A Alexis Block le preocupaba que el robot que había construido estuviera averiado. Estaba probando la duración óptima de un abrazo para su “HuggieBot 1.0”, una máquina de abrazos recubierta de un pelaje morado.
Block había incluido sensores de presión en el torso de la máquina de modo que, si el humano que hacía la prueba le daba palmadas o presionaba el robot en la espalda, este lo soltaba. Sin embargo, este abrazo era interminable. “Me preocupaba que los sensores de presión no estuvieran funcionando”, señaló.
Sus manos empezaron a sudar (a nadie le gustaría quedarse atrapado en las garras de un robot gigante), pero entonces, el abrazo terminó, y el HuggieBot liberó a su sujeto de prueba. Cuando Block, quien está trabajando para obtener su doctorado en el Centro Max Planck ETH para Sistemas de Aprendizaje tanto en Stuttgart, Alemania, como en Zúrich, Suiza, le preguntó al participante si algo había salido mal, este la sorprendió diciendo que quería que el abrazo durara mucho tiempo. “Aseguró: ‘Simplemente lo necesitaba y el robot no iba a juzgarme’”.
Puesto que la cuarentena por coronavirus se ha alargado varios meses, los abrazos son una de las cosas que anhelan las personas aisladas. Los abrazos son buenos para los humanos, quizás más valiosos de lo que muchos de nosotros nos percatamos.
Las investigaciones han demostrado que los abrazos pueden reducir nuestros niveles de cortisol en situaciones que provocan estrés y pueden elevar los niveles de oxitocina, y tal vez incluso reducir nuestra presión arterial. Un artículo publicado en Psychological Science en 2015 inclusive reveló que los participantes del estudio que recibieron más abrazos fueron menos propensos a enfermarse cuando se expusieron al virus de la gripe que aquellos que no recibieron abrazos con tanta frecuencia.
“La necesidad de contacto humano es extremadamente profunda”, afirmó Judith Hall, profesora emérita de Psicología de la Universidad del Noreste que investigó el contacto interpersonal en el Laboratorio de Interacción Social de la universidad. No obstante, decidir abrazar a alguien o no en ocasiones parece un tema delicado.
No a todos les gusta aplastar su cuerpo contra el tuyo, como lo demuestra la gran cantidad de camisetas con la leyenda “Not a Hugger” (No me gustan los abrazos) disponibles en línea. La mejor amiga de Block se define a sí misma como “alguien que no abraza”. Hace una excepción con Block, pero “me dijo que en realidad prefería abrazar a mi robot que a mí porque a veces no suelto a la otra persona”, narró Block.
No siempre está claro cuánto tiempo quiere abrazarte tu compañero o cuán fuerte debe ser el abrazo. A menudo es cuestión de juzgar el nivel de comodidad de la otra persona.
Lo cual nos lleva a la primera regla del Club de los Abrazos: no estás obligado a abrazar a nadie que no quieras y es mejor preguntar antes de dar un apretón. Aunque, por supuesto, puedes solo preguntar: “¿Te puedo abrazar?”. Wendy Ross, directora del Centro de Autismo y Neurodiversidad de Jefferson Health en Filadelfia, aseguró que una mejor manera de formular esta pregunta es: “A algunas personas les gustan los abrazos y a otras no. ¿Tú qué prefieres?”. De esta manera la pregunta se centra en las preferencias de la otra persona.
Ross señaló que es fundamental pedir el consentimiento para el contacto interpersonal. Esto también se extiende a los niños, no importa cuánto desees un abrazo de tu sobrino o sobrina. “Les estamos enviando a nuestros hijos mensajes muy contradictorios cuando decimos: ‘Nuestro cuerpo nos pertenece’, pero también: ‘Tienes que abrazar a tu abuela’”, dijo Regine Galanti, psicóloga infantil que da consultas en Long Island, Nueva York. Aunque puede ser un reto explicarle a la abuela por qué tu hijo se negó a darle un abrazo, a largo plazo le ayudará a tu hijo a entender que está bien negarle a alguien el acceso a su cuerpo.
La buena noticia es que una vez que hayas determinado que la otra persona quiere un abrazo, probablemente captarás las señales de cuánto tiempo debe durar. Sabine C. Koch, psicóloga y terapeuta de baile y movimiento que dirige el programa de maestría en terapia de baile en la Universidad SRH de Heidelberg y directora del Instituto de Investigación para las Terapias con Artes Creativas, publicó un ensayo en 2017 en la revista Behavioral Sciences sobre cómo indican las personas que un abrazo debe terminar.
Koch, que también estudia el lenguaje y los ritmos corporales en la Universidad Alanus en Bonn, envió a estudiantes de licenciatura a estaciones de tren y a consejos estudiantiles para ver cómo se abrazaba la gente, prestando atención especial a lo que sucedía justo antes de que las dos partes se separaran. Los estudiantes observaron que los abrazos pasaban de ser movimientos suaves y “envolventes” a una serie de palmadas en la espalda (lo que ella llama un “ritmo de lucha”). El abrazo terminaba justo después del inicio de las palmadas.
“En la mayoría de los casos, las personas primero se daban un abrazo muy suave y, después de cierto tiempo, empezaban a darse palmadas en la espalda, y luego se separaban”, dijo. “Esto ocurrió en todas las combinaciones de mujeres con hombres y mujeres con mujeres”; sin embargo, en el caso de los abrazos entre hombres no pasó lo mismo. Sus abrazos comenzaban inmediatamente con palmadas en la espalda (el ritmo de lucha).
En la siguiente fase de su estudio, Koch les vendó los ojos a los participantes y les dio un pañuelo. Comentó que las vendas garantizaban que no captaran las señales visuales de cuando el abrazo iba a terminar. Se les instruyó a los participantes que dejaran caer el pañuelo cuando el abrazo terminara. Cuando empezaron las palmadas en la espalda, la mayoría de los participantes dejó caer el pañuelo.