 1995, pensaba que su barrio, Mar Mikhael, era “el lugar más seguro en Líbano” y definitivamente más seguro que su país en guerra.

Por eso, en 2016 trajo a Beirut a su mujer y sus cuatro hijos, entre ellos su hija Sama, nacida en Manbij, cuando su ciudad estaba bajo el yugo de los yihadistas del grupo Estado Islámico.

Sama estaba sentada a unos metros de una ventana el día de la explosión. Fragmentos de vidrio atravesaron su ojo y la niña de cinco años empezó a sangrar abundantemente.

Una semana después, en el tejado de su casa dañada, Sama sonríe, con el ojo cubierto por una venda. A lo lejos se observa el puerto, prácticamente arrasado.

Su retina quedó reventada y los médicos dijeron a sus padres que su hija debía someterse a una cirugía reparadora en el extranjero. Pero no tienen los medios.

“Hubiese preferido que todo el sufrimiento […] recayera sobre mí, si eso hubiese permitido salvar a Sama”, confiesa Hamad mientras abraza a su hija.

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