En abril, cuando la salud de mi madre adoptiva comenzó a decaer después de meses de luchar contra el cáncer, intenté demostrarle mi amor y hacerle saber que pensaba en ella a través de llamadas telefónicas y de Skype, obsequios y cartas escritas a mano. Yo administraba sus finanzas, ayudaba a coordinar su cuidado, y con frecuencia sentía que estaba teniendo un largo e incesante ataque de pánico.
No obstante, mis amigos se mantuvieron al pendiente de mí, llenaban mi teléfono con mensajes de apoyo y me escuchaban cuando les llamaba para desahogarme o llorar. A veces la distancia me facilitaba hacerlo: si estaba despierta y perdiendo el control a medianoche, sabía que podía llamar a alguien que estaba a tres zonas horarias sin despertarlo.
Mi madre falleció en mayo. De repente, no podía responder cuando la gente llamaba para ver cómo estaba. No entendía por qué. Tal vez dudaba en pedir apoyo porque todas las personas que conocía estaban exhaustas y abrumadas por la pandemia en curso, pero me estaban buscando… ¿Por qué estaba abandonando la comunicación que había sido mi salvavidas durante semanas?
Unos días después de la muerte de mi madre, llamó otro amigo y, mientras miraba la pantalla, me di cuenta de que sentía náuseas; el corazón se me aceleraba. Había desarrollado una sensación de ansiedad profunda en relación con el teléfono porque, durante semanas, había sido mi conducto para recibir y transmitir noticias devastadoras; porque no quería pronunciar las palabras impensables (“Mi mamá se ha ido”) ni siquiera al oyente más comprensivo; porque no importaba cuán a menudo sonara el teléfono, nunca más sería ella.
Una de las realidades más crueles de esta pandemia es que nos ha privado a muchos de la oportunidad de vivir el duelo de las maneras más familiares e instintivas. Podemos compartir historias, llorar y reír juntos por Zoom, pero no podemos solo sentarnos en compañía silenciosa, o abrazarnos cuando las palabras no son suficientes. Después de mi pérdida, se me agotaron las palabras para compartir con los demás; no podía imaginarme llamando a nadie. ¿Cómo iba a sentirme conectada con los demás, encontrar consuelo y fuerza en mis amigos?
Las personas cercanas y lejanas comenzaron a enviar tarjetas de condolencias, flores, bocadillos, helados gourmet. Mi hermana biológica no pudo estar a mi lado como lo estuvo cuando murió mi padre adoptivo, pero se mantuvo en contacto con frecuencia y me envió sopa y calcetines. Una persona me regaló joyas hechas a mano con mis colores favoritos; otra envió por correo un árbol de magnolia para que lo sembrara en memoria de mi madre.
Mis amigas Jasmine y Reese organizaron un grupo para grabar las condolencias en video (una lluvia virtual de compasión y afecto) y, con lágrimas rodando por mis mejillas, reproduje una y otra vez los mensajes, sintiendo que el amor de mis amigos me mantenía de pie y reconociendo una clara invitación a buscar más apoyo cuando estuviera lista.
Resultó que el duelo con distancia social no significaba vivir el duelo sola… muchas personas encontraron maneras de ofrecer apoyo, como si supieran lo que necesitaba cuando ni siquiera yo lo sabía. Se me ocurrió que la mayoría de ellos no habían tenido que esforzarse mucho para entender lo que yo estaba sintiendo.
“Después de un suceso traumático, una de las conmociones que perduran puede ser la sensación de soledad subsecuente”, me explicó Juli Fraga, psicóloga. “En esta pandemia, esa sensación de soledad puede ser suavizada por nuestro sufrimiento colectivo… todo el mundo necesita apoyo en este momento”.
Para muchos de nosotros, encontrar apoyo emocional a menudo significa recurrir a redes ya establecidas y construidas para la distancia. Es posible que nos sintamos cansados o temerosos ahora, recién separados de las rutinas familiares y de muchas formas de apoyo en persona, pero todavía hay alivio y consuelo en el compañerismo a distancia.
“En los momentos de mayor temor y angustia, todos pensamos en la conexión y en tender lazos con las personas que amamos”, afirmó Joy Lieberthal Rho, trabajadora social y terapeuta. “Es parte de ese gran momento de evaluación en una crisis”.
A medida que la pandemia se prolonga y nuestras reservas emocionales disminuyen, seguimos haciendo todo lo posible para cuidar a los seres queridos que no podemos visitar, compartiendo cargas emocionales, llorando pérdidas y celebrando pequeñas victorias en la comunión a distancia.
En ocasiones eso significa hacer una llamada y solo escuchar y pasar tiempo con los demás. A veces significa compartir recursos o enviar obsequios, si tenemos la suerte de poder hacerlo, como dijo mi amiga Jess: “Comprar obsequios para la gente que está pasando por momentos difíciles ha sido la única cosa buena de este año”.
Si eres como yo y te cuesta trabajo pedir ayuda o decir lo que necesitas (en especial ahora, cuando todos tus conocidos la están pasando mal), Rho sugiere empezar con “una solo persona que siempre ha sido buena en tenderte la mano. Esto le da una retroalimentación positiva” por ser tan buen amigo tuyo, dice, y tal vez se sienta motivado a continuar haciéndolo o a hacerles saber a otros que tal vez necesitas apoyo adicional. Fraga asegura que pedir ayuda también puede darles permiso a otros de expresar sus propias necesidades.
Es probable que escuches a alguien mencionar la fatiga pandémica al menos una vez al día. Los días parecen interminables, incluso cuando las semanas pasan volando y, sin embargo, no hay vuelta a la normalidad. Quizá lo que sea que te había dado fuerza o valor en los primeros días de la pandemia, ahora se está tambaleando. Tal vez no puedas recuperarte tan rápido. Tal vez no deberías hacerlo, a veces necesitas quedarte abajo, tomar ese aliento adicional, pedir ayuda antes de poder averiguar cómo continuar.
Cada vez que me levanto y vuelvo a intentarlo (para ayudar a mi familia, para hacer mi trabajo, para apoyar a mis amigos de la forma en que me han apoyado generosamente), a menudo pienso en mi madre, la persona que más me demostró que el amor puede desafiar la distancia y ser una fuente inagotable de fuerza y resistencia.
Durante décadas, la vi trabajar arduamente para sacarnos adelante, cuidar de su madre y mi padre, luchar por su propia supervivencia y la de los demás. Creía en mí con tal vehemencia que, aunque está muy lejos de mi alcance, aún siento su amor y fe en tiempo presente y voz activa. Ese es el tipo de apoyo que quiero brindarles a otros ahora, al compartirles toda la fuerza y el cuidado que pueda, aunque no sé cuándo volveremos a compartir un espacio físico.