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Opinión: El complot del Partido Republicano para sabotear el 2021

Opinión: El complot del Partido Republicano para sabotear el 2021
El presidente estadounidense Donald Trump llega a la Base Conjunta Andrews en Maryland, el sábado 12 de septiembre de 2020, para dirigirse a Nevada. Doug Mills/The New York Times

Nadie sabe con certeza quién ganará en noviembre. En este momento, Joe Biden tiene la ventaja, pero entre los caprichos del Colegio Electoral y cualquier sorpresa que los trumpistas tengan preparada para octubre (saben que así es), ¿cómo tener certeza?

Sin embargo, si algo está claro es que los republicanos ―no solo el presidente Donald Trump, sino todo su partido― están actuando como si no hubiera un mañana. O, para decirlo con mayor exactitud, están actuando como si no hubiera otro año.

Y esto significa que, si Biden gana, tendrá que gobernar frente a lo que equivale a un sabotaje político incesante por parte de sus opositores políticos.

Para ilustrar lo que quiero decir sobre actuar como si no hubiera otro año tenemos el mitin multitudinario (e ilegal) de Trump en un espacio cerrado, celebrado el domingo en Nevada.

Antes de la publicación del nuevo libro de Bob Woodward, habríamos podido argumentar que Trump no cree en la ciencia y no se dio cuenta de que en su evento podría enfermarse y morir mucha gente. Pero ahora sabemos que está muy consciente de los riesgos y que así ha sido todo este tiempo. Sencillamente no le importa.

También podemos pensar en las semanas de silencio e inacción de Trump ahora que los incendios forestales azotan a los estados del oeste. Es cierto que no ganará California, Oregon ni Washington. Pero se supone que es el presidente de Estados Unidos, no solo de los estados republicanos.

Además, esos estados representan casi el 19 por ciento de la economía estadounidense; se podría pensar que le importaría el daño que están padeciendo, que se extenderá al resto del país. Pero es evidente que no es así.

Sin embargo, para mí, la demostración más sorprendente de la negativa de los republicanos a pensar en el futuro es el hecho de que no se ha hecho nada para aliviar el sufrimiento de los estadounidenses desempleados, que perdieron gran parte de las prestaciones que los mantenían a flote a fines de julio, ni la inminente crisis fiscal de los gobiernos estatales y locales.

Leí varios boletines de negocios que tratan de ofrecer orientación sobre futuros desarrollos económicos y políticos; a principios del verano casi todos predecían que la Cámara de Representantes demócrata y el Senado republicano harían algún tipo de concesiones para brindar asistencia económica. Los desempleados seguirían recibiendo prestaciones mejoradas, aunque menos que el suplemento de 600 dólares a la semana que habían estado recibiendo conforme a la Ley CARES (la Ley de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica del Coronavirus); los gobiernos estatales y locales obtendrían una ayuda significativa, aunque no tanta como los demócratas querían.

No obstante, no hubo ningún acuerdo, solo los memorandos ejecutivos de Trump que autorizaban algunos pagos adicionales y un artilugio que ya se ha esfumado. ¿Qué ocurrió?

Mi interpretación es que mientras los demócratas aprobaron un proyecto de ley de ayuda que se suponía serviría como punto de partida para las negociaciones en mayo, los republicanos titubearon, frenados tanto por los derechistas de línea dura como por las fantasías de una recuperación económica en forma de V. Y para cuando se dieron cuenta de que sus fantasías no se harían realidad, era demasiado tarde para tomar medidas que tuvieran un gran impacto en las elecciones. Así que, ¿por qué molestarse en hacer algo?

Es decir, es como si los republicanos no esperaran ganar y creyeran que en caso de que así sea, ya habrá algún modo de ocuparse del desastre.

Ahora, un observador ingenuo podría esperar que los políticos tengan en cuenta los intereses de la nación, no solo el destino político de su propio partido. Pero no estos políticos, y no este partido.

Todo esto tiene implicaciones fatídicas para el estado de la nación en los meses y quizás años después de las elecciones.

Supongamos que Biden gana (lo cual no es una suposición segura) y que lo hace sin que Trump y sus seguidores generen una crisis constitucional tremendamente perturbadora (lo cual en definitiva no es una suposición segura). Aun así, seguirán dos meses durante los cuales los republicanos seguirán en la Casa Blanca y el Senado.

Tradicionalmente, los gobiernos salientes tratan de preparar el terreno para sus sucesores. Si creen que eso va a suceder esta vez, tengo kilómetros de un nuevo muro fronterizo, pagado por México, que tal vez quieran comprar.

Lo que realmente va a suceder, en el mejor de los casos, es nada: no hay acciones para limitar la propagación del coronavirus, no hay asistencia financiera para las familias ni los gobiernos locales en crisis. ¿Y alguien quiere apostar contra la posibilidad de acciones deliberadas para empeorar las cosas?

Así que, si Biden toma posesión el 20 de enero, será el segundo presidente demócrata consecutivo en heredar una nación en crisis, pero esta vez una mucho peor que la que enfrentó Barack Obama.

Y los problemas no terminarán el día de la toma de posesión. Si los republicanos mantienen el control del Senado, harán todo lo posible para sabotear al nuevo gobierno de Biden.

Recuerden, en 2011 los republicanos de la Cámara de Representantes mantuvieron a Estados Unidos como rehén y amenazaron con forzar una moratoria en la deuda interna a menos que Obama cediera a sus demandas. Y eso sucedió con el Partido Republicano previo a Trump, que ya era un partido extremista, pero no al grado que lo es ahora.

Las cosas marcharán mejor si los demócratas controlan el Senado y la Casa Blanca. No obstante, Biden todavía se enfrentará a una constante obstrucción. Yo auguro que, digan lo que digan hoy, los demócratas se verán obligados a eliminar las tácticas obstruccionistas, solo para poder gobernar al país.

El caso es que aunque una victoria de Biden salvará a la democracia estadounidense de un colapso inmediato no curará la enfermedad que aflige a nuestro cuerpo político.

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