MIAMI — Como alcalde del confiablemente demócrata condado de Miami-Dade en Florida, Carlos Giménez, republicano, fue un pragmático que evitó la política partidista y votó por Hillary Clinton en 2016. Pero tras la elección del presidente Donald Trump, las cosas empezaron a cambiar.
Seis días después de la investidura presidencial en 2017, Giménez se convirtió en el primer líder de una ciudad grande del país en revertir el estatus de facto del condado de ser un “santuario” para los inmigrantes que viven en el país sin permiso legal. Sus críticos afirmaron que se había doblegado ante Trump y le había dado la espalda al condado con el segundo mayor número de inmigrantes en el país, después de Los Ángeles.
Este año, Giménez recibió el respaldo de Trump, habló en uno de sus mítines y fue elegido al Congreso.
Su notable evolución política reflejó un cambio más amplio en Miami-Dade, donde el 58 por ciento del electorado es hispano y Trump hizo grandes avances del 2016 al 2020. Cientos de miles de personas más votaron por él este año y, aunque aun así perdió contra Joe Biden en el condado, mejoró su margen de 2016 por 22 puntos porcentuales, un cambio que le ayudó a ganar Florida con facilidad y que puso a una gran cantidad de republicanos locales en cargos públicos.
Mucho se ha dicho acerca de cómo los latinos en muchas partes del país, pese a que se decantaron por Biden en grandes cantidades, votaron más por el Partido Republicano que en 2016. Sin embargo, el sur de Florida es un caso de estudio único. Ningún otro lugar tiene la misma mezcla de hispanos simpatizantes de los republicanos liderados por cubanoestadounidenses conservadores. Además, la presidencia de Trump ha fortalecido su influencia, lo que ha obligado a Miami a enfrentar verdades duras y contradictorias sobre la inmigración, el racismo y el poder.
“Miami es una burbuja absoluta”, afirmó Michael Bustamante, profesor asistente de historia latinoamericana en la Universidad Internacional de Florida que estudia la cultura política cubanoestadounidense. “No se puede hablar de la comunidad latina o hispana aquí de la misma manera en la que quizá se hable en el este de Los Ángeles, Chicago, Nueva York o donde sea porque aquí los latinos son los que mandan”.
La asombrosa mejora de Trump aquí conmocionó no solo a la nación sino también a gran parte de Miami, una ciudad a la que le gusta considerarse la capital progresista de América Latina. Es más probable que un mesero, un empleado de una tienda o un conductor de Uber le hablen a un cliente primero en español que en inglés. Todas las instituciones locales han sido moldeadas por inmigrantes y sus hijos, los cuales tienden a ser cada vez más liberales con cada nueva generación.
Y, pese a ello, muchos residentes han llegado a la dura conclusión de que Miami, incluso en la actualidad, no es tan progresista como esperaban.
“Solíamos ser más compasivos”, dijo Carmen Peláez, dramaturga y cineasta cubanoestadounidense que hizo campaña por Biden.
En ningún otro lugar del país los hispanos controlan la maquinaria del poder como en Miami, y los votantes no se comportan cómo lo harían en otros lugares donde su grupo étnico está mucho más marginado, mencionó Bustamante. Los problemas tradicionales “latinos”, como la inmigración, la lucha contra el racismo y la política de la identidad, por lo general quedan en segundo plano ante las preocupaciones por la economía, la religión y la política exterior.
Cerca del 72 por ciento de los republicanos inscritos en Miami-Dade son hispanos, muchos de ellos cubanoestadounidenses. Sin embargo, el voto hispano en la región en general es una combinación de exiliados cubanos ancianos, nuevos inmigrantes cubanos y varias oleadas de inmigrantes de habla hispana del Caribe, América Central y del Sur. Los hispanos no cubanos representan cerca de la mitad del voto latino en Miami-Dade y suelen preferir los demócratas.
La campaña de Trump tuvo éxito en el sur de Florida por comprender muchas de esas complejidades, así como por otras razones: Trump visitó el lugar con frecuencia. Los republicanos etiquetaron de forma efectiva a los demócratas como “socialistas”. Una amplia campaña de desinformación se centró en los electores de habla hispana. Biden no se acercó a los votantes latinos sino hasta que fue demasiado tarde.
A los demócratas no los ayudó el hecho de que durante las protestas de Black Lives Matter del verano algunos manifestantes en Miami ondearan banderas con la imagen del Che Guevara —un violento revolucionario despreciado por los exiliados cubanos— y vandalizaran una estatua de Cristóbal Colón con un grafiti de una hoz y un martillo al estilo soviético.
“La realidad es que el Partido Demócrata está muy a la izquierda, y mucha de nuestra gente en Miami huyó de ese tipo de política”, comentó Nelson Díaz, presidente del Partido Republicano en Miami-Dade
En los últimos años, los exiliados cubanos y el Partido Republicano han acogido como hermanos ideológicos a los venezolanos que han estado llegando tras huir de las presidencias de izquierda de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Eso reavivó un fervor activista conservador que se extendió a las comunidades de inmigrantes colombianos y nicaragüenses.
Incluso algunos de los inmigrantes cubanos más recientes que habían sido despreciados por muchos funcionarios cubanoestadounidenses republicanos de la vieja guardia por ser refugiados económicos que no compartían la ideología anticomunista de los exiliados mayores votaron por Trump.
Eso ha resultado ser una fuente de angustia para algunos hispanos como Peláez, que recordó cómo sus abuelos cubanos exiliados ayudaron a los inmigrantes nicaragüenses y a las posteriores oleadas de refugiados cubanos. Ahora teme que la actitud entre algunos cubanos y no cubanos sea cerrar la puerta tras ellos.
“Cuando Giménez nos quitó el estatus de ciudad santuario”, dijo Peláez, “esto se convirtió prácticamente en un ‘nosotros contra ellos’”.
A Giménez le molestó esa idea, y afirmó que el condado nunca tuvo la intención de declararse “santuario” y que la única razón por la que había dejado de cumplir con las solicitudes federales de detención de inmigrantes había sido ahorrar dinero. “Fue una mala política”, dijo. “Nunca debimos haberla instaurado. Debimos haber cooperado con ICE”.
En una entrevista mientras estaba en campaña el mes pasado, Giménez dijo que respaldar al presidente no significaba que siempre votaría por el Partido Republicano. Aclaró que su política, como la de muchos votantes en Miami estos días, se basa en la filosofía, no en la identidad.
“Creo que la mayoría de sus políticas son buenas para el país”, dijo sobre Trump. “Teníamos la mejor economía de nuestras vidas antes de la pandemia. Estaba en su punto más alto. Teníamos niveles récord de bajo desempleo. Y apoyo sus políticas comerciales. Creo que se han aprovechado de nosotros, sobre todo China”.
En las elecciones al Congreso de este mes, Giménez derrotó a la representante Debbie Mucarsel-Powell, una demócrata que emigró de Ecuador y que fue capturada en video hace varios meses maravillada por el hecho de que demócratas no cubanos hubieran ganado escaños en Miami.
“Nadie pensó que seríamos capaces de ganarle a la élite política republicana cubana que se ha apoderado de la política de Florida durante más de 20 años”, les dijo a sus partidarios. Ese comentario molestó a algunos republicanos cubanos y resultó ser un gran error de cálculo del poder que aún ejercen esos votantes.
Mucarsel-Powell perdió ante Giménez por más de 3 puntos porcentuales.
Sin embargo, a la hora de elegir un nuevo alcalde, los votantes de Miami-Dade dieron otra sorpresa más, una que se alinea a las abundantes contradicciones políticas de esta compleja ciudad: eligieron a Daniella Levine Cava, la primera alcaldesa en la historia del condado. Levine Cava es una demócrata progresista que no es ni cubana ni hispana.