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Trump y el ataque de los anarquistas invisibles

Trump y el ataque de los anarquistas invisibles
El presidente Donald Trump firma el proyecto de ley de alivio del coronavirus en el Despacho Oval el 27 de marzo de 2020. (Erin Schaff/The New York Times)

El jueves por la mañana caminé de ida y vuelta por buena parte de Manhattan (¿por qué todos los consultorios médicos están en el East Side?) El día era hermoso y la ciudad lucía alegre: las tiendas estaban abiertas, la gente bebía café en las áreas destinadas para sentarse ubicadas en las aceras que han proliferado durante la pandemia, Central Park estaba lleno de corredores y ciclistas.

Pero debo haberme imaginado todo eso, porque el presidente Donald Trump me asegura que Nueva York está asediada por “la anarquía, la violencia y la destrucción”.

A solo dos meses de que termine la campaña presidencial, resulta evidente que Trump ha decidido que no puede contender solo con base en su historial ni atacar de manera eficaz a Joe Biden. En cambio, se enfrenta a los anarquistas que, insiste, gobiernan en secreto el Partido Demócrata y están devastando las ciudades de Estados Unidos.

No hay mucho qué decir sobre las declaraciones de Trump de que gente “en la oscuridad de las sombras” controla a Biden y de que gente misteriosa vestida de negro está amenazando a los republicanos, excepto que no hace mucho tiempo hubiera sido inconcebible que cualquier político de un partido importante fuera partícipe de este tipo de teorías conspirativas.

Pero hay algo más qué decir sobre sus afirmaciones de violencia desenfrenada y destrucción en “jurisdicciones anárquicas”: a saber, que estas afirmaciones tienen poco parecido con la realidad mayormente pacífica.

Sin embargo, los anarquistas invisibles son todo lo que le queda a Trump. Para entender por qué, hablemos de problemas reales: la pandemia y la economía.

Hace unos meses la campaña de Trump sin duda esperaba poder dejar atrás el coronavirus. Pero el virus se negó a cooperar.

No es solo el hecho de que la reapertura prematura condujo a una segunda ola enorme de infecciones y muertes. De igual importancia, desde un punto de vista político, ha sido la propagación geográfica de la COVID-19.

Al principio de la pandemia fue posible afirmar que la COVID-19 era un problema de las grandes ciudades y los estados demócratas; los electores de las zonas rurales y los estados republicanos pudieron descartar la amenaza con mayor facilidad en parte porque era relativamente improbable que conocieran a personas que se hubieran enfermado. Sin embargo, la segunda ola de infecciones y muertes se concentró en la región conocida como el Cinturón del Sol.

Y aunque el aumento de casos en esa región parece estar disminuyendo poco a poco ahora que los gobiernos estatales y locales han hecho lo que Trump no quería que hicieran (cerrar bares, prohibir grandes reuniones y exigir el uso de cubrebocas), parece haber un aumento en la región del Medio Oeste.

Lo que esto significa es que para el día de las elecciones casi todo el mundo en Estados Unidos conocerá a alguien que haya contraído el virus y también sabrá que las repetidas promesas de Trump de que iba a desaparecer eran falsas.

En lo que respecta a la economía, todo indica que la rápida recuperación de mayo y junio se ha estabilizado, si bien el desempleo sigue siendo elevado. El informe del empleo del viernes probablemente muestre una economía que sigue abriendo puestos de trabajo, pero nada como la recuperación de la “súper V” que Trump sigue afirmando que sucedió. Y solo habrá un informe más del mercado laboral antes de las elecciones.

Además, la política de la economía depende más de cómo se siente la gente que de lo que digan las cifras oficiales. La confianza del consumidor sigue siendo baja. Las evaluaciones de las empresas encuestadas por la Reserva Federal van de poco entusiasta a abatido. Y no hay suficiente tiempo para que esto cambie mucho: Trump no va a poder promoverse diciendo que hubo un auge económico de aquí a las elecciones.

Así que necesita hacer su campaña oponiéndose a esos anarquistas invisibles.

Ahora bien, ha habido algunos saqueos, daños a la propiedad y violencia asociados con las manifestaciones de Black Lives Matter. Pero los daños a la propiedad han sido menores comparados con los disturbios urbanos del pasado (no, Portland, Oregon, no está “en llamas todo el tiempo”) y mucha de la violencia no viene de la izquierda sino de los extremistas de derecha.

También es cierto que ha habido un aumento reciente en los homicidios y nadie sabe con certeza a qué se debe. No obstante, hubo muy pocos homicidios el año pasado, e incluso si la tasa que hemos visto a lo largo del año se mantiene, la ciudad de Nueva York tendrá sustancialmente menos homicidios en 2020 que cuando Rudy Giuliani era alcalde.

En resumen, no hay una ola de anarquía y violencia más que la desatada por el propio Trump. Pero, ¿los electores pueden dejarse influir por las fantasías escabrosas del presidente?

En realidad, podría ser así. Por alguna razón, hay una larga historia de desconexión entre las realidades de la delincuencia y la percepción pública. Como el Centro Pew ha señalado, entre 1993 y 2018 los delitos violentos en Estados Unidos se desplomaron; los asesinatos en Nueva York cayeron más del 80 por ciento. Sin embargo, durante ese periodo los estadounidenses no dejaron de decirles a los encuestadores que la delincuencia estaba en aumento.

Y con los viajes y el turismo tan escasos, de modo que la gente no logra ver la realidad de otros lugares con sus propios ojos, puede ser muy fácil para Trump fingir que nuestras grandes ciudades se han convertido en paisajes infernales distópicos.

Lo que no está tan claro es si esta mentira ayudará a Trump, incluso si la gente la cree. “Estados Unidos se ha ido al infierno bajo mi mando, así que deben reelegirme” no es el mejor discurso de campaña que se me ocurre.

Y las encuestas sugieren que, de hecho, el miedo no es amigo del presidente. Por ejemplo, en una encuesta nueva de Quinnipiac, un amplio margen de los participantes declaró que tener a Trump como presidente los hace sentir menos seguros. Las reacciones a Biden fueron mucho más favorables.

A pesar de ello, cuenten con que Trump seguirá despotricando contra esos anarquistas invisibles. Son todo lo que le queda.

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