WASHINGTON — Cuando los futuros historiadores cierren el capítulo sobre el sufrimiento del año 2020, un extenuante año de enfermedad, muerte, conflictos raciales, violencia callejera, derrumbe económico y división política como no se había visto durante generaciones en Estados Unidos, tal vez recuerden el lunes 14 de diciembre como un momento trascendental.
Ese día fue cuando Estados Unidos comenzó a prepararse para administrar una vacuna producida en tiempo récord con el fin de acabar con un virus, mientras la cifra de decesos rebasaba los 300.000. Y fue ese mismo día en que los miembros del Colegio Electoral se reunieron en cada uno de los 50 estados para ratificar el fin de las elecciones más polarizadas en más de un siglo.
Nada de eso borra el enorme daño de los últimos doce meses, ni tampoco significa que no habrá más dolor ni protestas. Muchos estadounidenses se enfermarán y morirán durante los meses previos a que la vacuna esté disponible para todos. Muchos estadounidenses seguirán ofendidos por los resultados de unas elecciones que habrían querido que tuvieran otro desenlace. Sigue siendo una época de penurias y divisiones. Pero después de tanta incertidumbre, de tantas dudas, el camino por delante parece más claro al menos en dos aspectos importantes.
“Es una convergencia cósmica”, afirmó Benjamin L. Ginsberg, un importante abogado electoral republicano que ha criticado los intentos del presidente Donald Trump de anular las votaciones en las que resultó perdedor. “Y lo que es positivo acerca de que los dos eventos ocurran el mismo día es que en verdad pueden ser un punto de inflexión para un país que realmente lo desea”.
Este día transcurrió de una manera singular cuando los televidentes vieron las imágenes de trabajadores sanitarios recibiendo inyecciones que les salvarían la vida yuxtapuestas con tomas en vivo de las capitales de los estados de todo el país, que mostraban a los compromisarios emitiendo votos y confirmando de manera formal la victoria del presidente electo Joe Biden y de la vicepresidenta Kamala Harris.
Fue el carácter definitivo de ambos acontecimientos lo que se destacó después de meses de turbulencia política, médica y económica: por fin, los estadounidenses pueden esperar que un día estén inmunizados contra el COVID-19, aunque este llegue hasta la primavera. Y ahora saben quién será el próximo presidente pese a todo el revuelo poselectoral de la Casa Blanca y de sus aliados.
“Sinceramente, no recuerdo que dos sucesos independientes de tanta importancia hayan ocurrido el mismo día”, señaló David Oshinsky, profesor de Medicina en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York e historiador, que escribió un relato ganador del premio Pulitzer acerca del desarrollo de la vacuna contra la poliomielitis, misma que erradicó un flagelo del siglo XX.
Afirmó que era como si juntáramos las trascendentales elecciones del año 1800 entre John Adams y Thomas Jefferson, que marcaron el precedente de las contiendas presidenciales, con el día en que el presidente Dwight D. Eisenhower agradeció a Jonas Salk por el desarrollo de la vacuna contra la polio. “En un país tan dividido como el nuestro, el 14 de diciembre de 2020 debe recordarnos quiénes somos y de lo que somos capaces”, comentó Oshinsky.
Para Trump, el rey de la negación, quien se ha rehusado a aceptar tanto los resultados de las elecciones como la gravedad de la pandemia del coronavirus, la nitidez del 14 de diciembre no fue del todo bienvenida. Tuvo motivos para celebrar la primera aplicación de la vacuna, a la cual le dio una prioridad fundamental y que con seguridad se verá como una parte primordial de su legado pese a que, por otro lado, ha minimizado la amenaza del virus y subvalorado los esfuerzos de las autoridades de salud pública para contener el brote mediante el uso de cubrebocas y el distanciamiento social. “La primera vacuna aplicada”, escribió en Twitter. “¡Felicidades, Estados Unidos! ¡Felicidades, MUNDO!”.
Pero no estuvo dispuesto a felicitar a Biden ni a aceptar el fallo del Colegio Electoral, pese a que la Constitución le confiere las facultades para determinar quién es el próximo presidente por mayoría de votos. Trump estuvo escondido todo el día, no ofreció concesiones y siguió pregonando falsas aseveraciones de un fraude supuestamente tan generalizado que justificaría la anulación de la voluntad del pueblo.
De hecho, en lo que se interpretó como un intento de distraer la atención de su derrota en el Colegio Electoral, unos cuantos minutos después de que la reunión de los compromisarios de California en Sacramento le dio el triunfo a Biden, Trump anunció de manera repentina la salida del fiscal general William Barr, quien había hecho enojar al presidente al refutar sus fantasiosas aseveraciones acerca de la corrupción generalizada en las elecciones.
Una vez terminado el proceso, la renuencia de Trump a aceptar su derrota se volvió algo así como despotricar contra el clima. Podrían presentarse más demandas inútiles, junto con las docenas que ya han sido desechadas, y llegar hasta la Corte Suprema, y es posible que algunos de sus aliados impugnen cuando, el 6 de enero, el Congreso cuente oficialmente los votos del Colegio Electoral, pero nada de eso cambiará el resultado.
No todos estaban listos para olvidarse de la conmoción de 2020, año que ha sido marcado por la pandemia más letal en un siglo, el derrumbe económico más catastrófico desde la Gran Depresión, la peor lucha racial desde la era de los derechos civiles y las repercusiones de las elecciones más divisorias y controvertidas desde poco después de la guerra de Secesión. Algunas personas no estaban convencidas de que en verdad hubiese cambiado la situación.
“Es un buen día”, afirmó Jill Lepore, la destacada investigadora de la Universidad de Harvard que ha escrito libros extraordinarios sobre la historia de Estados Unidos. “Pero estos últimos años, a menudo hemos sentido como si el país estuviera cayendo en un pozo sin fondo. De pronto pensamos que, bueno, finalmente hemos tocado fondo y podemos empezar a trepar y salir de él. Pero luego nos damos cuenta de que no hemos tocado fondo; solo estamos en una cornisa, y después comenzaremos a caer de nuevo. Hace unas cuantas semanas, parecía el fondo. Y hoy, tal vez alguien ha enviado una cuerda. ¡Dos cuerdas! Pero es difícil tener confianza”.
Solo en ese contexto, hechos que normalmente son ordinarios, como el de una enfermera inyectando a alguien y compromisarios emitiendo votos, se vuelven tan destacados. Luego de que Estados Unidos fracasó tan estrepitosamente en controlar el virus, que ahora alcanza cifras históricas o casi históricas de nuevos casos, hospitalizaciones y decesos, la sola promesa de una vacuna hizo que los equipos de noticieros por televisión siguieran a los camiones repartidores de las milagrosas dosis mientras comenzaban a transitar por todo el país.
Aunque Trump permaneció enclaustrado en la Casa Blanca, Biden salió a tratar de cambiar el enfoque del país para el futuro. “Ya es momento de dar vuelta a la página, como lo hemos hecho a lo largo de nuestra historia”, señaló. “De unirnos. De sanar”.
Al menos por un día.