Primero, supongamos que no van a hacer caso.
Los casos de COVID-19 están al alza en todo el país, incluso en lugares que tuvieron tasas bajas durante el verano. En respuesta, muchos estados han aumentado las restricciones y han puesto énfasis en la necesidad de evitar la transmisión. La gente no está haciendo caso.
Las familias siguen haciendo planes para el Día de Acción de Gracias. Sigue habiendo reuniones grandes a pesar de las advertencias. Esto también sucede fuera de Estados Unidos. Hay una frase para esto: “Fatiga pandémica”. La gente está harta de cambiar su comportamiento a causa del coronavirus.
Nada de esto debería sorprendernos. Las personas a menudo son reacias a hacer cosas que les puedan resultar desagradables para mejorar su salud. El gobierno estadounidense gasta millones de dólares al año en educar al público sobre lo que es una dieta saludable, por ejemplo. Y, a pesar de todo esto, la mayoría de esos consejos son ignorados.
En mi propio trabajo, encuentro poca evidencia de que la gente cambie su dieta a pesar de que se le diagnostique diabetes. Se ve el mismo patrón con las enfermedades infecciosas. Incluso en el pico de la epidemia del VIH, antes de que hubiera una disponibilidad generalizada de tratamientos, los datos de varios países de la África subsahariana mostraban reducciones limitadas en las conductas sexuales riesgosas.
Es aún más difícil lograr que las personas cambien por la salud de otros. Una de las razones por las que tenemos problemas para obtener una cooperación total con las vacunas para la influenza o las enfermedades de la infancia es que los beneficios son en su mayor parte para la salud pública. Se puede vencer la resistencia a las vacunas infantiles, pero mayormente cuando está vinculada a la asistencia escolar, como lo ha demostrado la reciente experiencia de California con el mejoramiento de las tasas de vacunación contra el sarampión. Cuando tenemos que depender de que los individuos tomen buenas decisiones privadas por el bien de la salud pública, los cambios en el comportamiento son esquivos.
Para detener la propagación de la COVID-19, se necesita precisamente esto: un cambio en el comportamiento privado. El virus está empezando a propagarse en entornos informales como fiestas, pijamadas, cenas en casa de otras personas. En semanas recientes, la propagación se ha acelerado, a medida que un clima más frío ha provocado que las reuniones sociales se muden a espacios cerrados.
Cuando el problema es la propagación privada, dejan de ser útiles muchas de las herramientas del sector de la salud pública. Los funcionarios de ciudades y estados pueden reducir la capacidad de los restaurantes, pero eso no importará si las personas compran alimentos para llevar y se reúnen con conocidos en otra parte.
Entonces, ¿cuál es la respuesta? Me gustaría que hubiera una solución mágica para un cambio de comportamiento, pero no la hay. Debemos reconocer la futilidad de depender de manera exclusiva de nuestras estrategias actuales y luego buscar algo nuevo.
Otros países han logrado hacer esto de mejor manera. Por ejemplo, Corea del Sur tiene un índice mucho mayor de cumplimiento con el uso de la mascarilla y otros lineamientos de distanciamiento social. Sin embargo, eso no es todo; las pruebas, el rastreo de contactos y otra infraestructura de salud pública han demostrado ser igual de importantes.
Consideremos el caso de los clubes nocturnos de Corea del Sur. Después de que varias personas infectadas visitaron cinco clubes nocturnos de gran tamaño en un periodo corto, los funcionarios gubernamentales usaron los datos de ubicación de teléfonos celulares, los registros de tarjetas de crédito y las listas de visitantes para identificar a unas 5500 personas que tal vez estuvieron en contacto con los sujetos contagiados, de las cuales unas 1200 fueron monitoreadas de cerca. Se alentó a unas 57.000 personas más que estuvieron en la zona a hacerse la prueba del coronavirus.
Este escenario podría considerarse como un fracaso de salud pública (tal vez esas infecciones potenciales pudieron ser evitadas si los clubes nocturnos hubieran estado cerrados), pero el incidente no produjo una propagación descontrolada. En brotes más recientes en China, el gobierno les ha realizado pruebas a millones de personas en un periodo corto para limitar la propagación. Incluso en Estados Unidos, algunas instituciones que ahora son consideradas casos de éxito frente a la COVID-19 —como las universidades de élite o los equipos profesionales de baloncesto— han logrado este estatus realizando pruebas, monitoreos y asilamientos generalizados.
Los estadounidenses deben empezar a pensar en cómo controlar la pandemia bajo el supuesto de que la gente no va a hacer caso. Las pruebas son un componente clave para lograrlo. ¿Qué pasaría si, para el Día de Acción de Gracias, además de decirle a la gente que no vea a su familia, también ponemos énfasis en que se haga pruebas antes y después de viajar y que se aíslen hasta tener los resultados disponibles?
Deberíamos seguir pidiéndoles a las personas que hagan reuniones pequeñas y reforzar la recomendación de evitar los viajes, pero necesitamos reconocer que no todo el mundo hará caso. Las pruebas son un respaldo útil.
Nuestra capacidad para hacer pruebas dificulta esta estrategia en muchos lugares. Sin embargo, en algunos estados, es posible hacer pruebas en las salidas y las llegadas de los viajes. Los directivos de salud pública tal vez están preocupados porque, en su opinión, las pruebas solo deberían presentarse como un último recurso, ya que temen que, de lo contrario, la gente se sienta alentada a viajar y baje la guardia. No obstante, el hecho es que su guardia ya está abajo.
Entender esto pone el foco de nueva cuenta sobre la necesidad de un mejor sistema de aplicación de pruebas. Imagina cómo luciría el Día de Acción de Gracias si tuviéramos un kit barato y rápido en casa. Nuestras familias podrían hacerse pruebas todos los días y detectar los casos con rapidez. Las pruebas no son perfectas (como lo demostró el brote en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca), pero una prueba rápida y de fácil acceso volvería más seguras nuestras vidas. Esta tecnología debería ser parte de la primera línea de nuestra respuesta viral y necesita más inversión.
Las alternativas son confinamientos más extremos y medidas punitivas para evitar las reuniones cuantiosas.
Así como sucede con muchos otros comportamientos relacionados con la salud, no podemos esperar soluciones basadas únicamente en un cambio de comportamiento individual. La fatiga pandémica es real y necesitamos encontrar soluciones más realistas.