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En ‘Una tierra prometida’, Barack Obama piensa —y piensa más— sobre su primer mandato

En ‘Una tierra prometida’, Barack Obama piensa —y piensa más— sobre su primer mandato
El presidente electo Barack Obama saluda a la multitud la noche de la elección, el 5 de noviembre de 2008, en Chicago. Foto: Damon Winter/The New York Times

Lo más audaz sobre las nuevas memorias de Barack Obama, “Una tierra prometida”, es el radiante retrato en su portada: ahí está, el presidente número 44 de Estados Unidos, luciendo tan serenamente confiado que es como si el libro no saliera a la venta después de una amarga elección, en medio de una economía por los suelos y una pandemia descontrolada.

La exuberante imagen también contrasta con la narrativa en el interior —700 páginas que son tan deliberativas, mesuradas y metódicas como el propio autor—. Obama dijo que inicialmente planeó escribir una memoria de 500 páginas y acabar en un año; pero terminó con un volumen robusto (ahora el primero de dos que anticipó) que se detiene en mayo de 2011, poco después de burlarse de Donald Trump en la Cena de Corresponsales de la Casa Blanca y del asesinato de Osama bin Laden el día posterior.

En el extraordinario primer libro de Obama, “Los sueños de mi padre”, que fue publicado en 1995, un año antes de que fuera elegido al Senado de Illinois, rastreó la historia de su familia junto a su propio cambio hacia la vida adulta. “Una tierra prometida” es necesariamente menos íntimo y más político, ofrece vistazos cercanos de los principales retos que Obama enfrentó durante su primer periodo presidencial, incluyendo el paquete de estímulo económico, la atención médica, la inmigración, el medioambiente y la guerra eterna en Afganistán.

De manera periódica nos recuerda cómo heredó un estado de emergencia. Como uno de sus amigos dijo después de la histórica victoria de Obama en 2008, cuando la economía estaba siendo engullida por la Gran Recesión: “¡Pasaron 232 años y esperan hasta que el país se está cayendo a pedazos antes de ponerlo en manos del hermano!”.

Una vez en el cargo, Obama buscó la ayuda de personas que ya estaban ahí y tenían experiencia en lugar de “talento nuevo”, al decidir que las circunstancias extremas “lo exigían”. Obama dijo que tenía ideas ambiciosas para cambios estructurales, pero que su equipo insistió que cualquier intento de imponer algo de “justicia al estilo del Antiguo Testamento” a los bancos, cuya avaricia e imprudencia había empujado al sistema financiero al borde del abismo, enviaría a los mercados temerosos a un pánico total.

Existe una dinámica que Obama describe en repetidas ocasiones en “Una tierra prometida”: republicanos del grupo dominante que de manera astuta encontraba el modo de apropiarse y explotar los sentimientos de impotencia y resentimiento que sus propias políticas desregulatorias habían ayudado a crear en un principio. “Si todo esto me parece obvio ahora, no lo era en ese entonces”, escribió Obama. “Mi equipo y yo estábamos demasiado ocupados”. Recuerda que un senador republicano le dijo: “Odio mencionarlo, pero entre peor se sienta la gente en este momento, será mejor para nosotros”. (Este senador puede haber odiado decirlo, pero le encantaba verlo). El resultado fue una paliza en las elecciones intermedias de 2010, cuando los demócratas perdieron la impresionante cantidad de 63 asientos en la Cámara de Representantes.

Sobre la sustancia de esos dos primeros años en el cargo, Obama expresa pocos arrepentimientos. “Habíamos salvado a la economía”, escribió. “Habíamos estabilizado el sistema financiero global y sacamos a la industria automotriz estadounidense del borde del colapso”. La Ley de Atención Médica Asequible puso la atención médica a disposición de otros veinte millones de estadounidenses. Las elecciones intermedias “no probaron que nuestra agenda había estado equivocada. Solo probó que —ya sea por falta de talento, astucia, carisma o buena fortuna— había fracasado en convocar a la nación, como alguna vez lo hizo Franklin D. Roosevelt, detrás de lo que sabía que era correcto”.

“Una tierra prometida” no es exclusivamente sobre la presidencia. Las primeras 200 páginas se mueven (en comparación con el resto) de manera apresurada a través de los primeros años de vida de Obama hasta su vida en Chicago, cuando su floreciente carrera política generó problemas en su matrimonio con Michelle, que había renunciado a algunas de sus propias ambiciones para que uno de ellos estuviera presente para las hijas de la pareja. Por supuesto, convertirse en presidente no permitía nada que se pareciera a un equilibrio entre la vida personal y la vida laboral, aunque significaba que, en lugar de trasladarse al trabajo y de regreso entre Chicago y Springfield, Illinois, o entre Chicago y Washington, habitualmente podía estar en casa para la cena a las 6:30 p. m., antes de volver al Despacho Oval. Recibía su Informe Diario para el Presidente (o, como Michelle lo llamaba: “El libro de muerte, destrucción y cosas horribles”) en la mesa del desayuno.

Resulta que él estaba en casa en abril de 2010 cuando se enteró de que una explosión había causado graves daños en Deepwater Horizon, una plataforma de perforación en las costas de Luisiana, por lo que lanzaba fuego y humo y expulsaba petróleo —el peor derrame petrolero en la historia del país—. Un video submarino mostró “el petróleo saliendo en columnas gruesas alrededor del lugar del incidente”, escribió Obama, “como emanaciones del infierno”.

La novedad y la enormidad del desastre lo impactó (la tecnología para la perforación en aguas ultraprofundas hizo que el Exxon Valdez luciera como un juguete de hojalata en comparación). Hasta ese entonces, Obama había mantenido una “confianza fundamental” de que él “siempre podía encontrar una solución a través de un proceso seguro y decisiones inteligentes”. Sin embargo, esas “columnas de petróleo expulsadas de una tierra fracturada y que se dirigen a las profundidades fantasmales del mar” parecían de otra categoría, imposibles de asimilar con su generalmente imperturbable visión mundial. Incluso después de que el boquete fue tapado y la limpieza avanzaba a buen paso, algo terrible había sido liberado y la verdadera dimensión del envenenamiento todavía se desconoce.

Un centenar de páginas después, Obama recuerda cómo los republicanos parecían volverse cada vez más petulantes ante la posibilidad de trabajar con su administración. “Era como si tan solo mi presencia en la Casa Blanca hubiera detonado un pánico profundo”, escribió, “una sensación de que el orden natural había sido interrumpido”. Trump había intentado convencer a la gente sobre una teoría de conspiración “birther” (que afirma que Obama no nació en Estados Unidos, por lo cual estaba impedido para ser presidente del país) que algunos conservadores parecían ansiosos por aceptar.

Obama no fuerza la metáfora, pero los acontecimientos descritos en “Una tierra prometida” indican que algo muy antiguo y tóxico en la política de Estados Unidos ha sido liberado. Fue como si el Partido Republicano, al haberse acercado hasta las costas irregulares del agravio blanco, estaba comenzando a hundirse en ellas. Como escribió sobre el desastre de Deepwater: “Hasta dónde llegó el resto del petróleo, qué terrible daño causó en la vida silvestre, cuánto petróleo finalmente se asentaría en el lecho oceánico y qué efecto a largo plazo eso podría tener en todo el ecosistema del golfo, pasarían años antes de que tuviéramos el panorama completo”.

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