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Trump, Venezuela y la lucha contra un autócrata

Trump, Venezuela y la lucha contra un autócrata
Una instalación inoperante perteneciente a la compañía petrolera estatal de Venezuela. La economía de este país, otrora rico, se ha hundido bajo el liderazgo de Maduro. (Adriana Loureiro Fernandez/The New York Times)

Así fue como una larga batalla en torno a las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela ayudó a la campaña de Trump en Florida y mantuvo al régimen de Maduro en el poder.

Cuando el presidente Donald Trump se dirigió al público del Capitolio en el discursodel Estado de la Unión en febrero para reconocer al joven líder de la oposición venezolana, Juan Guaidó, pareció un golpe maestro político.

 

 

La sorpresiva aparición de Guaidó —la culminación de los esfuerzos de los halcones de la política exterior para cambiar la estrategia de Estados Unidos en América Latina y desalojar del poder al autócrata de Venezuela, Nicolás Maduro— se ganó una ovación de pie tanto de los republicanos como de los demócratas. “El dominio de la tiranía de Maduro será aplastado y roto”, proclamó Trump. En el sur de Florida, un bastión clave en la elección de 2020 y hogar de cientos de miles de expatriados venezolanos y cubanoestadounidenses que apoyan su causa, el respaldo de Trump a Guaidó provocó una respuesta entusiasta.

Pero, en la víspera del día de las elecciones, el enfoque de Trump hacia Venezuela ha resultado al mismo tiempo en un éxito político y un fracaso de política exterior. Aunque las encuestas recientes muestran que, entre los votantes latinos de Florida, Trump se acerca a su rival demócrata, Joe Biden, las duras sanciones de su gobierno no han logrado derrocar a Maduro, y han hecho que los intereses rusos, chinos e iraníes se afiancen más en Venezuela. Maduro ha derrotado efectivamente a Guaidó, cuyo apoyo popular se ha derrumbado.

La supervivencia de Maduro es, en parte, una parábola de la política exterior en el Washington de Trump, donde ideólogos, donantes y grupos de presión compiten para captar la atención de un presidente inexperto y altamente transaccional, distorsionando y remodelando así la diplomacia estadounidense.

El tira y afloja sobre la posición de Trump respecto a Venezuela terminó por enfrentar a los activistas cubanoestadounidenses y a los políticos de Florida —que veían a Maduro como extensión y proveedor de energía del régimen comunista de Cuba— contra los intereses empresariales a favor de Trump, que abogaban por un mayor acercamiento con Maduro.

Entre ellos se encontraban un donante multimillonario de Florida, los principales cabilderos que han ganado millones en el auge de los negocios de influencia del primer mandato de Trump y un oligarca venezolano, ahora bajo acusación federal, que trabajaba como intermediario en las inversiones estadounidenses de su país.

Lo que estaba en juego no solo era el bienestar de los venezolanos, sino también el flujo de miles de millones de dólares en el petróleo crudo de su país y, según Trump, sus perspectivas de reelección.

Mientras que Maduro sigue en el poder, un arquitecto clave de la política de Trump en Venezuela dejó su puesto en la Casa Blanca en septiembre. Ese mismo mes, otro funcionario se reunió en secreto en México con un aliado de Maduro en un último esfuerzo por persuadirlo a renunciar, algo que Trump podría haber presentado como un triunfo antes de noviembre.

Un portavoz de la Casa Blanca, John Ullyot, dijo que el liderazgo de Trump había provocado una amplia presión internacional sobre Maduro. “El presidente sigue apoyando al pueblo venezolano para asegurar un futuro democrático y próspero”, dijo.

Pero algunos exfuncionarios que favorecieron una postura más dura en torno a Venezuela ahora cuestionan el enfoque del gobierno.

“Hay una consideración muy fuerte por los donantes, por los votantes indecisos en Florida y por aquellos que son ideológicamente puros en cuanto a la maldad de Cuba”, dijo Fernando Cutz, quien trabajó en el Consejo de Seguridad Nacional para Trump y su predecesor. “El matiz ha desaparecido: la diplomacia”.

‘Tú no conoces Venezuela’

En la primavera de 2017, Brian Ballard, cabildero y uno de los principales recaudadores de fondos de Trump en Florida, organizó una reunión entre dos personas que jugarían un papel en la lucha por el futuro de Venezuela.

Uno era Raúl Gorrín, quien amasó una fortuna bajo el gobierno socialista de Venezuela mientras desarrollaba vínculos estrechos tanto con Maduro como con la oposición. Formaba parte de una ola de intereses extranjeros que se acercaban a Ballard, quien recientemente había abierto una oficina en Washington para satisfacer la demanda de cabilderos cercanos al nuevo gobierno.

El otro invitado fue Mauricio Claver-Carone, un antiguo cabildero de la política hacia Cuba y feroz defensor del embargo. Había aterrizado en el Departamento del Tesoro después de trabajar en la campaña de Trump, pero tenía ambiciones de desempeñar un papel clave en la política exterior. Claver-Carone se negó a hacer comentarios para este artículo.

Mientras los dos hombres hablaban a solas, su conversación se volvió tensa, según Gorrín, de 51 años. Claver-Carone insistió en que el régimen estaba cerca del colapso; Gorrín argumentó que Maduro tenía el control y que Estados Unidos y Venezuela se beneficiarían de un deshielo.

“Tú no conoces Venezuela”, recuerda haber dicho.

Trump, un personaje que le interesaba a ambos hombres, aún no tenía opiniones concretas sobre Venezuela, pero sentía curiosidad por su vasta riqueza petrolera y por el dominio del país en el concurso de Miss Universo, del que alguna vez fue dueño, según dos antiguos asesores de la Casa Blanca.

También estaba enfocado en su reelección. “Trump veía a Venezuela 110 por ciento a través del prisma de los votos electorales de Florida”, dijo un exfuncionario estadounidense de alto rango, quien pidió el anonimato para describir las conversaciones privadas.

Con frecuencia Trump escuchaba a Marco Rubio, el senador cubanoestadounidense de Florida, quien le aconsejó que implementara sanciones más duras. Bajo el liderazgo de Maduro, la economía del otrora rico país se había hundido, su sistema de salud colapsaba y la oposición a menudo era tratada con violencia.

Pero Trump oscilaba entre una beligerancia que ponía nerviosos incluso a sus asesores de línea más dura, y una confianza suprema en sus habilidades de negociación. En el verano de 2017, mientras reflexionaba en público sobre invadir Venezuela, también preguntó a los asesores si debía reunirse con Maduro, según uno de los ayudantes.

“Siempre temíamos que quisiera ejercer esa opción”, dijo el antiguo asistente, quien habló con la condición de mantener su anonimato. “No puedes decir no. Dijimos: ‘Va a ser malo para la imagen de usted, y él lo va a manipular’”.

Ese verano, Gorrín contrató a Ballard. Ambos coinciden en que Gorrín buscaba ayuda para colocar su cadena Globovisión en la televisión estadounidense, donde podría crecer hasta convertirse en una Fox News en español. Los asociados de Gorrín dijeron que también esperaba que el cabildero pudiera posicionarlo en Washington como un influyente actor en la política de Venezuela, presentándolo en los círculos clave. (Gorrín dijo que el papel de intermediario fue idea de Ballard; Ballard lo negó y dijo que no hizo presentaciones).

El venezolano dijo que Ballard le presentó a Harry Sargeant III, un multimillonario donante de Trump en Florida que había trabajado en Venezuela en la década de 1990. Sargeant, de 62 años, veía las reservas de petróleo de Venezuela como una oportunidad de negocio y la clave para la independencia energética de las Américas.

Gorrín, a su vez, ayudó a coordinar para que Sargeant conociera a los funcionarios de la empresa petrolera estatal en Caracas; al llegar, se encontró también en una reunión con Maduro. En una entrevista, Sargeant contó que le dijo a Maduro que Venezuela necesitaba empresas estadounidenses para ayudar a reconstruir su economía.

Poco después, una de las empresas de Sargeant comenzó a negociar un acuerdo para encargarse de tres campos petroleros en ruinas. En el verano de 2018, Sargeant voló con un socio para ver a Trump en una reunión de recaudación de fondos en Nueva York, y trató —sin éxito— de entregarle una carta de Maduro.

En Washington, el ala dura ganaba terreno. Trump despidió a Rex W. Tillerson, su secretario de Estado, a principios de 2018 y nombró a John Bolton, un halcón veterano, como asesor de seguridad nacional. En la Casa Blanca, prevaleció el punto de vista de Rubio —ejercer máxima presión sobre Maduro— y el Departamento de Estado desempeñó un papel cada vez menor.

Después de que Maduro ganó un segundo mandato en unas elecciones ampliamente denunciadas como una farsa, el gobierno de Trump impuso nuevas sanciones.

Con el apoyo de Rubio y otras personas, Bolton contrató a Claver-Carone ese agosto para dirigir el área de Asuntos Hemisféricos del Consejo de Seguridad Nacional. El gobierno empezó a preparar sanciones económicas en contra del círculo cercano de Maduro y los activos petroleros de los que dependía su flujo de efectivo.

Más tarde ese otoño, Claver-Carone se reunió con Sargeant para tomar un trago cerca de la Casa Blanca. Hacía poco que Sargeant había cerrado el acuerdo petrolero, uno de los más favorables que Venezuela le había otorgado a una empresa extranjera en años. Maduro había aprobado el proyecto, le dijo a Claver-Carone, para demostrar que buscaba mejorar las relaciones con Estados Unidos.

Sargeant recuerda que Claver-Carone no se inmutó. Le dijo que solo quería escuchar un mensaje de Maduro: dónde quería pasar su exilio, quién quería que lo acompañara y cuánto dinero deseaba llevar consigo.

Entregar una victoria

A principios de 2019, la Casa Blanca convocó una coalición internacional para reconocer a Guaidó, líder de la Asamblea Nacional de Venezuela, como presidente legítimo. Ese febrero, frente a una multitud en Miami, Trump llamó al ejército venezolano a respaldar a Guaidó o “perderlo todo”.

Para entonces, según dos líderes opositores de Venezuela y un exfuncionario del gobierno de Trump, Claver-Carone y otros presionaban al ejército venezolano y la élite política para que le dieran la espalda a Maduro.

“Tenía que entregar una victoria”, dijo el exfuncionario. “Se lo vendió al presidente como que ‘si te deshaces de Maduro, ganas’” en Florida.

Entre quienes fueron contactados por Claver-Carone, estaba Gorrín, según los líderes de oposición.

Para entonces ya era técnicamente prófugo de la justicia de Estados Unidos. El verano anterior, fiscales estadounidenses habían presentado cargos contra él relacionados con un esquema de lavado de dinero. Él desestimó la acusación como persecución política, pero Ballard ya no lo representaba y Gorrín fue agregado a la lista de sancionados.

Ahora, los funcionarios estadounidenses y la oposición venezolana necesitaban un canal extraoficial. Según los líderes opositores, a Gorrín y otros intermediarios se les pidió que transmitieran ofrecimientos de indulgencia por parte de Estados Unidos para las figuras del régimen que cooperaran.

Gorrín fue a la universidad con el magistrado principal del Tribunal Supremo de Venezuela; los estadounidenses creían que tenían un acuerdo con Gorrín para ayudar a lograr que el juez y otros tomaran partido por Guaidó. Ese marzo, el gobierno de Trump discretamente eliminó a la esposa de Gorrín de la lista de sancionados.

Gorrín, cuyas conversaciones con figuras del régimen fueron reportadas por The Wall Street Journal el año pasado, negó haber participado en el esfuerzo y dijo que no tuvo contacto con Claver-Carone después de su reunión de 2017.

Un intento de levantamiento fracasó. El fallo prometido del Tribunal Supremo nunca se materializó. Las manifestaciones masivas lideradas por Guaidó fracasaron, y Maduro desplegó paramilitares para torturar y matar a los manifestantes.

Sargeant, cuyo acuerdo petrolero se había hundido a causa de las nuevas sanciones, vio una oportunidad. Ese verano, se asoció con Robert Stryk, un cabildero que había ganado millones al representar a líderes extranjeros en Washington. Los contactos de Stryk en la Casa Blanca le dijeron que el presidente se sentía engañado por sus asesores sobre Venezuela. Deseoso de cortar los acuerdos de política exterior a los que se oponían los halcones del gobierno, Trump chocaba con Bolton. Para septiembre, el asesor se había ido.

Al mes siguiente, Sargeant y Stryk volaron a Caracas para reunirse con Maduro. Cuando llegaron al palacio presidencial, había otro invitado: Gorrín.

Maduro pareció ignorar los informes sobre el papel de Gorrín en el fallido levantamiento de abril. “Es mi hombre”, comentó Maduro, según otra persona que estuvo presente. Maduro también habló con entusiasmo del béisbol estadounidense y dijo que estaba dispuesto a permitir que los agentes antidrogas estadounidenses volvieran al país.

Stryk propuso un plan para asegurar una representación legal formal para Maduro en Washington, un canal diplomático renovado. Maduro cogió una figurita de Trump hecha de chocolate y simuló estrechar su mano.

“Todos vamos a tener una reunión ahora”, dijo.

Un impasse y una invasión

El esfuerzo sería estéril. Luego de que Stryk y un despacho de abogados presentaron formularios de divulgación que revelaban el trabajo que proponían hacer para el régimen, la respuesta negativa fue firme. El senador Rick Scott, republicano por Florida, prometió votar en contra de todos los clientes del despacho a menos de que se retiraran. Lo hicieron.

La determinación del gobierno de Trump para derrocar a Maduro también flaqueó. El mandatario venezolano desestimó una propuesta de la Casa Blanca en marzo de que tanto él como Guaidó dieran un paso al costado a favor de un gobierno de transición.

Los opositores de Maduro se desesperaron. En mayo, un grupo de simpatizantes radicales de oposición, exoficiales del ejército y mercenarios estadounidenses a bordo de lanchas rápidas intentaron invadir Venezuela. El operativo fue interceptado. El golpe fallido se convirtió en un golpe político para Maduro cuando unos documentos vincularon a uno de los asesores de Guaidó con la intentona.

En apariciones preparadas, Trump ha seguido mostrándose comprometido con las políticas de línea dura de su gobierno. En un evento celebrado en Florida en julio, contrastó sus ataques hacia Maduro con lo que describió como las políticas cercanas al socialismo de Biden.

Pero en una entrevista con Axios en junio, Trump se distanció de Guaidó e insinuó que estaba dispuesto a reunirse con Maduro. La cuenta de Twitter del presidente, alguna vez llena de acusaciones contra el régimen de Maduro, prácticamente enmudeció al respecto este otoño. Para entonces Claver-Carone iba de salida a un influyente puesto al mando del Banco Interamericano de Desarrollo.

“Es una vergüenza donde estamos ahora”, dijo Steve Goldstein, un antiguo asesor del Departamento de Estado de Tillerson. “Maduro no debería ser el presidente de Venezuela”.

Autores:

Patricia Mazzei y Edward Wong colaboraron con este reportaje.

Nicholas Confessore es un periodista de política e investigador con sede en Nueva York y colaborador de la Times Magazine. Escribe sobre la intersección de riqueza, poder e influencia en Washington y más allá. Se unió al Times en 2004. @nickconfessore

Ken Vogel cubre la confluencia de dinero, política e influencia desde Washington. También es el autor de Big Money: 2.5 Billion Dollars, One Suspicious Vehicle, and a Pimp — on the Trail of the Ultra-Rich Hijacking American Politics@kenvogel

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